Nunca voy a entender a quienes rompen el orden legal, por el simple gusto de hacerlo. En una demostración de total ausencia de sentimientos, referimos en anterior colaboración, unos jovenzuelos atraparon a un indigente en una calle de Fresnillo, Zacatecas, quemándolo al rociarlo con gasolina después de tundirlo a golpes. Eran niños bien, de clase acomodada, que daban rienda suelta a instintos de barbarie sin reparar en que atentaban contra una vida humana, en donde se trataba de salir de lo rutinario, no encontrando otra manera de divertirse que martirizando a un pobre paria cuyo único pecado era el de no tener medios de defensa, en una sociedad segregativa. Dimos por hecho que el ejemplo de impunidad podía cundir si no se actuaba con mano firme para corregir a los aprendices de delincuentes. El principal implicado que con un cerillo dio nacimiento a una hornaza en la que sufrió las quemaduras la víctima, huyó fuera del territorio nacional.
Un hecho similar, con todas las características de salvajismo, acaba de ocurrir, el viernes 16 de este mes de diciembre, en Barcelona, en cuya nación, España, se dijo, en aquel entonces, cuando se incineró al de Fresnillo, hubo de refugiarse el criminal. Varios puntos coinciden. El victimado, una mujer pordiosera de 50 años, a la que los adolescentes golpearon sañudamente después de llenarla de improperios. La limosnera se había introducido en el local de un cajero automático para protegerse del frío. Era la madrugada de ese día. Los malandrines no traían el combustible por lo que hubieron de conseguirlo, lo que aprovechó la mendicante, ya golpeada, para cerrar la puerta del cajero. Los jóvenes urdieron una trampa consistente en hacer creer a la mendiga que se habían retirado y mandaron a un mozuelo, que no había intervenido en la agresión, a la que la confiada víctima le abrió la puerta creyendo se trataba de alguien que en verdad quería retirar alguna suma de dinero.
Un craso error que aprovecharon los otros jóvenes para irrumpir en el lugar, derramando el liquido inflamable sobre la menesterosa, que murió achicharrada. Según fuentes cercanas a la investigación, los jóvenes actuaron con la motivación única de divertirse mirando cómo las llamas devoraban a la mujer. Dos homicidios en que se resalta una cultura que rechaza a los desheredados de la fortuna, al tiempo que les hace presumir que estos no son personas por lo que pueden ser eliminados sin ningún miramiento no dejando en los jóvenes una secuela de remordimiento. Es una sociedad que en el fondo apoya estos desmanes considerando que la pobreza es una enfermedad social que hay que exterminar apercollando a los necesitados. Es seguro que los muchachos aprenden en sus casas que las personas pertenecientes a las clases marginadas no son seres humanos.
Dos puntos distantes de la geografía mundial, aparentemente sin ninguna relación. La misma técnica, igual leitmotiv, idénticas consecuencias, similar edad de los protagonistas, víctima semejante. Lo terrible, socialmente hablando, es que los autores evaden su responsabilidad con suma facilidad valiéndose de la ayuda de sus familiares y la apatía de las autoridades. Es considerada una travesura, cosas de muchachos, ya se les pasará al transcurso de los años, mientras déjenlos que se entretengan. Es, para esta sociedad consumista, una gracia, nada se ha perdido, a nadie le han hecho daño, el guiñapo humano que ha sido sacrificado se lo merecía, ha sido purificado, bastante favor se le hizo al acabar con sus penas en una pira. En vez de que la justicia persiga a los zagalos, entendamos que estamos preparándolos para un mundo donde, en un futuro cercano, los que habitan el arrabal deben desaparecer para que no nos avergüencen ante el turismo que nos visita. Los recursos que la industria sin chimeneas genera, están por encima de cualquier sentimiento humanitario. Es la filosofía que está pudriendo los cimientos de la convivencia social.