Voy conduciendo mi automóvil. Quizá caigo en jactancia al decir eso, pues siempre es mi automóvil el que me conduce a mí.
Veo a un hombre joven que lleva de la mano a un anciano. El muchacho tiene aspecto de albañil; el hombre viejo -seguramente su padre- es campesino, y camina con dificultad.
Van a cruzar la calle. Se detienen los automovilistas para darles el paso, y me detengo yo también. Con cariñosa solicitud el joven ayuda a su padre a atravesar. Al llegar al otro lado el anciano se toca ceremoniosamente el ala del sombrero para darnos las gracias por la cortesía.
El día se me ha alegrado al ver aquello. No he visto cualquier cosa; he mirado tres cosas de valor: el amor filial, el agradecimiento de quien recibe un bien, y la consideración y respeto a la mayor edad. Ver eso en estos tiempos es ver mucho.
¡Hasta mañana!...