Hay fuego en el aire. Por todos lados se escuchan disparos y la gente corre desesperada temiendo encontrarse con una bala perdida. Las calles se tiñen de sangre, y en el interior del Palacio de la Moneda, el presidente de la nación cierra los ojos y lanza su último suspiro.
Esto sucedió en Santiago de Chile el 11 de septiembre de 1973, cuando los jefes de las Fuerzas Armadas chilenas le arrebataron violentamente el poder de la Nación al presidente Salvador Allende. Por las calles los militares amenazaban a todo el que se cruzara en su camino, mientras tanto, los aviones de la Fuerza Aérea bombardeaban el Palacio de la Moneda y a otros edificios del centro de Santiago.
Muchos seres humanos perdieron la vida aquel 11 de septiembre, todo por terminar con el Gobierno socialista de Salvador Allende. Meses más tarde, la Presidencia de Chile quedó en manos del general Augusto Pinochet, miembro de la junta que encabezó el golpe militar. Durante su dictadura, Pinochet puso fuera de la Ley a las organizaciones marxistas, utilizando la fuerza del Gobierno contra todo aquel que se atreviera a reprobar su régimen.
Pinochet luchó incansablemente por callar las voces de sus opositores, muchos de los cuales perdieron misteriosamente la vida. Durante los 17 años en que Pinochet estuvo al frente de su país, desaparecieron más de tres mil chilenos. A raíz de todas estas enigmáticas desapariciones, se comenzaron a tejer historias atroces en donde se mostraba al mundo la brutalidad del régimen dictatorial de Chile. Pinochet era para muchos la encarnación del demonio y el más inhumano de los seres. En todo el mundo su nombre era asociado con el de un criminal sanguinario que tenía sometido a su mezquina voluntad a todo un pueblo.
Aquel 11 de septiembre de 1973 ha quedado grabado en la historia y el pueblo de Chile sigue recordando con tristeza lo sucedido hace 32 años. A pesar de todo, muchos chilenos ven en Pinochet al salvador de la Patria y no al tirano opresor.
En una ocasión, mientras vivía en Santiago, tuve la oportunidad de conversar con una señora chilena que vivió la época del golpe militar. “Los meses anteriores al golpe fueron terribles” -me contó aquella señora-. “Durante el Gobierno socialista, mis hijos pasaban hambre y yo tenía que hacer largas filas para obtener apenas unas piezas de pan y algo de leche. Había una gran escasez de alimentos y estábamos obligados a comprar en el mercado negro lo indispensable para vivir. Mi esposo siempre me acompañaba cuando iba por la comida, pues había muchos ladrones. En una ocasión un joven intentó arrebatarme la bolsa donde llevaba la despensa, pero gracias a que mi esposo lo golpeó con un palo, mis hijos pudieron comer ese día. Recuerdo la angustia que sentía cada vez que me iba a dormir, pues no sabía si al otro día iba a encontrar alimento. No te imaginas la rabia que me daba en aquellos momentos y más cuando se rumoreaba que el presidente Salvador Allende, tenía sus despensas repletas de comida. El golpe militar fue cruel, sin embargo, cuando Pinochet tomó el poder, las cosas comenzaron a cambiar y no volví a sentir la angustia de no tener nada para comer al siguiente día”.
Hoy, Chile es uno de los países más prósperos de América Latina. Sin duda alguna durante la dictadura de Pinochet se cometieron grandes injusticias, pero la mano dura del régimen logró no sólo estabilizar la economía, sino también convertir al país en una potencia económica. Estoy consciente que la violencia no debe ser nunca la vía para la solución de los problemas, pero en México nos hace falta una mano dura que sea capaz de castigar a todos los funcionarios corruptos, que vigile estrictamente el cumplimiento de las leyes y que busque, ante todo, el bienestar de los mexicanos.
No es deseable, por supuesto, el surgimiento de una persona que emule las acciones de Pinochet. Pero tampoco es deseable el encumbramiento de un político que garantice la continuidad de las prácticas indignas que por tanto tiempo han minado el crecimiento de nuestra nación.
javier_fuentes@hotmail.com