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Mariam de Magdala/Diálogo

Yamil Darwich

Mariam de Magdala es el título de un texto bíblico apócrifo, de los conocidos como místicos, que se refiere a las enseñanzas de Jesús impartidas por una mujer, María Magdalena, de quien se dice fue “libertina” y que la tradición popular la ha transformado en prostituta.

Para escritores de los primeros años del cristianismo, esa María Magdalena, la hermana de Lázaro y Martha, fue mucho más que una mujer simple y pecadora; algunos la llegan a ubicar como princesa con educación esmerada y otros investigadores contemporáneos se atreven a sugerir, que al oponerse al matrimonio obligado y por interés con un hombre mayor y rico, fue desheredada por su madre, ya que era huérfana de padre.

Lo cierto es que en los citados textos apócrifos es la preferida de Jesús, tal vez por su dedicación al estudio y por sus especiales habilidades intelectuales del orden superior, que le hacían sobresalir sobre los apóstoles. Recuerde que ellos eran hombres toscos, pescadores iletrados que poco sabían de tratos delicados y que llegaron a oponerse a que ella los siguiera, mucho menos aceptar que los encabezara.

Otros autores aseguran que fue en el siglo IV cuando se le condenó y acusó de “pecadora”, durante un concilio que intentó unificar criterios de los cristianos sobre varios temas.

María Magdalena es una de las tres mencionadas en los evangelios aceptados por el cristianismo occidental y es un personaje que ha sido enarbolado como representación de los derechos de la mujer abolidos por los hombres. Su historia es interesante y hay quienes dicen que viajó a Marsella a la muerte de Jesús, en medio de un período de persecución contra sus seguidores; en cambio, la tradición oriental la ubica en Éfeso, donde huyó para protegerse, acompañando a María, la madre de Dios y a Juan, el más querido de los apóstoles.

En estos tiempos, en que la identidad de género ha despertado fuertes polémicas, reaparece el personaje con especial fuerza, más aún con la publicación de novelas que pretenden ser históricas y de investigación, como “Código Da Vinci” y otros muchos que le han seguido, ante las exigencias de editores que quieren explotar el mercado de lectores ávidos del morbo religioso y/o deseosos de encontrar en qué creer.

Debo advertirle que mi intención está muy alejada de pretender confundir las enseñanzas de la Iglesia Católica y que esos textos son parte de otros muchos que asientan comentarios y declaraciones de quienes oyeron al Salvador, o decían saber, o tenían información pasada a través de las generaciones por tradición oral o escrita y algo de valor habrán de tener.

Los antecedentes históricos de menosprecio hacia la mujer son de tiempo atrás; recuerde que para los pueblos primitivos la existencia de diosa “Adobe” fue desplazada poco a poco, pasando a deidad menor hasta hacerla desaparecer.

Los textos del Talmud de los Babilonios son claros al respecto: “un hombre sin mujer es un ser sin alegría, sin bendición, sin paz; un hombre sin mujer no es un hombre”.

La corriente fiel al Islamismo de Mahoma, la alejada de los radicales y desorientados, también enseña del respeto y el reconocimiento que se le debe a la mujer; el propio profeta Mahoma, asegura que un hombre puede tener hasta cuatro esposas y tantas concubinas como pueda mantener, pero termina diciendo: “si es justo, deberá conformarse con una sola”.

En otras culturas extrañas para nosotros, la mujer ha sido venerada y continúa siéndolo, como diosa, caso de Shiva, en la India, o las muchas deidades de los pueblos primitivos de las Islas del Pacífico, o la propia Astarté, diosa del amor y de la fertilidad.

Actualmente, la mujer ha llegado a ocupar un lugar preponderante en nuestra vida social y familiar, el que se merece y que le debíamos desde hace muchos siglos. El mismo Francis Fukuyama, en uno de sus textos de divulgación de investigación social, hace notar el sobresaliente adelanto de las féminas en la vida laboral de los Estados Unidos de Norteamérica y narra cómo han ido liberándose, poco a poco, del yugo impuesto por el hombre inculto, hasta abandonar o expulsar del hogar a los irracionales golpeadores de los guetos negros.

Para ninguno de nosotros es extraño el alto desempeño de la mujer lagunera en nuestro medio social y laboral; hoy en día es común saber de las acertadas médicas, las letradas abogadas, administradoras sobresalientes y políticas destacadas. Ni qué decir de las eficientes operarias industriales, comerciantes, y las muchas de las demás actividades laborales. Mención especial merecen las estudiantes y de entre todas, las universitarias, que año con año arrasan con los premios ofrecidos por los académicos.

Nuestra historia lagunera está plagada de nombres de mujeres que con su vida aportaron enormemente para vencer al desierto; otras, influyeron fuertemente en cultivar nuestro espíritu.

La lucha que están dando las mujeres por la calidad de vida de todos los seres humanos es reconocida por grandes estudiosos del mundo; así lo declara Daniel Mpembele Sala-Diakanda, demógrafo y catedrático de la Universidad de Yaounde y asesor de la ONU para África, que se refiere a ellas diciendo: “la esperanza está en la mujer, clave de procreación, educación, producción doméstica y ampliadora del ingreso familiar” y asegura que ellas serán las que impulsarán el rescate de los africanos, que se encuentran cercados por el hambre y la pobreza.

Es trascendente el desempeño de la mujer para el bien vivir en el siglo XXI, pero antes deberán sacudirse a las radicales y afectadas emocionalmente de los agravios que los hombres hemos cometido contra ellas.

Es mucho lo que tenemos que hacer en favor del reconocimiento y aplicación de iguales derechos a la mujer, también es verdad que será necesario evitar repetir la historia de la humanidad, con los mismos errores de los agraviados que buscan la venganza en lugar de perseguir la paz y la felicidad.

Nuevamente llegó el tiempo de reconocer a la mujer y refrendar propósitos de justicia e igualdad; por tal motivo le escribo este Diálogo, sabiendo que seguramente existen varias en su vida, que con roles de madre, esposa, hija, familiar, amiga, compañera de trabajo y tal vez novia o pareja, han sido muy importantes para que usted y yo, como varones, encontremos razones de alegrarnos por la vida.

A las lectoras, simplemente felicitarlas, una vez más, en este mes que termina, dedicado a ustedes, reconociéndoles la importancia de su presencia en la historia del mundo, que como dice un buen amigo, un tanto en broma pero con un gran fondo de verdad: “las acciones de los hombres siempre han sido hechas con y por el apoyo de las mujeres, que detrás de cada gran hombre, a un lado y otras veces por delante, siempre estará una gran mujer”.

ydarwich@ual.mx

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