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Luis Echeverría

Juan de la Borbolla

Luis Echeverría Álvarez podrá ser a sus ochenta y tres años de edad un poderoso personaje, como para ser intocable por la justicia mexicana por su presunta participación en los sangrientos acontecimientos del Jueves de Corpus de 1971, según el fallo judicial de la magistrado Herlinda Velasco. Sin embargo, el juicio que una buena parte de los mexicanos seguimos teniendo de su terrible gestión presidencial en el sexenio 1970-1976, lo ubica como uno de los presidentes que más daño ha hecho a México a lo largo de su historia.

Con Echeverría el poder presidencialista del caudillismo sexenal alcanzó niveles de autoritarismo dictatorial pleno. Es de recordar el control absoluto que ejercía ese político en todos los campos de la vida nacional, manejando según sus personalísimos criterios desde la industria fílmica a través de su hermano el pésimo actor Rodolfo “Landa”, hasta las finanzas públicas tras la denigrante renuncia que obligó al digno secretario de los inicios de su sexenio: Hugo B. Margáin.

Por ello en los seis años de su mandato terminó ese mundialmente famoso milagro económico mexicano, que de la mano de Antonio Ortiz Mena había alcanzado niveles de estabilidad y crecimiento sostenido que asombraban a propios y extraños, pero por el ansia desmedida de poder del echeverriato nos condujo a esa crisis económica de la Docena Trágica, con la que la más reciente generación de mexicanos se ha acostumbrado ya a sobrevivir.

Ese “estilo personal de gobernar”, ampliamente criticado por don Daniel Cossío Villegas durante el sexenio mismo de Echeverría, condujo al país a un auténtico torbellino de inestabilidad política económica y social cuyos últimos tres meses de sexenio fueron literalmente de auténtica locura colectiva, por el poder absolutizado que ejerció el famoso LEA y su folklórica esposa: la “compañera” María Esther.

Ese estilo personal de gobernar consistía simplemente en el anhelo de acumular el mayor poder personal posible, procurando por ejemplo que la mayor parte del Producto Interno Bruto fuese generado y controlado por dependencias gubernamentales o paraestatales en cuya adquisición Echeverría y López Portillo dilapidaron buena parte de los multimillonarios recursos en dólares de que se disponía o con los que endeudaron al país, con el consiguiente problema de deudas internas y externas multimillonarias, inflaciones, devaluaciones, ruinas patrimoniales y familiares que estas medidas de ambición del poder personalista trajeron consigo en su tiempo y de las que ha costado un ingente esfuerzo productivo de muchos años y muchos millones de mexicanos poder superar.

De esa responsabilidad nunca podrá ser exonerado Echeverría.

Sus influencias en las distintas esferas de los tres poderes de la Federación lo podrán exonerar de juicios legales entablados contra él por su innegable participación en genocidios como el del dos de octubre de 1968 y del diez de junio de 1971, el primero en su carácter de secretario de Gobernación, el segundo en su calidad de presidente, pero el juicio público respecto de su nefanda labor presidencial lo tiene marcado para millones de mexicanos.

BENEDICTO XVI

El pasado 19 de abril surgía esa famosa “fumata bianca” que anunciaba “urbi et orbe” la elección por parte del Sacro Colegio Cardenalicio del nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en la persona del cardenal Joseph Ratzinger, a partir de esa fecha Benedicto XVI.

El pasado 28 de julio se cumplieron por tanto 100 días del nuevo pontificado, tiempo suficiente para constatar que el Papa de origen alemán, al que algunos tachaban de distante y frío, ha sabido ganarse el cariño de los católicos a través de esa manifestación continua, natural y espontánea de su profunda sabiduría, serenidad, alegría interior y sobre todo humildad. Paz y unidad son las palabras que más ha repetido en las múltiples alocuciones públicas que ha pronunciado, constatándose esa humildad sincera y auténtica en esa reiterada referencia que hace al pontificado de su predecesor Juan Pablo II del que ha dicho en innumerables ocasiones que dejó “una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro” y del que declaró iniciado su proceso de beatificación en este lapso.

La unidad plena y visible de todas las Iglesia cristianas ha sido desde un primer momento compromiso prioritario para el Obispo de Roma. En los primeros cien días de su pontificado, el Papa se ha reunido con representantes de más de cien confesiones religiosas. En su primer discurso se comprometió a no escatimar esfuerzos para proseguir el “prometedor diálogo” emprendido por sus predecesores, “con las diferentes civilizaciones, para que de la comprensión recíproca nazcan las condiciones para un futuro mejor para todos”.

Más tarde, ante los representantes de las diferentes confesiones, confirmó este compromiso “irreversible” de la Iglesia católica e hizo un llamado para que los creyentes de todas las religiones se conviertan en promotores de paz. Ese mismo tema de la búsqueda incansable de la paz en el mundo fue incluso lo que le llevó a asumir el nombre de Benedicto, en honor a su predecesor: Benedicto XV: el “Papa de la paz”. Así al recibir al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, recordó que es “particularmente sensible al diálogo entre todos los hombres para superar todas las formas de conflicto y de tensión y para hacer de nuestra tierra una tierra de paz y de fraternidad”.

Por otra parte la gran sabiduría teológica combinada con la profunda piedad y vida de oración de Benedicto XVI le ha llevado a dedicar parte de sus mensajes públicos a la consideración de la Eucaristía “como el corazón palpitante de la vida de la Iglesia”, y ha recordado que la vida eucarística es “una necesidad, no una obligación para los cristianos”.

De ese modo ha continuado ese legado de Juan Pablo II al pueblo católico al declarar el presente año de 2005 año de la Eucaristía y preludio del Sínodo de obispos del próximo mes de octubre donde este tema se considerará de manera especial.

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