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Los seres queridos se van pero nunca se olvidan...

DIANA JANETH GONZÁLEZ ROLDÁN

EL SIGLO DE TORREÓN

FRANCISCO I. MADERO, COAH.- Hace calor. Desde la orilla de la carretera, ya sea a pie o aglutinados en una “troca” puede verse a hombres, mujeres y niños soportando la luz del sol mientras caminan cargados de flores; curiosamente para quien no puede olerlas. Es dos de noviembre. Los difuntos son visitados por familiares que vienen desde distintos ejidos a rendirles tributo.

En las orillas de la entrada al panteón de Alamito, los autos transitan lentamente, las áreas baldías están repletas y el lugar donde años atrás se usaba como estacionamiento ahora está cerrado con una malla metálica que encierra gran parte de la zona.

Un extraña mezcla entre el sufrimiento de recordar la pérdida del ser querido y la alegría de la verbena popular se respira en el camposanto mientras se convive con los muertos.

A los alrededores hay gente vendiendo flores, gorditas, refrescos, cocos, aguas frescas, tamales y lonches. No es raro ver a los niños masticar incansablemente los pedazos de caña de azúcar por doquier ni a los vecinos, que tras arreglar las tumbas, deciden reposar sobre la sombra de algún árbol en compañía de la familia a la hora de la comida.

“Se van pero no se olvidan, por eso venimos con devoción cada año, es el único día que viene uno hasta acá a ponerle agüita y arreglar un poquito”, dice Felipa García, quien hace cuatro años la mala fortuna le arrancó a su esposo de nombre Apolonio Montañés. Perdió la vida al sufrir un accidente en el vehículo en el que viajaba por carretera.

Felipa, sus dos hijas y su hijo, ponen flores de Sempoal alrededor del sepulcro que no cuenta con lápida. Pacientemente mojan el montón de tierra que se distingue de los demás por la cruz de madera postrada a la cabecera del difunto.

“En la misa pedimos por su alma, no hay día en el que no piense en él”, afirma Felipa, quien tiene su domicilio en el ejido Santo Niño de Arriba. Entre las cruces blancas y azules de las tumbas, hay algunas que lucen deterioradas. Las letras de los nombres de quienes yacen ahí ya no son visibles, han sido presa del abandono de los familiares que muchas veces emigran a otras ciudades o que ya los alcanzaron en el más allá.

Malla genera molestia

La malla metálica que se instaló hace días en lo que antes era utilizado como estacionamiento, causó molestia en las personas que asistieron al panteón de Alamito este año. “Está muy mal, se provoca mucho caos con esto, todo mundo está amontonado y no se puede pasar”, afirma el señor Mibzar Guerrero, vendedor de flores.

La circulación vehicular fue lenta y el espacio entre los transeúntes y el paso de los vehículos quedó demasiado reducido, por lo que los conductores iban a vuelta de rueda ante el temor de atropellar a alguno de los niños que soltaban de repente la mano de sus padres y se atravesaban a comprar globos o vasos con fruta. “Es molesto, la gente ahora batalla más, no hay por dónde pasen los carros ni agua con qué lavar las tumbas”, comenta Catalina Arriaga, una de tantas quejosas.

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