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Los 'trompos' y las 'colaciones' se resisten a morir

Quito, (EFE).- Aunque la tecnología parece amenazarlos de muerte, la elaboración de "trompos" (peonzas) y "colaciones" (dulces) se resisten a morir como oficios tradicionales, que aún ofrecen alegría y vida a la capital ecuatoriana.

El centro colonial de Quito los cobija, como si fuesen reliquias, junto a otros muchos oficios que no quieren sucumbir ante la poderosa maquinaria del libre mercado.

Allí están, por ejemplo, los peluqueros de navajas y los cosedores, que cada mañana se apuestan en la calle Imbabura para zurcir los trajes rotos o viejos.

También los restauradores de figuras de santos, como Rocío Carrión, que heredó de su padre el oficio de arreglar las imágenes de santos, pero que también sirve para curar a los humanos.

Y es que esta artesana sabe elaborar, como su padre, un aceite que "cura heridas. Si una persona viene con rasguños o moretones, le ponemos el aceite y en unos dos o tres días desaparecen las cicatrices. Lo mismo ocurre con las tallas", asegura.

'El Rey del Trompo'

Pero es Jorge Rivadeneira Granda quizá el artesano más famoso de Quito, no sólo porque viene de una familia de reconocidos carpinteros, sino porque le apodan "El Rey del Trompo".

A los 74 años de edad, Rivadeneira recuerda que desde los 12 elabora trompos de madera (peonzas), que parecen salir de sus manos como si fuesen un acto de magia.

Además, asegura que es el más fabuloso "bailador de trompos", pues se conocen más de 30 formas de hacerlo.

El oficio lo heredó de su padre y abuelo, por eso que Jorge sigue aplicando las técnicas que han convertidos a sus trompos en los más solicitados del mercado.

Para demostrar su habilidad de artesano, toma un trozo de madera, lo coloca en un torno fabricado por él mismo y empieza a moldearlo con una serie de cuchillas.

En menos de seis minutos, el trompo aparece a la vista, antes de ser pulido y decorado y de que Rivadeneira, que se toma un par de minutos para comprobar su rotación, asegure que "el cliente siempre sale satisfecho".

Si el comprador se lo pide, empieza a envolver el trompo con el cordel para demostrar todo lo que puede salir de ese pedazo de madera que ha cobrado vida en sus manos.

Entre sus suertes más vistosas está la "varita mágica", una vara delgada de un metro que sostiene entre sus labios, mientras en el extremo superior el trompo gira sin descanso.

Su repertorio incluye "el bolígrafo", "la maravilla", el "teleférico", "baile en la uña", "nace bailando", "los quiños", "cascaritas", "baile en la terraza (cabeza)" y otros muchos nombres con los que ha bautizado sus ejecuciones.

Jorge Rivadeneira muestra con orgullo un pergamino que le designa como "campeón mundial del trompo" y asegura que ha dejado perplejos a varios de los mejores ejecutores del kobe, una técnica parecida con mucha tradición en Asia.

A pocas cuadras de su pequeño taller se encuentra el de su amigo Luis Banda, el único que queda en la ciudad en la elaboración de "colaciones", unos pequeños dulces redondos rellenos de maní o almendras, símbolo de las antiguas generaciones quiteñas.

"No hay quiteño de cepa que no haya probado mis colaciones", asegura Banda, que aún conserva un viejo pailón de bronce, heredado de sus padres, que le enseñaron el oficio.

"Este oficio no es para hacerse rico, pero alguien tiene que hacerlo y yo lo hago con amor; ese es el ingrediente secreto de las colaciones", afirma convencido que sus clientes no lo abandonarán.

En la elaboración de las colaciones, Banda utiliza azúcar, maní o almendras, agua y ciertas esencias que las mantiene en secreto.

Hierve el azúcar con el agua hasta tener una jalea melosa; luego coloca el maní o las almendras en el pailón y las va untando con la miel, mientras mueve como péndulo la sartén gigantesca hasta que aparezcan las bolas de dulce.

Mientras hace los dulces, decenas de personas se acercan a su puerta para llevar los manjares. "Vienen de todas partes, hasta de España me hacen pedidos muchos emigrantes", asegura con orgullo.

Tanto Luis Banda como Jorge Rivadeneira y Rocío Carrión se niegan a dejar que sus oficios se extingan y remarcan que la tecnología no los vencerá ni sacará del negocio.

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