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Los días, los hombres, las ideas/ Los pocos, los orgullosos? ¿los muy pocos?

Francisco José Amparán

Es el sistema creado por Suiza, que por algo nadie ha puesto a prueba en los últimos 190 años. Además, ¿quién querría enfrentarse a cientos de miles de tipos armados con navajas del Ejército Suizo, de esas que tienen AM-FM, cocineta, ventilador y sacacorchos?

Entre otras cosas, las Guerras Napoleónicas (1799-1815) tuvieron la discutible virtud de enseñarle a Europa dos lecciones: primero, que se necesitaban cantidades ingentes de soldados para librar guerras significativas: no por nada el buen Napo se aventó la puntada de invadir Rusia con Le Grande Armeé de 550,000 hombres (de los que regresaron sólo el diez por ciento, a ver si nos seguimos quejando de nuestros inviernos de siete grados centígrados sobre cero). La segunda, que mantener un Ejército permanente de grandes proporciones resulta carísimo y una verdadera tontería.

Desde entonces resultaba notable que el gasto militar era el más improductivo e inútil que puede haber. Que gastar en armamento (el cual muchas veces ni siquiera es usado antes de volverse obsoleto) y mantener gente que no fabrica un clavo ni cultiva un grano, es como tirar puños de billetes al excusado. Y que situar sobre las armas a cientos de miles de personas en vez ponerlos a jalar en tractores, altos hornos y máquinas-herramientas (o construyéndolos) resulta demasiado oneroso.

La respuesta europea a lo largo del siglo XIX (y buena parte del XX) fue mantener ejércitos profesionales permanentes relativamente pequeños; los cuales, en un casus belli (situación de guerra) podían inflarse como beisbolista con esteroides gracias a los reservistas: esto es, civiles que habían recibido cierto entrenamiento militar y que por lo tanto podían integrarse al Ejército regular sin muchos miramientos. En la mayoría de los países de Europa los reservistas habían de cumplir ese entrenamiento obligatoriamente (la excepción notable siempre fue Inglaterra). Es lo que se llama conscripción.

El servicio militar obligatorio presenta muchas variantes: en México es una broma siniestra con la que el Ejército Mexicano le recuerda su existencia a los espinilludos rejegos y no tiene ni de lejos el sentido que en el resto del mundo, por dos razones muy simples: primero, que no se requiere un contingente muy nutrido de reservistas para enfrentarse a la potencia guatemalteca y segundo, que en un país con guerrillas históricamente periódicas, ni locos van a ponerse a darle entrenamiento militar al pópolo. En mis tiempos, hace treinta años, los domingos se nos hacía marchar marcialmente, obedecer con precisión de autómatas complejas órdenes como ?Firmes, ¡ya!? y correr como locos alrededor del Parque Morelos de Gómez Palacio. Los conscriptos solíamos terminar el día con un entrenamiento táctico excelente: jugando ?Chinchileguas? (siempre me he considerado estratega: yo era la ?almohadita?). Tal fue mi formación militar. Ahora a los reclutas los ponen a sembrar arbolitos, ayudar en el Archivo Municipal y enseñar a leer a los analfabetos, lo cual me parece perfecto: los jóvenes hacen algo de provecho y ganan conciencia social? además que esas actividades son más bien fáciles de realizar andando crudo. Pero ahí los quiero ver en domingo a las siete, corriendo como comanches, con tufo de albañal?

Algunos países tienen un servicio militar obligatorio en el que los suertudotes se incorporan durante uno, dos o tres años al Ejército regular, (véase al papá de Mafalda, como ejemplo argentino remoto). En otros, los varones (y en Israel, también las damas) tienen que dedicar de tres a cinco semanas anuales, entre los dieciocho y los cuarenta años de edad, a realizar entrenamientos y prácticas que en teoría los mantienen más afilados que un hacha. Es el sistema creado por Suiza, que por algo nadie ha puesto a prueba en los últimos 190 años. Además, ¿quién querría enfrentarse a cientos de miles de tipos armados con navajas del Ejército Suizo, de esas que tienen AM-FM, cocineta, ventilador y sacacorchos?

Estados Unidos, por su espíritu democrático y enemigo de la tiranía, considera que nadie ha de ser obligado a servir en el Ejército si la patria no está en peligro. De manera tal que las Fuerzas Armadas norteamericanas están constituidas por voluntarios: el que quiera, se enrola. El que no, pues no. Incluso los reservistas son voluntarios: uno puede registrarse en la Guardia Nacional o la Reserva, cumplir unas semanas de servicio al año y ganar buena lana y entrenamiento técnico nada despreciable en ciertas áreas de la actividad civil (telecomunicaciones, construcción, medicina). Claro que si estalla una guerra, soy de los primeros en ser enviado a Fallujah o algún otro agujero del infierno con nombre de empanada árabe.

La cuestión del mantenimiento de un Ejército de voluntarios y cuándo volver forzoso el enrolamiento, es bastante espinosa. Durante la Guerra de Secesión (1861-65) a Lincoln no le quedó más remedio que ordenar el registro y reclutamiento obligatorio (lo que desde entonces se llama ?Draft?). El problema del Draft de esos años era que tenía algunas previsiones digamos? no muy éticas. Por ejemplo, los riquillos podían librarse de tal molestia pagando cien dólares (multiplíquenlo por unos 400 para ajustar al valor de hoy día ). O bien, se podía enviar a otra persona en el lugar de uno (pagándole o no, ya era cuestión de los favores que se debieran). Los pobres, por supuesto, eran los que tenían que soportar el peso del Draft. En Nueva York hubo motines y tumultos bastante sangrientos (al menos cien muertos, quizá mil), como protesta por un sistema tan disparejo. Algo de ello se puede ver en ?Pandillas de Nueva York? (Gangs of New York, 2002, de Martin Scorsese).

Con esa experiencia, EUA mantuvo el carácter voluntario de sus Fuerzas Armadas y manejó con pinzas el asunto del Draft en sus siguientes guerras. En las dos mundiales, en vista que el país entró en conflicto declarado y obvio, nadie objetó que se reinstaurara el Draft, que además resultó bastante democrático: al frente iban igual patanes de Kentucky que perfumados de Massachussets. Joe Kennedy, influyentísimo bucanero y uno de los diez hombres más ricos del país, en la Segunda Guerra Mundial perdió a un hijo en la aviación (su primogénito Joe) y otro (John Fitzgerald) por poco se queda paralítico cuando su bote fue partido en dos por un destructor japonés. Por ello el que fuera presidente siempre tuvo terribles dolencias en la espalda. Lo bueno es que mucha de su actividad la realizaba en posición horizontal, acompañado de cueros como Marylin Monroe, Jackie Bouvier o alguna de las muchachas que le mandaba Sam Giancanna, el jefe de la Mafia de Chicago. Así pues, el peso y el dolor (me refiero al Draft) se repartían parejos y por ello nadie protestó durante esos conflictos. Además, todavía existía eso que se llama patriotismo y sentido del deber.

Vietnam fue otra vaina y ahí se descompuso toda la cosa. Primero que nada, el Draft se instituyó en 1964 sin que hubiera declaración de guerra de por medio. Cosa curiosa: la última vez que EUA le ha declarado la guerra a alguien fue hace casi 65 años, el ocho de diciembre de 1941, cuando Roosevelt se la mentó a los japonésidos y dijo que sólo había que temerle al temor. Por ahí se fue el alegato legal emprendido por Cassius Clay (quien luego cambió su nombre a Muhammed Alí): si EUA no había declarado la guerra, entonces técnicamente no estaba en una y el Draft era anticonstitucional. Claro, él tenía el dinero con qué librar ese pleito. Muchos chavos de su edad lo que hacían era quemar la cartilla en hogueras públicas, gritar ?Hell, no, I won?t go!? y pelarse a Canadá como alma que lleva el diablo. Muchos otros sintieron que era su deber registrarse? y luego se pegaron una arrepentidota que pa? qué quieren.

Además, Vietnam no fue nada democrática: por las características del sistema de reclutamiento, la mayoría de quienes terminaron en los pantanos de Indochina fueron negros, hispanos o blancos pobres. Los que iban a la universidad (Clinton) o tenían contactos muy arriba (Baby Bush) podían sacarle la vuelta al Draft. Ello causó grandes disgustos, una sensación de injusticia, y dejó un pésimo sabor de boca a una generación que no se caracterizó por su mesura y prudencia.

Cuando EUA salió del pantanal de Vietnam en 1973, lo primero que hizo fue abolir el servicio militar obligatorio o Draft. Para acabarla, y queriendo congraciarse con los jóvenes, Nixon perdonó a quienes se habían escapado a Canadá (unos cincuenta mil), lo que indignó a los pobres desgraciados que sí se habían jugado el pellejo en Indochina. Total, que el asunto es una de las heridas abiertas durante aquel conflicto tan divisivo.

Los años posteriores a Vietnam trajeron a Estados Unidos una nueva perspectiva de lo que deberían ser las Fuerzas Armadas, cómo usarlas y cómo nutrirlas. Y ello resulta crucial en estos momentos, en que las cosas empiezan a ponerse color de hormiga en Irak. Pero se nos ha acabado el espacio, así que terminaremos el tema el próximo domingo. No se me desesperen. Eeeen descansooooo, ¡ya!

Consejo no pedido para marchar a paso redoblado: vea ?Aventuras de un recluta? (Biloxi Blues, 1988) con Matthew Broderick, sobre las sensibles experiencias de Neil Simon como conscripto en la II GM. Lea el clásico ?Adiós a las armas? de Hemingway, sobre cómo se cae el idealismo a la hora de los trancazos. Y escuche el soundtrack de ?Regreso sin Gloria? (Coming Home, 1978), que es la pura nostalgia sesentera. Provecho.

Correo: francisco.amparan@itesm.mx

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