L U N E S
El escritor francés Louis Ferdinand Celine, hablando de la trivialidad de la vida decía: ?No nos hagamos ilusiones; la gente nada tenemos que decirnos. Sólo nos hablamos de nuestras penas. Intentamos deshacernos de la pena en el momento del amor, pero no es posible y la guardamos entera y otra vez intentamos colocarla en alguien. Y después intentamos presumir de habernos deshecho de la pena, pero todos sabemos que no, que la hemos guardado toda para nosotros.
Y al envejecer nos volvemos feos y repugnantes, y ya no podemos disimular la pena, la derrota, y acabamos por tener el rostro lleno de esta repugnante mueca que tarda veinte o treinta años en subir desde el vientre hasta la cara. Esto es el hombre: una mueca que necesita todo el tiempo de una vida para confeccionarse, y que aun a veces no se acaba de formar de tan pesada y complicada como es la mueca que habría que hacer para expresar toda el alma sin dejar nada.
Hay gente que cuando otros le hacen alguna cosa fea, parece que se indignan mucho, pero hacen trampa. Es un esfuerzo. En el fondo, tanto se les da.
Ser viejo es caer en el desierto, en el abandono, allí donde nadie ha de hacer caso ni escucha. Los otros ya se han quedado con todos los papeles en el reparto?.
M A R T E S
No recuerdo dónde he leído por primera vez de unas perlas que, en cierta ocasión, Cleopatra disolvió en vinagre y se las tomó así. Plinio refiere este hecho de la siguiente forma: Cleopatra le ofreció a Marco Antonio una comida de seis millones de sestercios. Era imposible gastar tanto dinero en una sola comida. Marco Antonio apostó a que no era posible, Cleopatra aceptó la apuesta y nombraron a un tal Planco como juez de la apuesta.
La comida que Cleopatra ofreció a Marco Antonio era más o menos como todas. Cleopatra llevaba dos gruesas perlas colgadas al cuello. Y le preguntó a Planco:
¿Cuánto pueden valer estas perlas?
Cinco millones de sestercios cada una, lo menos.
Cleopatra se descolgó una perla, la dejó caer en una copa y llenó la copa de vinagre. Un rato después, la perla se había disuelto en el vinagre.
Cleopatra se lo bebió. Cuando iba a disolver la otra perla, Planco le detuvo el brazo, diciéndole:
-No hace falta. Has ganado.
Y Marco Antonio lo reconoció también. La otra perla fue ofrecida a la diosa Venus y quedó colgada del cuello de la estatua de la diosa que estaba en el Panteón (templo consagrado a los dioses romanos).
M I E R C O L E S
Bernard le Bovier Fontenelle, escritor francés famoso por sus tratados de divulgación científica que nació en 1657 y murió en 1757, es decir que vivió cien años, estaba un día con otros invitados en el jardín de una casa noble. El dueño de la casa les explicaba las perfecciones de su jardín. De un arriate todo en flor, les dijo:
No nos acerquemos. Está tan cuidado que merece todo nuestro respeto. Y los hombres sólo de lejos sabemos respetar como es debido.
Fontenelle protestó:
No me gustan esas cosas que tanto respeto merecen. ¿Qué pensarían de nosotros las damas que nos acompañan, si las respetáramos así?
Y una de las damas le dio la razón:
Tiene razón Fontenelle. La única falta de respeto que no perdonan las mujeres es el excesivo respeto.
Le preguntaban sus amigos si podía establecer diferencias entre lo bueno y lo bello. Y les dio ésta:Lo bueno necesita demostración; lo bello, no.
Le hacían esta objeción: Pero nada es bello igual para todo el mundo. Desde luego que no. Porque la belleza, más que en la cosa, está en los ojos del que la mira. Y la naturaleza ha sido lo suficientemente rica para dar ojos distintos a todo el mundo.
J U E V E S
Una cosa es la muerte y otra cosa son los muertos. La muerte sucede y ya; pero los muertos no se van así como así, y menos los que han vivido su tiempo en este mundo, el suficiente como para haberse acostumbrado a él.
Cuando yo era niño, la muerte llegaba a mi casa en forma de esquelas, era el aviso de que determinada persona había dejado de existir, pero aquella noticia no era del todo cierta, porque, de pronto, la persona que anunciaban que había muerto cobraba vida y se ponía a vivir más que nunca en nuestros recuerdos. Al principio casi nadie le reconocía, porque todos hablaban linduras de ella, pero, según pasaban los días, los retratos hablados se ajustaban más y más a la realidad.
Los muertos cobran de pronto ubicuidad, de tal manera que pueden estar a diario y al mismo tiempo, con todos sus familiares, amigos y conocidos; es decir, siguen viviendo entre nosotros, y sus palabras, las que
antes nos dijeron y recordamos cada vez más siguen influyendo en nuestra
manera de pensar, acaso más que antes.
Y así hasta que llega la verdadera muerte, que no la motiva enfermedad ni accidente sino, sencillamente, el olvido, los años que pasan y
que se van llevando a quienes recuerdan a los que se han ido.
Es decir, que todos tenemos una prolongación de nuestras vidas, después de habernos ido, mientras permanecemos en la memoria de quienes nos conocieron.
V I E R N E S
Cuentan que Virginia Oldoine, condesa de Castiglione por su matrimonio con Francisco Versáis, conde de Castiglione de Asti, fue una de las mujeres más famosas del segundo Imperio y amante, al parecer, durante cierto tiempo de Napoleón III.
Era mujer de carácter indomable y cuando se casó, muy jovencita, no quiso conocer a la suegra. Vivía entonces el matrimonio en Florencia y un día el conde preguntó a su joven mujer si quería dar un paseo, a lo que ella le contestó que estaba bien.
Dentro del coche, ya en pleno paseo, el conde le insinuó: Ahora que ya eres mi mujer, me parece que lo más correcto será que un día u otro consientas en conocer a mi madre. Por ejemplo, hoy.
El conde cree tener ganada la partida, puesto que su mujercita no contestó. Pasan por un puente bajo, sobre un arroyo. De pronto Virgnia abre la puerta, y sin que el conde lo pueda impedir, salta del coche al agua. El coche se detiene, el conde corre en ayuda de su mujer y se encuentran los dos en la orilla, adonde ella ha llegado medio a nado, medio a pie. Y con toda la fingida ingenuidad de que es capaz, pregunta:
¿Tú crees que estoy presentable para hacer a tu madre la primera visita de mi vida? Y se queda otra vez aplazada la presentación.
Aunque también cuentan que cuando se casaron ella le advirtió: Yo no os amo ni os amaré nunca. No os aconsejo que os caséis conmigo. Y el le contestó: No me importa que no me améis. Nos casaremos y me bastará, para satisfacción de mi orgullo, estar casado con la mujer más bella de Europa.
S A B A D O
Por allí se asoman ya las elecciones. Pronto habrá candidatos, pronto habrá campañas, pronto habrá luchas.
Según comiencen a sacar poco más que las narices empezarán a hablar de nuestros problemas, que conocen bien. Sobre todo del trabajo que la mitad de los votantes necesita, a fin de evitar que mucha de la gente siga rodando por allí sin provecho para nadie.
Lo que ha pasado siempre con los candidatos es que como tales han sido capaces de ver nuestros problemas, pero, ya ganadores, ya ejecutivos han sido incapaces de ver las soluciones: esta es la tragedia de todos los que dicen luchar por una humanidad mejor.
Lo cierto es que todos los candidatos mienten, pero, si no lo hicieran ¿qué podrían decir a quienes les siguen? Entre éstos no falta quien les sugiera empobrecer a los ricos, afortunadamente no los han oído, porque ello lo único que consiguiera sería aumentar la pobrería, no crear mayor riqueza.
Y D O M I N G O
Si yo fuera Dios, encendería una luz en el cerebro de mi raza, la limpiaría de toda podredumbre, daría a los indios el usufructo de su risa y la plena posesión de su llanto, que al reír se olvidarían de su pasado, y al llorar, lavarían su corazón de herencias malditas.
JOSE RUBEN ROMERO.