Nuestro Señor Jesucristo mostró siempre su infinita compasión por los enfermos. En la parábola del banquete de bodas, los criados recibieron esta orden: salid a los caminos... y traed a los pobres, a los lisiados, a los ciegos, a los cojos. Son innumerables los pasajes en los que Jesús se movió a compasión al contemplar el dolor y la enfermedad, y sanó a muchos como signo de la curación espiritual que obraba en las almas.
El Señor ha querido que sus discípulos le imitemos en una compasión eficaz hacia quienes sufren en la enfermedad. La Iglesia Católica abraza a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador.
El padre Manuelito, siguiendo los pasos de su Maestro, vivió en carne propia el sufrimiento de sus enfermos. Con aquella sencillez que lo caracterizaba, no se conformó con atender a los muchos que llegaban a su parroquia en busca de esperanza, sino que se atrevió a fundar La Casa del Enfermo Misionero.
Muchas personas se desesperan al tener un enfermo en casa. El padre Manuelito nos enseñó a sentir compasión por el que sufre. Y no nada más se preocupó de su cuerpo deteriorado, sino también de su alma. Les hizo ver que ese dolor, si lo unen a los padecimientos de Cristo, se convierte en un bien de valor incalculable que purifica sus faltas pasadas, incrementando su santidad personal, porque Cristo bendice en ocasiones con la Cruz.
Muchas veces el Señor permite que una enfermedad llegue a nuestro cuerpo para que nos sensibilicemos al ver en otros un mal mayor. Hasta esos momentos comprendemos el sufrimiento humano y vemos al prójimo como a un hermano. El padre Manuelito nos pidió que a los enfermos les enseñásemos a rezar, que los tratásemos con cariño, que los visitáramos con frecuencia, tranquilizándolos si caen en gravedad, haciéndoles grato el tiempo que permanezcamos con ellos y procurando que reciban los sacramentos. No olvidemos que son el tesoro de la Iglesia, que pueden mucho delante de Dios y que el Señor les mira con particular predilección.
El padre Manuelito nos enseñó a ser solidarios con el dolor y a condolernos por los demás, para que la carga que recibe nuestro hermano no sea tan pesada. Nos enseñó que el cristiano evangeliza desde su enfermedad haciendo de su lecho un altar, santificando su existencia.
Mientras el mundo sigue adelante con su alboroto, con sus fantasías y vanidades, el enfermo terminal se refugia en su desgracia. Ahora no son otros los que están enfermos, es él en persona quien muy pronto dará cuenta de sus actos al Creador. El padre Manuelito pedía para estos enfermos una gracia especial de Dios, para que, dominados por la angustia, no desfallezcan en su ánimo, y no se debilite su fe. Pedía que por medio de la presencia del Espíritu de Jesús, la enfermedad pierda su carácter más duro, desesperado y lacerante, hasta convertirse en signo de paz, de amor, de serenidad y esperanza.
Nuestro querido sacerdote fue un verdadero padre para muchas personas que se encontraban deprimidas y angustiadas, al prodigarles alivio y consuelo en su diario bregar por este borrascoso mar que se llama vida. Trabajó con alegría -como los buenos soldados de Cristo, y convirtió a muchos cuando vieron la magnitud y trascendencia de sus obras.
El padre Manuelito fue siempre un hombre pobre que jamás acumuló bienes materiales, pero supo dejarnos un legado riquísimo para que muchos pudiésemos ejercer nuestro apostolado. Con toda seguridad es uno de los elegidos del Señor por la sencillez de su corazón, por la transparencia de su alma y por la generosidad de su espíritu. Acostumbraba lanzar la semilla de sus proyectos al aire, a pesar de que en los últimos años ya no tenía fuerza suficiente para sostenerlos e impulsarlos, y posteriormente se lo dejaba todo a la Misericordia Divina, porque reconocía sus limitaciones para llevarlos a cabo. A final de cuentas, hizo de su propia vida una verdadera práctica evangélica al considerar la caridad como la más importante de las virtudes teologales.
El Señor Jesús nos invita a ser como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos. El padre Manuelito, siempre dócil a la voluntad del Altísimo, se comportó como el más pequeño de todos y su misión principal en este mundo fue trabajar incansablemente para obtener una mayor gloria de Dios.
El Señor nos ha bendecido al habernos dado un sacerdote ejemplar, un apóstol de los enfermos que nos enseñó a comprender el misterio del dolor, que modificó el comportamiento de muchos y que dejó entre nosotros una huella indeleble de su paso por este mundo.
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