La creciente del río tumbó el puente y no pudieron ya los hombres pasar a la otra orilla.
Cuando llegó San Virila los incrédulos se burlaron de él.
-Eres como nosotros -le dijeron-. ¿Puedes acaso pasar al otro lado?
San Virila, irritado, hizo un milagro: tomó un rayo de sol y lo tendió sobre el abismo. Luego, con gesto desdeñoso, empezó a cruzar sobre el puente de luz.
Boquiabiertos miraban aquel prodigio los infieles. Ya iba a llegar el santo a la otra orilla cuando de súbito surgió una nube y tapó el sol. Desapareció el puente que había tendido San Virila, y el pobre apenas alcanzó a cogerse de unas ramas para no caer. Lleno de susto trepó hasta poner el pie en lugar seguro.
-Vaya broma, Señor -masculló con enojo alzando la mirada al cielo-.
-Virila, Virila -le respondió el Señor-. Debes aprender que los milagros son actos de fe, no de circo. El milagro mayor que puedes hacer es hermanarte con tu prójimo, y sólo ser mejor que él para ayudarlo.
¡Hasta mañana!...