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Los sueños de Óscar Flores Tapia/Hora Cero

Roberto Orozco Melo

AÓscar Flores Tapia le gustaba soñar despierto, una costumbre adquirida en los duros días de su niñez. Al volver a su casa, después de ganar el pan de cada día para doña Julia Tapia, su madre ciega, solía reposar sobre la piedra del camino hacia el Cerro del Pueblo, en cuya ladera vivían. Desde allí contemplaba el paisaje de Saltillo, aspiraba el aire puro del valle y daba rienda suelta a las figuraciones de su tierno magín: ser poeta, escritor, periodista y político.

Óscar fue todo eso, pues soñar era para él un acto sacramental, siembra cotidiana en el fértil campo de su imaginación. Luego, por el cultivo de los libros y del trabajo, logró convertir aquellos sueños en importantes realizaciones públicas y personales.

Él sostenía que platicar los sueños ayudaba a verlos realizados; solía narrar lo que soñaba, los describía a sus compañeros de trabajo, y para que no se le olvidaran los escribía en modestos cuadernos de papel de imprenta, con lápiz para que los rasgos no se expandieran en la porosa superficie de las páginas. Se los leía a su madre invidente y después los compartiría, vehemente, con su esposa Isabel y sus hijos.

Muchos primeros versos escribió Óscar apoyado en la lisa superficie de algunas lápidas mortuorias de los viejos panteones de Saltillo, donde también se ocupaba a diario de la limpieza exterior de las tumbas. Ya adulto siempre tuvo una libreta a la mano, sobre el buró de su recámara, en su atestado portafolios o bajo la carpeta de su escritorio en la que hacía apuntes para sus novelas, para sus poemas, para sus investigaciones históricas.

“Soñar no cuesta nada”, también decía y por eso Óscar creaba a placer. Sin aquellos sueños no existirían sus libros de poesía, de narrativa, de ensayo literario y de historia; ni hubieran tenido concreción sus logros políticos, que fueron muchos y muy trascendentes.

Siendo gobernador de Coahuila, Óscar dijo un día: “Tuve un sueño: ví a Manuel Acuña declamando su Nocturno frente al Teatro de la Ciudad. Fue un sueño hermoso y lo vamos a hacer realidad”. Más tarde, en la antesala de su oficina de Palacio de Gobierno, anunciaba su presencia el escultor Cuauhtémoc Zamudio, autor de la estatua que hoy orna la plaza pública frente al Teatro.

Muchas otras cosas soñó Óscar Flores Tapia: igual pudo soñar también la colección de libros de la Asociación de Escritores y Periodistas editada por él durante los años 50. de éste Saltillo. Él pensaba que la cultura era el alimento espiritual del pueblo, apostaba por una poesía accesible a todas las personas, por la edición de libros con identidad coahuilense y por la intensa promoción de la música y las canciones, la danza, el teatro y las expresiones plásticas de los artistas de nuestro estado. Todo lo hizo en su circunstancia histórica; y todo se hace realidad ahora, día con día.

Su esposa Isabel Amalia, sus hijos y sus amigos también soñamos en una casa de la cultura donde los jóvenes saltillenses puedan abrevar en su gran biblioteca personal y sentir que de algún modo los proyectos oníricos inspiradores de su vida de poeta, de narrador, de historiador y de hombre público, logran permear en las nuevas generaciones de coahuilenses y mantener vivo su espíritu.

A veces, ha asomado al viejo Saltillo desde el balcón del edificio donde trabajó, hago memoria del amigo ausente y me pregunto, ¿Qué soñará Óscar Flores Tapia, ahora y donde sea que se encuentre, para su querida ciudad?

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