Llegó sin avisar y me dijo de buenas a primeras:
-Tú no me conoces.
Le pregunté:
-¿Quién eres?
Y me dijo:
-Soy la palma de tu mano. Oigo que a veces dices: "Conozco este lugar como la palma de mi mano". Pero si te pregunto cómo soy, estoy segura de que no podrás describirme.
Reconocí que eso era cierto. Jamás me he puesto a ver la palma de mi mano. En verdad no la conozco.
-Y ¿qué puedo hacer por ti? -le pregunté.
-Conocerme -dijo ella-, para que sin mentir puedas usar la frase: "Conozco esto como la palma de mi mano".
Dediqué, pues, varios días a conocer la palma de mi mano. Ahora puedo decir que conozco la palma de mi mano como la palma de mi mano.
¡Hasta mañana!...