Un hombre inventó una palabra, la palabra "plúmbago".
¡Qué hermosa palabra esa! "Plúmbago"... Salía de los labios como una bengala con acento esdrújulo. "¡Plúmbago!". Cuando las cosas oyeron la palabra se detuvieron en sí mismas, y en todas partes se oyó la voz inédita.
Había un problema, sin embargo. Aquel bello vocablo no designaba nada. Las palabras deben servir para algo, aun las más hermosas. Entonces Dios inventó una flor, del mismo modo que el hombre había inventado la palabra, y ahora el tenue azul del plúmbago es nostalgia de cielo en el verde claro del jardín.
Esto lo cuento porque generalmente primero son las cosas y luego las palabras que las nombran. En el caso del plúmbago, sin embargo, primero fue la palabra y luego fue la flor.
¡Hasta mañana!...