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MAÑANA, MAÑANA...

Gaby Vargas

¡Cómo nos engañamos! Un estudiante sabe que en un mes debe entregar un trabajo. Pasan los días y las semanas sin hacer nada, aún sabiendo que su derecho a pasar el semestre está de por medio. En la oficina es posible que se queden estacionadas carpetas, con el título de pendientes sin que nadie les dé solución. En la familia se organiza un viaje con toda anticipación y es común que en el día anterior todos arranquen del clóset lo que buenamente les da tiempo, para llegar a su destino y darse cuenta de todo lo que se les olvidó. La postergación es un engaño que suele instalarse en todo tipo de personas, sin importar su edad, sexo u ocupación. Ahora, en el primer mes del año, por lo general replanteamos nuestras metas. Sin embargo, suele suceder que llega febrero o marzo y nos damos cuenta de que no hemos concretado, ni siquiera puesto en marcha, alguno de nuestros proyectos, y nos disculpamos con mil razones: ¿La cita anual con el doctor? ¡Es que el mes se pasó rapidísimo! ¿La campaña de ventas? Es que no he tenido tiempo. ¿La tesis? Ahora que termine este curso. ¿Limpia del clóset? Mañana, juro que empiezo, y así nos vamos... Esperamos al límite para reaccionar. Si te sirve de consuelo, esto nos pasa a todos. A unos más, a otros menos. ¿Qué sucede? ¿Por qué lo hacemos? Por muchas razones, aquí algunas: 1) Hay quienes subestiman el tiempo y juegan con él tratándole de ganar y se dicen cosas del tipo: Ahorita voy al cine y mañana temprano tengo listo mi reporte para la junta de las diez de la mañana. Si acabo. Piensa que las horas se pueden estirar como ligas. Viven una montaña rusa de emociones para darse cuenta, con frustración, que la magia, simplemente... no llega. 2) Otros, están tan ocupados y llenos de actividades, que constantemente dejan algo sin realizar o sin terminar. Su excusa favorita es: Es que no tengo tiempo. Les gusta sentir la adrenalina y el estrés de trabajar bajo presión, por lo que viven apagando fuegos. 3) En el otro extremo están los que nunca tienen prisa. Piensan que todo se va a resolver de manera espontánea, sin ninguna planeación de su parte. Siempre encuentran justificadores del tipo: Es viernes, mejor lo hago el lunes o al rato, ahorita no tengo ganas. Para ellos, hacer una simple tarea, puede llevar mucho tiempo. Aunque pueden ser muy trabajadores, no se presionan y van dejando las cosas para resolverlas cuando tengan tiempo o mejor dicho, para cuando quieran hacerlo. 4) Otros postergadores lo son, simplemente porque se distraen con cualquier cosa especialmente con aquéllas que les da un placer inmediato. Por ejemplo, tienen que hacer un reporte para mañana, pero camino al escritorio, ven que el gato no tiene comida y se desvían para llenar el plato, en eso ven que el piso está un poco sucio, y se ponen a trapear, luego ven que a la planta le falta agua, en fin... hacen todo menos el reporte. Al acercarse la fecha límite, su esperanza se convierte en sentimiento de culpa, ansiedad y desesperación. Hasta que, al último momento, como prisionero que va al paredón, se resignan e inician la tarea. ¿Te ha pasado? En el fondo es una absoluta evasión. 5) En ocasiones, escogemos postergar las cosas para, al retardar la acción, convertir el tiempo en un aliado. Quizá hay un asunto tan trascendente que queremos pensar bien la situación o dilucidar las opciones antes de hacer algo. Éstas son de las pocas situaciones en donde el posponer las cosas es sano. 6) La mayoría de las veces, aplazamos interminablemente las tareas que requieren un desgaste físico, mental o emocional, como una estrategia que nos protege de enfrentar algunos miedos o ansiedades. Como el miedo al fracaso, al éxito, a que alguien nos controle, a separarnos de los demás o a acercarnos demasiado. Estos sentimientos son tan poderosos que, a veces, preferimos que los demás piensen que somos flojos, desorganizados o poco cooperadores, antes de sufrir la humillación de enfrentarnos a un posible fracaso. Por lo tanto, siempre nos queda el autoconsuelo de decirnos un pretexto: Lo hubiera podido hacer mucho mejor, si hubiera tenido otra semana. Posponer nuestros deberes ocasiona dos problemas: El primero es de tipo externo y puede ir desde algo sin importancia, como pagar extra por devolver tarde una película rentada, o puede tener consecuencias severas, por ejemplo, perder un empleo, o poner en peligro nuestra salud, o el matrimonio. El segundo es de carácter interno. Nos pueden invadir sentimientos leves, como una ligera irritabilidad, hasta intensos auto reclamos, arrepentimiento o desesperación. Algunas sugerencias: Cuando te escuches diciendo: mañana, mañana, es el momento de detenerte y hacer lo siguiente: * Observa cuando, a propósito, estás retrasando algo. Haz conciencia de las excusas que pones. Piensa, ¿por qué lo hago? ¿Por qué me molesta hacerlo? ¿A qué le temo? * Apunta en tu agenda esa tarea que estás aplazando y cópiala día a día hasta que la concluyas. * Comparte tus planes con tu pareja o un amigo. El compromiso frente a otra persona, ayuda a concretar las promesas, darles forma y sustancia. * Busca compañía para realizar el proyecto juntos. Esto nos anima, divierte y ayuda cuando flaqueamos. * Toma, de una vez por todas, el toro por los cuernos y no pierdas el tiempo en sentirte mal. Piensa que, después de todo, es mejor ser evaluado en base a lo que hacemos, que en base a lo que, por temor, dejamos de hacer. ¿No crees?

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