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Más Allá de las Palabras / CINCUENTA AÑOS

Jacobo Zarzar Gidi

En días pasados, recibí un correo electrónico que me hizo reflexionar acerca de las tantas cosas que han cambiado con el tiempo. Me pareció interesante, y es por eso que deseo compartirlo con ustedes:

?Una tarde un nieto estaba charlando con su abuela sobre los acontecimientos actuales. Entonces, él preguntó: ¿qué edad tienes abuela? La abuela respondió:

?Bueno, déjame pensar un minuto... Nací antes de la televisión, las vacunas contra la polio, las comidas congeladas, la fotocopiadora, los lentes de contacto y la píldora anticonceptiva.

No existían los radares, las tarjetas de crédito, el rayo láser y los patines en línea. No se había inventado el aire acondicionado, las lavavajillas, y las secadoras; las prendas se ponían a secar al aire fresco.

El hombre todavía no había llegado a la Luna y no existían los aviones de propulsión a chorro. Tu abuelo y yo nos casamos y después vivimos juntos, y en cada familia había un papá y una mamá.

Los muchachos no usaban aretes. Nací antes de la computadora, las dobles carreras universitarias, las terapias de grupo y los psicólogos.

Hasta que cumplí 25, llamé a cada policía y a cada hombre, ?señor?, y a cada mujer, ?señora? o ?señorita?.

En mis tiempos, la virginidad no producía cáncer. Nuestras vidas estaban gobernadas por los Diez Mandamientos, el buen juicio y el sentido común. Nos enseñaron a diferenciar entre el bien y el mal y a ser responsables de nuestros actos.

En casa, nuestro padre era el que mandaba y todos obedecíamos cuando levantaba la voz para dar una orden. Mi madre lavaba y remendaba la ropa, preparaba la comida que tanto nos gustaba y pronunciaba una oración antes de sentarnos a la mesa.

Creíamos en ese entonces, que la comida rápida era lo que la gente comía cuando estaba apurada. Tener una relación significativa era llevarse bien con los primos. Tiempo compartido significaba el que la familia compartía unas vacaciones, no un condominio.

Nunca escuchamos hablar sobre la música estereofónica, la radio F.M., cassettes, C. D., máquinas de escribir eléctricas, calculadoras e impresoras.

A los relojes se les daba cuerda cada día. No se conocía lo digital. Y hablando de máquinas, no existían los cajeros automáticos, las máquinas de helado en las paleterías, los radio reloj despertador, los hornos de microondas, los videocasetes y las cámaras de video.

Si en algún artículo aparecía la leyenda ?Made in Japan?, se le consideraba una porquería, y no existía ?Made in Korea? ni ?Made in Taiwan?.

No se había oído hablar de Pizza Hut, de MacDonalds o del café instantáneo, mucho menos de los endulzantes artificiales.

Había tiendas donde se compraban cosas por cinco y diez centavos. Los helados, las llamadas telefónicas, los pasajes de autobús y la Pepsi, todo costaba diez centavos. Se podía comprar un Chevrolet Coupé nuevo por 600 dólares (pero ¿quién los tenía?).

En mi tiempo, ?hierba? era algo que se cortaba y no se fumaba; ?coca? era una gaseosa, y la música de rock era el sonido que hacía la mecedora de la abuela. ?Chip? significaba un pedazo de madera, ?Hardware? era la ferretería y el ?Software? no existía.

Fuimos la última generación que creyó que una señora necesitaba un marido para tener un hijo.

Ahora dime, ¿cuántos años crees que tengo?

?¿Más de 100??, preguntó su nieto.

?No... solamente 50?.

Para los que hemos tenido la suerte de estar en este mundo 14 años más de los que ha vivido la abuela de nuestra historia, podemos añadir otras cosas que conocimos allá por los años cuarenta y que en la actualidad sorprenderían a niños y jóvenes:

Para comprar huevo fresco, mis padres viajaban a las rancherías más cercanas. El refrigerador que teníamos en casa no era eléctrico y enfriaba con una barra de hielo que tan sólo duraba unas cuantas horas. La plancha se calentaba con carbón al rojo vivo, y el boiler era de leña. Varias casas tenían en la parte trasera una noria para sacar agua, la cual bebían después de hacerla pasar por un filtro confeccionado con una piedra porosa. La mayoría de los frenos de los autos eran mecánicos y no existían los cinturones de seguridad. Por las calles era frecuente mirar a hombres armados con pistola o con rifle, algunos a pie, otros en burro o a caballo.

En tiempo de calor dormíamos con las ventanas abiertas protegidas con mosquiteros, y gracias a eso, la gente contemplaba mejor la Luna y las estrellas, y se escuchaba el bello murmullo de la noche. Muchas de nuestras vacaciones fueron en Raymundo ?junto al río-, y comer elotes a las brazas el mejor de los manjares.

En ese tiempo, una carta era el medio más frecuente para comunicarse, y los números telefónicos se componían de tan sólo tres dígitos que teníamos que decírselos a la telefonista para que ella los marcara. Los hombres mandaban confeccionar su ropa con los sastres y las mujeres con las costureras. Las necesidades eran pocas y de lo poco que se deseaba, se deseaba muy poco.

Las palabras ?marihuano? y ?robachico?, que tanto atemorizaban a los niños, las escuchamos en repetidas ocasiones por boca de nuestras nanas para que tuviésemos cuidado al caminar por las calles, pero nunca los conocimos en persona y probablemente jamás estuvieron cerca de nosotros. En el cine, al estar viendo una película, era costumbre que varias personas pasaran entre las butacas anunciando a gritos la venta de semillas de calabaza, sodas que llevaban en una tina con hielo y lonches de dudosa procedencia. Cuando urgía localizar a una persona ?sobre todo a un médico, que se encontraba en la sala cinematográfica-, ?el cácaro? colocaba un letrero escrito a mano encima de la película para que pasara de inmediato ?al pórtico?.

Para ir a la escuela muchos tomaban el tranvía, y de vez en cuando los más atrevidos fumaron un cigarrillo en el trayecto aprovechando que sus padres no se daban cuenta. Los doctores tenían la costumbre de visitar a sus pacientes en su propia casa, y de esa manera ?aparte de sanar el cuerpo-, también se convirtieron en consejeros de problemas familiares.

El tiempo ha transcurrido mucho más rápido de lo que imaginamos en un principio, y la verdad es que se nos olvida la forma sencilla como vivieron nuestros antepasados. Ellos eran felices con lo que tenían y pocas veces sintieron que les faltara algo. Ahora nosotros padecemos ansiedad porque no alcanzamos a tener lo que imaginamos que otros tienen, y eso nos causa tristeza que nos conduce a la insatisfacción y al estrés. Estamos envueltos en un torbellino de necesidades que hemos creado y alimentado hasta convertirse en un tornado que nos hace girar sin control. Avanzamos a velocidades asombrosas, porque así estamos ahora programados, pero desgraciadamente no nos hemos detenido a reflexionar ?¿a dónde vamos ...??.

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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