En este mes de septiembre cumplo 25 años de estar escribiendo cada domingo la columna periodística Mas Allá de las Palabras. Parece que fue ayer cuando en 1980 llegué a las oficinas de mi buen amigo el Lic. Miguel Ángel Ruelas, que en ese entonces ocupaba el cargo de gerente general en EL SIGLO DE TORREÓN, para pedirle de favor que me publicara un artículo que llevaba escrito. A Miguel Ángel lo conocí y traté durante cinco años cuando estudiamos juntos la carrera de Leyes en la Escuela de Derecho de la Universidad Autónoma de Coahuila. Siempre se comportó con sus condiscípulos como un verdadero amigo. Fue nuestro mejor consejero en los momentos difíciles, y con su gran inteligencia nos jaló hacia arriba invitándonos a practicar la superación personal que todo ser humano necesita. Eso me dio la fuerza necesaria para pedirle un espacio en tan importante matutino, con la idea de expresar mis pensamientos, y de esa manera intentar servir un poco a mi comunidad. Desde que estudié la preparatoria en el Instituto Francés de La Laguna, me di cuenta que varios artículos míos, publicados en el periódico Simiente, eran leídos más por los papás de mis compañeros que por los alumnos del colegio. Eso me impulsó a escribir temas serios que llevaran un mensaje importante que hiciera reflexionar.
Mientras Miguel Ángel leía y analizaba mi primer artículo, permanecí callado esperando el veredicto. Posteriormente le escuché llamar por medio de su secretaria a Francisco Fernández Torres que en ese entonces trabajaba también en EL SIGLO, y que lamentablemente falleciera tiempo después. A él le encargó que lo publicase, y me pidió que cada semana le entregara uno similar con diferente tema, para que apareciese los domingos en ?la Sección de Sociales?. Jamás pasó por mi mente que ese ?SÍ? de Miguel Ángel, iba a cambiar por completo mi existencia y le daría un verdadero motivo de ser a mi vida. Jamás imaginé la serie interminable de acontecimientos que se presentarían con motivo de esta columna periodística, y mucho menos las sorpresas que todo ello me acarrearía en el futuro.
En verdad yo le estoy muy agradecido a Dios Nuestro Señor que transformó mi vida, y sin merecerlo me puso a trabajar en su Viña. Agradecido estoy con don Antonio de Juambelz y su apreciable familia -que sin conocerme, han permitido que continúe su publicación. Mi gratitud no podría estar completa, si dejara de mencionar a los pocos o muchos lectores de mis artículos que domingo a domingo los leen, los recortan y de vez en cuando les sacan copias para enviárselas a sus familiares que se encuentran en otras partes de la República o del extranjero.
Buscando temas de interés que sirvieran verdaderamente a la comunidad, tomé la decisión de escribir sobre asuntos espirituales que siempre me agradaron, que hacen tanta falta y que muy pocos columnistas tratan abiertamente por la dificultad que representan. Temas espirituales, aterrizados en el mundo conflictivo en que vivimos. De esa manera comencé a hablar de Dios, y no pude evitar seguir haciéndolo en todos y cada uno de los subsecuentes artículos. Poco a poco me fue atrapando el gran protagonista de mis artículos, y al hacerlo, provocó en mi persona un gran gozo espiritual. Sin embargo, al poco tiempo me di cuenta que para continuar con esos temas y ser sincero con mis lectores, necesitaba intentar permanecer bien con el Patrón. Comprendí que para conseguirlo, debería existir concordancia entre mis pensamientos, mis palabras y mis actos. Ese descubrimiento a todas luces lógico pero difícil de realizar, me hizo entablar dentro de mi persona, una verdadera lucha entre el bien y el mal que me mortificó y me hizo sufrir bastante, saliendo victorioso a veces el bien, y en otras, sintiéndome prácticamente entristecido, porque anhelando el bien, terminaba siendo dominado por el mal.
Las experiencias que tuve durante esos cinco lustros, han sido innumerables. Cada artículo me fue llevando a otro y a otro más. Los mismos lectores que me encontraba en las calles o escuchaba su voz por medio de una llamada telefónica, me fueron retroalimentando. Me decían, por medio de un gesto, de una mirada o de una palabra, lo que ellos esperaban que yo escribiera. Varias personas me dieron las gracias por haber escrito acerca de su vida, a pesar de que yo no la conocía; y otras me reclamaron por haberles dicho cosas que no les gustaron.
En esta columna periodística hemos hablado de la familia, del matrimonio, de los hijos, de los jóvenes que desean superarse y de aquéllos que están perdiendo miserablemente el tiempo, de los ancianos, de los presos, de los drogadictos y de los alcohólicos. Cuando escribí de los enfermos, sentí la necesidad de acudir, y así lo hice varias veces, a la Torre de Especialidades del Seguro Social. Anteriormente ?faltando a la caridad- no podía ver de cerca y mucho menos platicar con un enfermo grave. Allí conocí de cerca el dolor y la esperanza, el llanto desgarrador de una mujer que acababa de perder a su hija y el temor que se siente antes de una operación quirúrgica. Me impresionaron los niños enfermos de cáncer y de leucemia, la falta de cabello en su cabeza después de haber recibido la devastadora quimioterapia, y la cicatriz enorme en el lado izquierdo de su vientre -posterior a la extirpación del bazo. Sufrí con los trasplantados de riñón que luchaban por salvar su vida y evitar el rechazo del nuevo órgano, y lloré con las personas que dos o tres veces por semana se estaban dializando. Allí conocí al pequeño niño Christian que necesitaba con urgencia un riñón, que tenía osteoporosis y que no veía con ambos ojos, porque unas gruesas cataratas se lo impedían. Fui testigo de la ayuda generosa y desinteresada que realizaron como apostolado mis buenos amigos Silvestre Faya y Estrella -su esposa, que no descansaron un solo momento para conseguirle unos cuantos meses más de vida, en los cuales cuando menos pudimos verle sonreír.
Cuando hablé de los presos, sentí la necesidad de acudir al campo de batalla donde se vive el verdadero drama de los encarcelados, para que mis palabras no sonaran huecas. De no ser así, mis artículos habrían carecido de autenticidad y no hubiesen tenido la fuerza moral necesaria para llegar al corazón de mis lectores. Fue así como tomé la feliz determinación de acompañar al Padre Manuelito a la ciudad de Tijuana para conocer ?El Pueblito?, nombre con el que se identifica al tenebroso Cereso de aquella ciudad fronteriza. Allí descubrí todas las miserias humanas que se incuban en la mente de terribles asesinos empedernidos, de violadores y de traficantes de drogas, que contrastaban fuerte con la espiritualidad y la santidad del Padre Manuelito que amablemente me invitó al Congreso de Pastoral Penitenciaria. Durante varios domingos subsecuentes, seguí visitando el Cereso de Torreón y en diferentes ocasiones me pidieron que diera una plática a los reclusos. Debo de confesar que esos años fueron tal vez los más felices que he tenido y los que más gratamente recuerdo.
En varios artículos hablé de la vida de los santos. Siempre he considerado que todos los seres humanos debemos conocer su trayectoria para intentar imitarlos, porque tuvieron las mismas limitaciones que ahora padecemos nosotros, y finalmente con su vida dieron testimonio del mensaje evangélico de Nuestro Señor Jesucristo. Ojalá que muchos padres de familia conozcan y difundan entre sus hijos esas vidas ejemplares, para que cada uno de sus pequeños encuentre la misión que se le ha marcado desde un principio, y la desempeñe lo mejor posible.
Durante cinco años participé con entusiasmo en el programa televisivo titulado Vamos de Compras en el canal dos, Torreón, conducido por don Salvador Pulido Flores. De lunes a viernes tratamos diferentes temas morales que tuvieron una aceptación positiva entre la comunidad lagunera. El hacerlo, me dio una enorme satisfacción personal, una alegría inmensa, y una gran paz espiritual.
El escribir en este periódico me ha llevado también a dar pláticas los domingos por la mañana a diferentes grupos de Alcohólicos Anónimos. Ellos siempre necesitan palabras de ánimo, de fortaleza y esperanza que les permitan perseverar en esa importante decisión de no volver a tomar una sola gota de vino... por lo menos durante el día de hoy.
Al estar escribiendo, me sentí motivado a publicar, y así lo hice, cuatro libros con los mismos temas que aparecieron años atrás en mi columna periodística de este matutino, y grabé un audio-cassette con mensajes espirituales, que ha servido ?según me han dicho- para dar ánimo a las personas que sufren tristeza y depresión.
Durante esos 25 años, que fueron difíciles, pero verdaderamente satisfactorios y gratificantes, he observado que el tiempo transcurrió con mucha rapidez. Mi mayor deseo en estos momentos, es que cuando menos a una persona le haya hecho bien alguna frase mencionada en mis artículos. De ser así, me sentiré plenamente satisfecho, por no haber trabajado en vano.
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