El verde es muchos verdes. Hay más verdes que todos los azules y rojos y amarillos puestos juntos. Hay verde verde, pero hay también verde limón, verde botella, verde Nilo, verde mar, verde olivo, verde bandera, verde petróleo, verde seco, verde manzana, verde esmeralda, verde glauco, verde jade... Y tantos verdes hay que de seguro otro vendrá mañana y me dirá verde de enojo: "¿Por qué a mí no me mencionaste?".
Yo digo que además de todos esos verdes debería haber otro que se llamara "verde niño". Es el verde que ahora tienen mis nogales. Es un verde tímidamente verde, vacilantemente verde, esfuminadamente verde; un verde apenas verde, un verde que es casi casi verde, que no tiene el verdor del verde todavía.
Yo miro mis nogales, que quieren ser verdes y no lo consiguen plenamente, y pienso en los primeros días de la creación, y se me ocurre que todos los días son el primer día de lo creado, que todo se está creando aún, que cada nuevo día todo es nuevo, y siento la permanente novedad de la vida, pintada siempre con el verde niño de mis nogales que están -igual que yo- en el primer día de la creación.
