EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Los días, los hombres, las ideas/Madrazo o la vuelta a Turbaco

Francisco José Amparán

Situémonos en el verano de 1852, hace poco más de siglo y medio. El presidente de México es el general Mariano Arista, el primero en 25 años en ser elegido de manera más o menos decente. El país todavía se lame las heridas dejadas por la guerra contra Estados Unidos, en la que se perdió un territorio ocho veces el tamaño de Francia. Y que se perdió básicamente porque esas tierras nunca habían sido colonizadas, ordenadas, defendidas ni administradas por ningún.

Gobierno mexicano digno de ese nombre; y porque la desunión nacional, las inquinas partidistas, la indiferencia popular y los intereses particulares (todo ello aunado a un Ejército bueno sólo para el cuartelazo y totalmente incapaz de enfrentar a una fuerza bien entrenada) habían facilitado enormemente la labor del enemigo. No fue hasta entonces, tras la mayor pérdida territorial por guerra de la historia mundial, cuando a los brillantes mexicanos de hace 150 años les cayó el veinte de que había que organizar al país y darle instituciones (y respetarlas), si no queríamos terminar como protectorado gringo, más o menos como le ocurrió después a Puerto Rico… pero con menos short-stops en las Ligas Mayores, ¡bah!

Para ello había que acabar con las múltiples lacras que carcomían a la República, introduciendo lo que hoy llamaríamos reformas estructurales. Algo así se propuso hacer Arista, sólo para enfrentarse a los intereses creados de siempre: un sombrerero tapatío, José María Blancarte, se rebeló en Guadalajara porque se negaba (y en esto lo apoyaba el cultísimo pueblo) a aceptar la creación de una Fuerza de Policía en la ciudad. El Gobierno de Arista fue incapaz de sofocar tan notable revolución: así se las gastaban en el siglo XIX. Los opuestos a las reformas estructurales (entonces llamados conservadores, y que hoy se dicen revolucionarios y rayitos de la esperanza) aprovecharon la coyuntura para suscribir, faltaba más, un plan que desconocía a Arista y abogaba por la reconstrucción del país en base a su propio proyecto de nación, visión del mundo y simple comodidad. Por el lugar en que fue redactado, el documento pasó a ser llamado Plan del Hospicio, el cual fue entusiastamente apoyado por los generalotes y caciques de siempre. Arista, sin un cinco en el erario y en manos de un Ejército con menos sentido de la lealtad que una banda de cholos, renunció.

Se le presentó así a los conservadores la oportunidad de forjar un México a su imagen y semejanza: después del desastre de 1847, era evidente que se requería una refundación nacional. Ésta podía ser monárquica, incluso francamente borbonista (como lo había propuesto, no lo olvidemos, el Plan de Iguala). Esto es, que un infante de España pasara a ocupar el trono de México, en vista de que en casi treinta años la República no había servido para maldita la cosa (no se enojen y vean la historia: en treinta años la República no había funcionado y había perdido medio país). Lo que la gente deseaba era orden, sin importar gran cosa quién lo impusiera. Las perspectivas para los conservadores se presentaban alentadoras.

¿Y a quién recurrieron los conservadores para llevar a cabo su proyecto? Pues a uno de los hombres más extraños y polémicos de nuestra historia: a Antonio López de Santa Anna, quien ya llevaba sus buenas diez veces siendo presidente de México (aunque entre todas no había gobernado ni cinco años… eso era lo que duraban los presidentes entonces). Para colmo, Santa Anna ni siquiera estaba en el país. Tras la catástrofe de 1847 se había refugiado en Colombia, en un pequeño pueblo llamado Turbaco. Ahí se había dedicado, como buen veracruzano, al cultivo del café, y a hacerse el benefactor: mandó empedrar la calle principal del pueblo (que hasta la fecha lleva su nombre) y construir una escuela primaria… en donde ocasionalmente daba clases. Uno puede imaginarse el surrealismo puro que entraña el aprender las reglas de ortografía siendo dictadas por el Quince Uñas. Total, que hasta allá fue una delegación de los conservadores a buscar a Santa Anna. Éste se hizo del rogar, la pensó un rato, y puso un montón de condiciones descabelladas, que fueron prestamente aceptadas por los enviados. Así que el Héroe de Tampico (como insistía en ser llamado… con cierta razón) regresó a México como adalid de la causa conservadora. Se suponía que tendría como asesor y freno a un notable intelectual del bando mocho, don Lucas Alamán.

Pero quiso el destino que Alamán muriera a las pocas semanas de que Santa Anna se hiciera cargo de la Presidencia, con lo que desapareció la única conexión que éste mantenía con la realidad. De ahí en delante su Gobierno se convirtió en un aquelarre irracional de represión y boato, en que se fusilaban inocentes sin decir agua va y se promulgaron algunas de las leyes fiscales más imaginativas de la historia humana, como el famoso Impuesto sobre el Uso del Aire Nacional, que gravaba puertas, ventanas, balcones y animales domésticos. Mientras Santa Anna y su dictadura se precipitaban en la locura, los conservadores se quedaban como el chinito, nomás milando, festejándole sus bufonadas y observando impasibles la forma en que la reputación de su causa se desplomaba como piano en precipicio.

La gota que derramó el vaso ocurrió cuando en diciembre de 1853 Santa Anna vendió un pedazo del desierto sonorense llamado La Mesilla… básicamente para solventar los gastos de su corte de oropel. En 1854 una auténtica rebelión popular, encabezada por un cacique prototípico del siglo XIX mexicano, Juan Álvarez, puso fin a aquel régimen demencial. Para entonces, la propuesta conservadora estaba tan desprestigiada que los liberales no tuvieron dificultades en hacerse cargo del changarro, redactaron la Constitución de 1857 y pasaron los siguientes diez años peleando contra conservadores y franceses para ponerla en práctica. Pero al fin se salieron con la suya.

Aquí la cuestión es que la historia pudo haber sido muy distinta. Y la pregunta es obligada: ¿qué tenían en la cabeza quienes recurrieron a Santa Anna? Si el tipo ya empezaba a presentar síntomas de la demencia en que terminó sus días, ¿para qué ir hasta Turbaco por él? ¿No había una mejor opción? ¿No tenían los conservadores un gallo menos paseado, menos desprestigiado, mínimamente cuerdo y presentable?

Por supuesto, Santa Anna había sido una presencia formidable en la joven vida independiente de México. Pero luego de tantas trastadas quedaban claras dos cosas: que el tipo no era ni liberal ni conservador, ni federalista ni centralista: era Santanista (y no precisamente seguidor del maestrazo Carlos Santana); y que era totalmente indigno de confianza. Entonces, ¿para qué ir a buscarlo a Turbaco? ¿Realmente creyeron los conservadores que con un sujeto así iban a promover su proyecto?

Más o menos lo mismo podemos preguntarnos con respecto a los conservadores mexicanos del siglo XXI: el viejo PRI jurásico, incapaz de zafarse de sus inercias históricas, empeñado en reconstruir la República mafiosa (Aguilar Camín dixit) que le han ido desmantelando con odiosa lentitud, y más ciego y sordo que Hellen Keller. ¿A quién recurre ese PRI añoso, premoderno, caciquil, rebasado por la historia y despreciado por una buena parte de la población ilustrada de un país cuya educación promedio es de segundo de secundaria… gracias a los 71 años de Gobierno priista? Pues a uno de los personajes más impresentables que pueda generar una clase política en descomposición y gangrenada por sus propios vicios: a Roberto Madrazo.

Como en el caso de los conservadores de 1852, uno se pregunta qué pasa por las cabezas de quienes se han empeñado en sacar adelante una candidatura despreciada por una mayoría de la población y una buena parte del mismo partido tricolor. ¿Es tanta la ceguera? ¿Se hallan tan alejados de la realidad nacional, son tan ignorantes de lo mucho que ha cambiado este país en los últimos veinte años?

Más aún: los conservadores del siglo XIX no tenían mucha amplitud de miras que digamos. Pero en el PRI (nos consta) se han formado cuadros modernos y modernizadores, jovenazos (y no tanto) dispuestos a un nuevo comienzo y con una visión del futuro del país que aborrece el corporativismo paralizante y la querella ideológica matadora de empleos y prosperidad. Pero, ¿en dónde están esos priistas? ¿Cómo dejaron que les ganaran el mandado los dinosaurios que, en el partido y el Congreso, han hecho todo lo posible por balconear sus miserias y vergüenzas? ¿Por qué no han levantado la mano y la voz para impedir que Madrazo y su camarilla encaminen al partido al suicidio político dentro de nueve meses?

Claro que algunos priistas notables (con todo lo que el término implica…) en estos últimos días han renunciado a seguirle el juego a Madrazo. Pero ¿hasta ahora? Y cuando el desastre ocurra (porque va a ocurrir), ¿qué hará el PRI? ¿Desgajarse, como profeticé aquí mismo hace un par de años (siete de diciembre de 2003: “…este partido se autodestruirá en cinco discursos; buena suerte, Elba”), cuando empezó a ocurrir esta ópera bufa? Y ¿es eso lo mejor para el país?

El PRI aún tiene un papel que jugar en el México contemporáneo. De eso no hay duda. Ni el país ni el partido pueden renegar de su historia. Pero por desidia, por cobardía, por pusilanimidad, los priistas han perdido una magnífica oportunidad de renovarse, encaminarse al futuro y cambiar sus malas mañas por una visión de partido moderno que tendría no pocas cosas que aportar. En vez de eso, fueron a Turbaco a buscar a su verdugo. Lástima por los chances perdidos, por ellos y por la nación. La historia no suele dar segundas oportunidades.

Consejo no pedido para vacacionar en Manga de Clavo: lea “Santa Anna, el hombre” de José Fuentes Mares; sobre el caos de aquellos años y del mismo autor, las “Memorias de Blas Pavón”; y sobre la construcción de la República mafiosa, lea “La conspiración de la fortuna”, de Héctor Aguilar Camín, novela interesante, aunque como que le falta, le falta… Provecho.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 180768

elsiglo.mx