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M I R A J E S

L U N E S

Antes, según recuerdo, todo eran comidas y cenas para arreglar en ellas los más diversos asuntos que se nos iban quedando pendientes de solución, hasta que llegó un momento en que hubo que pensárselo dos veces porque fueron volviéndose problemas, éstas porque propiciaban

libaciones que solían acarrear conflictos familiares, y aquellas porque echaban a perder las tardes.

Se recurre, pues, en la actualidad con mayor frecuencia a los almuerzos, que son ligeros y suceden a una hora en que el cuerpo no anda

todavía inspirado para beber. En estos desayunos o almuerzos, en cuanto te sientas ya te están amenazando con el café. Esto le hubiera dado mucho gusto a Bismarck. A este politicazo prusiano alguien le dijo alguna vez, viéndole tomar, una tras otra, varias tazas de café, que el café era un veneno lento. A esto contestó el Canciller diz que de hierro, que seguramente lento lo era, porque él llevaba ya una porra de años tomándolo sin que hasta aquella fecha le hiciera efecto.

Y Voltaire, tan amado que fue de mi compadre Moreno, (q.p.d.) alguna vez escuchó que alguien le decía: ?¡Que se va usted a matar tomando tanto café! Y él contesto: ?Si es por eso, entonces yo nací matado.?

M A R T E S

Seguramente todos tenemos en nuestras vidas algo que queremos olvidar, como tenemos algo que quisiéramos tener presente siempre. Y no

es que lo primero sea algo pecaminoso, ni mucho menos. Pudiera ser, por ejemplo, algo que nos haga ver ridículos frente a los demás, o cualquiera

otra tontería por el estilo.

Hay medicamentos que sirven para recordar, y no son pocos. Pero, no los hay, que yo sepa, que sirvan para olvidar. Hace muchos años leí, creo

que en Azorín, que cuando Ulises estuvo en el país de los lotofagos, él y sus amigos comieron lotos, que hacía olvidar las penas. Y resulta que cuando esto recordaba el escritor español, uno de los suyos quería, precisamente, olvidar algunas suyas. Pero resulta que en París, en donde entonces se encontraban, no había un loto ni para remedio, y eso que París, capital del

mundo, como era entonces, tenía fama de tener de todo, pero, no tenía lotos, acaso para comprobar la regla que exige la excepción.

Preguntando por todas partes, aquel amigo de Azorín encontró su loto. Se lo vendió y bien caro, un mago. Pero, resulta que, entonces, cuando

ya lo tenía, no pudo comérselo, porque el loto no era selectivo, y no sólo hacía olvidar las penas de amor, que era lo que su comprador quería sino

todo, es decir, la patria, la familia, los amigos, los sabores, los olores . . . y ¡así no, así no!

M I E R C O L E S

No sé si te suene el nombre de John Pierpont Morgan. Si te pregunto sólo por Morgan, seguro que algo has oído de él. Es un producto netamente del ?otro lado?, como solemos decir nosotros. A un hombre que estaba preguntando el precio de un yate de vapor le dijo un día: ?Quienquiera que haya de preocuparse por el coste, mejor es que no lo compre.?

Se dice que siendo un niño jugaba ya a finanzas con su familia de gentes acomodadas, cuando los otros niños jugaban a los trenecitos.

Siendo joven compró un cargamento de café por propia iniciativa, cosa que causó un verdadero pánico entre sus jefes, hasta que se enteraron

de que había llegado a un acuerdo para vender todo el café con un margen de ganancia incluso antes de efectuar la compra. Su verdadera empezó en los tiempos turbulentos que siguieron a la guerra civil, cuando el individualismo duro y aquello de ?vaya yo bien y los demás que se apañen? estaban a la orden del día.

Se aseguraba que un puñado de banqueros de Nueva York, con Morgan a la cabeza controlaba el dinero, el crédito, las grandes industrias y

los ferrocarriles, es decir, la mayor parte de la economía de Estados Unidos.

Afirmaba que la primera cosa era el carácter. y cuando le preguntaban que si antes que el dinero y la propiedad, replicaba: Sí señor, Antes que el

dinero y todo lo demás. El dinero no puede comprarlo.

J U E V E S

Con don Elías Murra Marcos el destino se mostró inflexible. Nacido para desempeñar en nuestro comercio local un lugar preponderante, de nada

le valió aspirar en su adolescencia a ser ingeniero.

Su propia salud, siempre de hierro, le metió una zancadilla cuando estudiaba secundaria en el Ateneo Fuente de Saltillo.

De regreso a Torreón aceptó que su destino era el comercio. Su propio padre se lo enseñó, lo mismo que la férrea disciplina que fortalecería para siempre su voluntad de triunfo, requisito sin el cual no es posible soportar los fracasos y menos aún los triunfos cuando llegan.

Hombre sencillo y sin alardes, trabajador infatigable, don Elías fue haciendo la Historia de una de las negociaciones más representativas de

nuestra ciudad.

Tuve la oportunidad de conocerlo tanto por haber sido presentado a él por un mutuo y buen amigo regiomontano como por haber sido, un par de años después socios del mismo Club de Leones, en el cual él siempre fue un miembro distinguido por las obras en que participó.

Fue un hombre ejemplar, con tal capacidad y potencialidad de adaptación que, aún no haciendo lo que a él le hubiera gustado hacer (él, como muchos de ustedes saben, quería ser ingeniero) hizo, brillantemente, lo que su destino quería que hiciera.

V I E R N E S

Hay una necesidad que persigue al hombre a donde vaya. Esa necesidad es el dinero. Podemos salir un día, o todos los días, con el cerebro sin nada en sus enredijos, y hasta con el corazón hecho pedazos, pero no se puede salir con

la bolsa seca.

Esta por verse, nadie que a allá haya ido ha vuelto para informarnos si San Pedro está donde está para decirnos pase, o para decirnos: ¡Oye, oye, tu

boletito de entrada!

La cuestión es que el dinero se invento para las bolsas, porque si no, ¿para qué los bolsillos?

El dinero es la única necesidad permanente. Naces con ella. Que en tus primeros años no te des cuenta de ello, porque otros pagan por ti, es una cosa. Pero siempre, más tarde o más temprano llegara el momento que los que más te quieren - y a lo mejor es por eso ? te digan que con dinero baila el perro o alguna cosa por el estilo; es decir, que hay mil maneras de hacer dinero, pero que nadie puede quedar exento de hacerlo. La manera sólo importa si fracasas, es decir, si hagas lo que hagas para hacerlo no lo logras.

Para ganarlo unos como que tienen un don natural, y lo gana de cualquier manera, otros no lo ganan ni yendo a bailar a Chalma.- Así es la

vida.

S A B A D O

El rumano Busuioceanu nos cuenta de un poeta que se ve al espejo y encuentra que se parece a un fauno. La idea le produce placer y la confirma

de vez en cuando. Le parece descender de los silvestres de Grecia.

Examinándose un día nota algo: ?No me faltan más que los cuernecitos, dice. Vuelve a mirarse al espejo y encuentra algo más: Bajo la barbilla, a la izquierda, a mitad del camino entre la oreja y el

pescuezo, aparece un bultito pequeñito y negro como un grano de café.

Como está colgando allí precioso e inútil, diríase un pendiente mal colocado; y de la punta del pendiente, un mechón largo y peludo, brota un oasis perdido en un desierto.

El poeta lo coge entre sus dedos y lo tuerce cariñosamente. Luego, moviendo con destreza el cuero cabelludo, las orejas y el hocico, para hacer el último ensayo, sonríe coquetón de si mismo y piensa:

?¡Un fauno con un lunar!?

Y D O M I N G O

La fortuna no cambia a los hombres, solamente les quita la máscara.

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