Comentábamos el domingo pasado que, en términos de costo-beneficio, queda claro que el campeonato mundial de la ineficiencia se lo lleva, y por mucho, la Agencia Central de Inteligencia norteamericana. Y es que los Estados Unidos han vertido carretadas de dinero en esa organización, sin que ésta pueda mostrar muchos logros que digamos, especialmente con respecto a ciertos acontecimientos de gran trascendencia.
Algunos podrían pensar que estamos siguiendo la vieja política del árbol caído y la leña barata. Después de todo, la CIA es sólo uno de los trece o catorce organismos norteamericanos dedicados a la capa y la daga… lo cual, por otro lado, nos habla de por qué no funcionan las cosas en ese ámbito y explican en parte el éxito del debut y despedida de las Aerolíneas Madrazo (Director General: Osama bin Laden, no un pillo tabasqueño) el 11 de septiembre de 2001: muchos servicios, poca información, e inconexa además: nadie supo ver lo que se venía.
Si le cargamos la mano a esa agencia es por varias razones: en primer lugar, porque sirvió de modelo y escuela cuando Estados Unidos decidió reclutar a “los mejores y más brillantes” como espías, al empezar la Segunda Guerra Mundial. Parece increíble, pero EUA no tenía una oficina encargada de reunir e interpretar información estratégica (la definición clásica de lo que es “inteligencia”) sino cuando sintió que la lumbre le llegaba a los aparejos. Para enfrentar los múltiples retos de la gran conflagración, creó la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), que hizo sus pininos lanzando espías en paracaídas, descifrando códigos y dando para dos o tres guiones de películas francamente vomitivas. Cuando la URSS se volvió el nuevo enemigo, la OSS se transformó en la CIA, y con una confianza rebosante, se propusieron emprender la cruzada que salvaría al mundo… incluso de sí mismo.
La CIA tuvo algunos éxitos iniciales, lo que les infló mucho el ego a los chicos de Langley: evitaron, por ejemplo, el triunfo comunista en las elecciones italianas de 1947 por métodos tanto legales como ilegales; derrocaron a Mohammed Mossadegh, el primer ministro nacionalista iraní que había nacionalizado el petróleo y obligado a huir al Sha. Y se encargaron de que cayera el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz en 1954, por el pecado de impulsar una reforma agraria y ser cuate de dos o tres comunistas. Como rebote, un joven médico argentino que andaba en Centroamérica, llamado Ernesto Guevara, se peló a México para salvar el pellejo, jurando de pasada dedicar su vida a combatir al imperialismo yanki. Polvos de aquellos lodos y nadie sabe para quién trabaja.
Pero luego los chicos listos de la Compañía se durmieron en sus laureles; o bien, me late que se corrompieron por la molicie de tener a su disposición recursos y dinero hasta decir ¡basta! Así, leyeron de manera perfectamente equivocada la situación en Vietnam antes y después de la debacle francesa; metieron quién sabe cuántas patas en las naciones que estaban naciendo a la vida independiente en África; y creyeron que la invasión de Bahía de Cochinos de 1961 iba a provocar un levantamiento popular en contra de Fidel Castro. Aquello, como decíamos hace una semana, fue un desastre que marcó a la CIA durante muchos años.
Las cosas no mejoraron en las décadas posteriores, dado que los gringos fueron pillados con los pantalones abajo quién sabe cuántas veces. La CIA ni se olió acontecimientos que, por su trascendencia, debían haber sido prioridades fundamentales: no previó el derrocamiento de un aliado fundamental como el Sha de Irán, ni la rebelión y posterior triunfo de los sandinistas en Nicaragua; ni cuenta se dio de la invasión de Afganistán hasta que los blindados soviéticos entraron a Kabul, ni se enteró de la paulatina gangrena que estaba pudriendo a la economía rusa en los ochenta. Como no supo prever que el loquito de Hussein iba a invadir Kuwait en 1990 ni el golpe de Estado de los ultras contra Gorbachev del año siguiente. Ah, y durante varios años no detectó a Aldrich Ames, un topo ruso que se compró un Posche y un yate mientras era oficinista en Langley, y mandó a la muerte a toda la red de espionaje americano en la URSS de los ochenta: dieciocho agentes ejecutados y la CIA sin saber que el enemigo estaba bajo sus mismas narices. El trabajito de descubrirlo se los hizo el FBI… lo que le dio un perverso placer a los muchachos siempre bien entacuchados del edificio Hoover.
Vaya, nadie en ese ávido monstruo consumidor de recursos, con todas sus computadoras y satélites, supo pronosticar siquiera que EUA se iba a quedar sin su principal enemigo. La URSS terminó desintegrándose en silencio, ante el pasmo de una organización que había pasado cuatro décadas diciendo que era un coloso al que había que dedicar toneladas de dólares para enfrentar. Digo, tras tantos años, mínimo he de tener la leve intuición de que voy a ganar la Guerra Fría… y prepararme para las consecuencias. Y claro, muchos de los errores norteamericanos tienen que ver con la fea forma en que los acontecimientos los agarraron desprevenidos. Y si los tomaron fuera de base, y con tanta frecuencia, entonces ¿para qué tiznados les sirve la CIA? Lo dicho, campeonato mundial de ineficiencia.
Pero en México no cantamos mal las rancheras. Oh, no, para nada. Tenemos buenos candidatos a ese título universal.
Hace unos días, el Instituto Federal Electoral presentó su propuesta de presupuesto para el próximo año. Por supuesto, se trata de una temporada muy movida. Y quizá por ello el IFE va a solicitar que los contribuyentes mexicanos desembolsemos casi 13 mil millones de pesos para su funcionamiento. Esta cifra es superior a lo que se gasta en el Programa Oportunidades, el nieto de Solidaridad que se enfoca al combate de la pobreza extrema. O sea que en este país es más caro y prioritario mantener el aparato político que sacar de la miseria al 20 por ciento más pobre de su población.
Lo cual no nos debería extrañar, y en cierta forma es parte de la inercia de casi dos décadas. Cuando el sistema priista se dio cuenta que había que democratizarse para legitimarse hacia adentro y hacia afuera, le echó todos los kilos y no pocos centavos. Y lo que sea de cada quién, la cosa salió muy bien. El IFE y lo que ha hecho, con todos sus defectos, torpezas y tropiezos, es una de las poquísimas cosas de las que uno como mexicano puede estar orgulloso. El problema es que nos costó un ojo de la cara, y al paso que llevamos nos vamos a quedar ciegos. Algo poco recordado es que las elecciones federales mexicanas de 2000 fueron los comicios más caros de la historia humana. Claro, lo crucial era garantizar que todo saliera suavecito como seda, luego de décadas de simulación, fraude priista descarado y “democracia dirigida”. Y sí salió. No pocos me dirán que para maldita la cosa que sirvió. Pero que el resultado de todo el mitote haya sido el foxismo y este sexenio de vodevil, eso es ya otra cuestión… y de eso no tienen la culpa ni el IFE ni el casi 70 por ciento del padrón que votamos.
Lo peor es que de ese presupuesto astronómico, cuatro mil 913 millones de pesos están destinados ¡a nuestros partidos políticos! Sí, a financiar a esas pandillas de ineptos ganapanes, vergüenza de la patria y sanguijuelas de presupuestos, riqueza y dignidad nacionales. A esos organismos cuyos bien pagados miembros no producen un clavo o un grano de maíz; cuya única actividad permanente parece ser ensuciar ciudades y embadurnar bardas; y que en el Congreso se entretienen escupiéndose, mentándose la madre y demostrando su ignorancia, analfabetismo funcional y nulo sentido del honor. A esos institutos políticos parasitarios, sin ideología, coherencia, rumbo, visión del futuro, prospectiva del país ni tampoco madre, se les va a entregar más dinero que a áreas enteras de la Secretaría de Salud. Y creo que eso debe indignar a cualquier mexicano pensante.
Y es que nuestros partidos políticos, en términos de costo-beneficio, le dan un quién-vive a la CIA. Digo, tomando en cuenta a lo que nos salen y lo que le generan a la nación, ahí se dan. Nuestros partidos (que, comparados con los de naciones como España o Gran Bretaña, ni eso son en realidad) le cuestan mucho al país, y no le regresan casi nada. Se han encargado de paralizarlo, enlodándolo con rencillas de lavadero, metidos en discusiones y estridencias de ínfimo nivel intelectual, e importándoles muy poco la nación. Lo único que parece interesarles es mantener sus prerrogativas; y ese extraño y vergonzante status quo que en México asegura que haya partidos millonarios disputándose el dizque gobernar a una masa de miserables. Y sin hacer el menor esfuerzo para que ello cambie. Sí, un rival de la CIA en lo que a ineficiencia, incapacidad y cara dura se refiere, lo constituye nuestro sistema de pseudopartidos.
Y ni para inspirar guiones sirven (aunque sí para generar vómito). Como son sátiras involuntarias de sí mismos… el Séptimo Arte no da para tanto.
Consejo no pedido para aspirar a diputado pese a estar alfabetizado: vea “El joven héroe”, de Richard Franklin (“Cloak & Dagger”, 1984), primera película (de espías) basada en un juego de video; y lea “La Casa Rusia” del maestrazo John LeCarré, sobre la soberbia y fallas de juicio de la CIA… y cómo suelen pitorrearse de ella los británicos. Ah, y hoy pasan por HBO la película “Confesiones de una mente peligrosa” (Confessions of a dangerous mind, 2002), de George Clooney, que les recomendé el domingo pasado. Provecho.
PD: Hoy cumplimos cinco años de leernos, divertirnos y exasperarnos juntos desde aquí cada domingo. Gracias por el aguante a ustedes y a El Siglo de Torreón.
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