Este pequeño duraznero floreció como el amor: de la noche a la mañana. Juro que ayer lo vi sin hojas y sin flores, y hoy que pasé frente a él me saludó con el verdor de sus primeros brotes y el rosa desvaído de sus pétalos.
El infantil duraznero nos anuncia que la próxima visita que recibiremos será la de la primavera. A lo mejor se engaña, y viene una helada inverniza a tronchar la esperanza de su fronda y su temprana flor. Pero el árbol niño ya nos dio la alegría de haber vivido, y en años venideros será promesa y fruto.
Los otros árboles duermen todavía. Conocen el difícil arte de la espera. Pero el primero que nos dio su amor fue, con su prisa, esta suave criatura vegetal. Aunque luego se vaya estará aquí. Dure lo que dure, el duraznero durará.
¡Hasta mañana!...