Aquí en nuestra entidad federativa las urnas están hambrientas de votos. Se han preparado minuciosamente para pasar el examen del próximo domingo con excelencia. Desde aquellos receptáculos que no dejaban mirar en su interior, en los tiempos del Pleistoceno, a principios de la era Cuaternaria, cuando los Mammuthus Imperator merodeaban por estos rumbos y apareció el hombre de Cromagnon, el de Neanderthal y el Homo Erectus, eran simples cajas cuadradas de cartón a las que se les hacía una ranura, como traen en el lomo los cochinitos que antaño servían de alcancía, vendidos en las alfarerías, para que los niños guardaran sus ahorros, hasta llegar a esta época en que orgullosas muestran lo que contienen por sus cuatro lados transparentes, aunque los mapaches electorales se hayan dado sus mañas para cambiar los resultados. Antaño rellenando las ánforas con boletas, actualmente comprando previamente los votos de los electores. ¿Que si me consta?, preguntaría un atrevido elector, le contestaría: ¿a usted le consta que las aves tienen plumas? Por lo que las elecciones en estos días, al igual que ayer, ¡O tempora! ¡O mores!, tienen de diáfanas lo que yo tengo de monje trapense.
Ante esta advertencia, no podemos esperar mucho. Los dinosaurios resisten extinguirse. A pesar de ser organismos poiquilotermos, han sobrevivido a los cambios de temperaturas en una era geológica que no les corresponde, practicando un tipo de antropofagia ritual, en que devoran el cerebro de los que perecen por la edad avanzada o cualquier otra causa, pensando que con ello asimilan sus cualidades genéticas. Dicen que los tiempos pasados fueron mejores. De ahí que se sigan las mismas prácticas cuando hay que renovar autoridades, aunque haya ocasiones en que encuentren que la cavidad craneal de los políticos no contenga sesos sino apenas una materia oscura parecida a heces fecales. El único cambio que ha habido es que antaño un solo partido seguía la tradición, generación tras generación, de alterar los resultados, en veces groseramente, robando urnas que contenían papeletas con un resultado adverso. En los días que transcurren, un bulto de cemento, unas láminas de cartón y una despensa logran resultados sorprendentes. El único cambio es que los partidarios de los candidatos han igualado su fraudulento desempeño, sean del partido que sean, siempre que cuenten con dinero de las arcas públicas.
En unas horas más habrá la oportunidad de que los ciudadanos demuestren la madurez cívica que hayan alcanzado en los últimos años, sabiendo distinguir los buenos propósitos de lo que sólo es demagogia. Sí, es cierto, todos hablamos de democracia, pero ésta no se presentará si permanecemos en casa rumiando nuestras desgracias, absteniéndonos de emitir nuestro voto, mientras unos cuantos deciden por nosotros. Necesitamos traerla a nuestra ciudad votando por el candidato que nos haya llenado el ojo. Recuerden que dándole legitimidad podremos exigirle. Ya hubo un cambio, que alimenta las posibilidades de que la gente esté interesada, por primera ocasión aquí en Coahuila, tratándose de la gubernatura, los candidatos le han puesto vehemencia a sus campañas, como si su futuro, en efecto, dependiera de la voluntad de los votantes. Hagamos que sea así, no quedemos mal. En el voto de cada uno de nosotros está el remedio para curar esa enfermedad que se llama inhibición, que reprime el ejercicio de nuestra libertad de escoger al gobernante que más nos acomode.
Hoy volvemos a las mismas prácticas de un pasado que no dejó gratos recuerdos. Los dos partidos mayoritarios llevando el mayor número de partidarios a los actos de cierre de campaña que, al igual que las encuestas, pretenden embaucar al futuro votante mostrándole una popularidad que está muy lejos de ser verdadera. Unos en la plaza pública en tanto que otros lo hacen en un local al aire libre, ambos con conjuntos musicales, bailando con desenfreno. Los discursos son los de siempre. Si pudiéramos viajar en el tiempo, varios lustros atrás, nos daríamos cuenta que poco ha variado el quehacer político. Los rumores se han dejado sentir tratando de sembrar la inquietud de quienes han decidido salir el domingo a sufragar en compañía de todos sus familiares, aprovechando la fiesta cívica. Algunos están interesados en que las personas se abstengan de votar en una estrategia que no alcanza a ocultar la intención de que sólo voten los electores comprometidos. Estos grupos abominan los votos libres, los asustan, los ponen a temblar.
Nota bene.- ¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!, exclamación de Cicerón, contra la perversidad de los hombres de su tiempo.