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Los viejos vicios

Gilberto Serna

Al final de los días de la pasada semana hubo dos notas, de primera plana, una iba en medio de la otra, que la rodeaba como una cara a su propia nariz, pues ambas eran de índole electoral referidas a los pretendientes a cargos de gobernador y de alcalde. En una de ellas se vislumbra que hay riesgo de fractura en el Partido Revolucionario Institucional dada la ausencia de reglas que pongan orden en las adelantadas campañas -síntoma inequívoco de que se les queman las habas- para acceder a los palacios de Gobierno, con un gasto suntuoso, que realizan algunos de los precandidatos aspirantes a convertirse en abanderados del tricolor que los puede llevar a despachar en el segundo piso del remozado Palacio Rosa. En la segunda de las notas, que más ha dado pábulo a críticas, por tratarse de jóvenes políticos, ajenos, se supone, a los viejos vicios del pasado, se niega que las pintas en bardas, espectaculares y pegatinas tengan como objetivo promocionar su imagen pública con miras a las próximas elecciones a alcaldes. Uno de esos legisladores muestra su novel presencia en estas lides manifestando, con actitud arrogante, la misma que debe haber usado el rey Midas, que tiene dinero para derrochar como quiera, con ánimo, dice él, de que la gente sepa quién es y qué hace.

Los representantes populares dan la impresión de tener cubiertos los ojos con anteojeras, como los matalotes de pica que salían al ruedo en las corridas de toros, pensando que los demás no se enteran que los anuncios magnos tienen un objetivo más allá de dar a conocer sus rostros, que es el de promocionar su imagen buscando se les considere como futuros candidatos atendiendo, no a sus méritos como políticos, que puede los tengan, sino a su capacidad económica para promocionarse, señalando, como la mentira más grande que se haya dicho alguna vez, que sólo se trata de dar a conocer labores legislativas. Me pregunto ¿cuál sería el objetivo de negar lo que es evidente? Los electores esperan que los candidatos, del partido que provengan, cualquiera que sea su pretensión, sean humildes, sencillos y modestos, hablen con la verdad, se expriman los sesos, aviven su cacumen y echen a andar su creatividad mediante el esfuerzo de sus neuronas, hasta encontrar la fórmula mágica que les permita sin disimulos acercarse al pueblo. La mendacidad no es buena para ese propósito.

No acabo de entender. Los tres son jóvenes, que con esa contestación se muestran como fogueados políticos de corte antiguo que negaban con insolencia lo que estaba a la vista de todos. Es en la juventud donde residen los principios que nuestros políticos hace largo rato perdieron, ocasionando que los ciudadanos al retirarse de las urnas, dieran paso al abstencionismo. Nada cuesta reconocer cuál es el rumbo de sus aspiraciones. El pueblo esperaría que haya pasado, sin dejar discípulos, la amarga experiencia de que quien erogó cuantiosas sumas, prometiendo cambiar al país y publicitándose como la mejor opción, engañando y decepcionando a la comunidad. Es difícil que vuelva a creerse en candidatos cuyo única estrategia está en gastar, gastar y gastar prometiendo el oro y el moro. Lo digo por un sentido común, no le tengamos miedo a los excesos de la democracia, temamos a la demagogia.

De lo que no están enterados es que los tiempos han cambiado. Aquéllos en que se voceaban como si fueran jabones de olor que necesitaban publicitarse para venderse, están inmersos, quiéranlo o no, en un país que pasa por la peor crisis de su historia. No sólo la económica, sino también la de valores éticos. Por eso cuando dicen que sus carteles no son propaganda con fines electorales, no se les cree. No se confíen en el hecho de que hubo un pasado en que los farsantes eran creídos, aplaudidos y adulados.

La ausencia de moralidad que era propia de los políticos carentes de escrúpulos, ha logrado al fin golpear la credulidad de la ciudadanía. Si a lo anterior le agregamos que los próximos comicios aquí en Coahuila serán los más peleados de su historia, como nunca antes se haya visto, tendremos lo que por derecho merecemos. Los cresos que despilfarran fortunas serán contrariados por un pueblo al que los problemas le han enseñado, sino a saber a quién necesita, sí a quiénes no necesita. En fin, los enormes letreros de céntricas azoteas no le dicen al pueblo nada, como no sea que los que ahí aparecen pueden gastar sumas enormes de dinero.

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