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Los demonios andan sueltos

Gilberto Serna

El gobernador del estado de Colima, Gustavo Alberto Vázquez Montes, murió, junto con seis personas más que se encontraban a bordo de una aeronave que se desplomó a tierra. En el cargo duró solamente trece meses. -El trece, desde que Jesús fue traicionado por Judas, uno de sus doce apóstoles, es considerado número fatídico-. La tragedia tuvo lugar luego que el piloto reportó problemas, avisando que intentaría aterrizar en el aeropuerto de Morelia, en Michoacán. La suerte les dio la espalda. Mil cumbres esperaban a los siete, número para los estudiosos de la cábala. Antes, el aspirante había alcanzado la gubernatura, compitiendo por la candidatura interna de su partido, contra sus adversarios la entonces subsecretaria Socorro Díaz, el diputado federal Jesús Orozco y el secretario general de Gobierno de esa entidad, Humberto Silva Ochoa. Poco después estos tres renunciarían a su militancia priista quejándose de que la lucha no había sido justa al meter la mano el gobernador saliente Fernando Moreno Peña, a quien acusaron de maniobrar a la mala para imponer a su sucesor. Los que saben dicen que era evidente la existencia de un feroz cacicazgo.

Eso mismo se podría decir de algunos otros mandatarios estatales en cuyos feudos priva un absolutismo rampante los que, copiando al rey de Francia Luis XIV (1643-1715), se dan lija manifestando: L’Etat Cest Moi, que en traducción libre sería: en el Estado mando yo y nadie más. Los mexicanos no hemos podido sacudirnos el yugo ancestral que nos imponen grupos de poder en las entidades federativas donde los comicios para renovar autoridades constituyen, dicho de manera simple y llana, una farsa. El gobernador que va de salida utiliza los artilugios del poder, aprendidos durante el tiempo que lleva en su encargo, para truncar el resultado de las elecciones poniendo, en la mayoría de los casos, toda la maquinaria burocrática a disposición de su heredero, quien además dispone de cantidades exorbitantes de dinero, por lo común provenientes tanto de las arcas gubernamentales como de inversionistas privados, que sirven para la compra sutil o grosera del voto ciudadano, que dan paso a un repulsivo continuismo.

El dirigente Carlos Sotelo, secretario de acción electoral del PRD, compañero de estudios del fallecido gobernante, con el que se graduó como profesor en la Escuela Normal de Maestros, comentó que aquel accedió al poder con todo el respaldo del gobernador quien lo escogió como sucesor, dice Sotelo, por que “tenía un perfil diferente, un talante conciliador, con imagen de ser un hombre sin equipo propio. Sin duda, creo que eso llevó a Moreno a inclinar la balanza por él: optó por quien consideró un político al que podía manipular o conducir”, terminó la cita, a la que puedo agregar, de tener razón el perredista, que el gobernante saliente se equivocó de extremo a extremo. En el breve lapso que gobernó se produjo un enfriamiento en las relaciones entre ambos políticos, que daba lugar a que uno tachara al otro de ingrato.

Los partidos políticos anhelaban quedarse con el puesto vacante por lo que aún no acababa de enfriarse el cuerpo cuando ya buscaban posesionarse de las oficinas vacías. Lo que dio al traste con sus aspiraciones, es que casi todas las constituciones locales, siguiendo el modelo de la federal, disponen que la falta del Ejecutivo, si ocurre en los dos primeros años, dará lugar a que se convoque a elecciones extraordinarias. Cualquier arreglo fuera de lo legalmente establecido no tiene valor. Salvo que los líderes partidistas se pongan de acuerdo para que participe un único candidato, lo que, dado el panorama político que se contempla, plagado de furibundos enfrentamientos, es bastante difícil si no es que imposible. Llamó la atención que cuando Santiago Creel, secretario de Gobernación, arribó a Colima, para asistir a las honras fúnebres, estaba esperándole en el aeropuerto el anterior mandatario Fernando Moreno Peña, arrogándose la representación del Gobierno del Estado. En fin, con todo este asunto me vino a la mente la frase que puso en boga Mario Ruiz Massieu: los demonios andan sueltos.

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