La elección interna en el Partido Revolucionario Institucional llevada a cabo el pasado domingo 13 de noviembre y el momento en el que el candidato de dicho partido fue proclamado oficialmente, han presentado escenas inéditas en la historia del que hasta el año 2000 pudo ufanarse de ser partido invencible a partir de su fundación en 1929. Es de recordarse el alboroto que se formaba en ese momento mágico en el que los sectores integrantes del partido tricolor encabezados generalmente por Fidel Velásquez, se reunían en torno al presidente de la República: el fiel de la balanza a decir de López Portillo, para proclamar unánimemente y sin género de dudas que el “destapado” en ese acto tumultuario, era el mejor abanderado que podía existir en México para seguir conduciendo a la nación por esos caminos de progreso, democracia perfecta y justicia social que el partido de la revolución mexicana había conseguido para el país.
Esta vez no hubo destape: Roberto Madrazo casi al momento de haber sido elegido presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI ya lo había hecho en su propia persona, a falta de ese dedo decisor que desde Los Pinos determinaba quién sería su sucesor, con la aquiescencia de los sectores tradicionales del partido. Esta vez también cambió la folklórica espectacular y famosa cargada que en épocas pretéritas llegó a contemplar incluso momentos chuscos como cuando Alfredo Del Mazo se permitió filtrar el borrego del que el bueno en la sucesión de Miguel De la Madrid sería Sergio García Ramírez, lo que movilizó a todas las incondicionales huestes priistas hacia el domicilio del político jalisciense, sólo para que momentos después tuvieran que meter freno y reversa para encaminarse al hogar de Carlos Salinas de Gortari, a fin de cuentas el bueno en esa sucesión.
Esta vez la cargada ha sido dramática exigiéndose la muerte política de todo aquél que disienta del político tabasqueño, siendo la primera víctima la hasta hace muy poco tiempo compañera de fórmula de Roberto Madrazo para conseguir la presidencia del tricolor, Elba Esther Gordillo. Cambia rotundamente el escenario de la manifestación externa del otrora poderío interno en el PRI, dado que la elección llevada a efecto el pasado domingo 13, salvo en entidades como el Estado de México contempló en las urnas quizá a más representantes del partido cuidando las casillas que a militantes del PRI acudiendo a votar.
Lo que no cambia es el sentido medular de la disciplina partidista: todo está permitido: el enriquecimiento inexplicable de las ratas, la corrupción impune, el robo descarado al erario. Está permitido el cinismo, la mentira, la hipocresía, la traición a la palabra empeñada en sus relaciones políticas con otros factores de poder en el Estado, pero no la deslealtad con la cúpula del partido, así sea la cúpula una sola persona con ansias infinitas de poder personalista y con la obsesión desde hace ocho años de llegar a la Presidencia de la República a costa de lo que sea.