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Mas allá de las palabras| EL AMOR A LOS HIJOS

Jacobo Zarzar Gidi

EL AMOR A LOS HIJOS

Quienes dicen que no se puede hacer, no deberían interrumpir a los que lo están haciendo.

Se dice con insistencia que los hijos son prestados, pero la verdad es que no podemos dejar de amarlos y preocuparnos por ellos hasta que la vida se nos vaya de las manos. Quisiéramos que cada uno, desde el más pequeño hasta el mayor, tengan lo más indispensable en salud, cultura, educación y trabajo, así como en bienes espirituales y materiales para que la existencia no les sea adversa. Muchos padres de familia se sacrifican y luchan incansablemente para que sus hijos alcancen aunque sólo sea una parte de todo esto, porque el amor que les tienen, verdaderamente no conoce límites.

Los buenos padres desean siempre lo mejor para sus hijos. Son capaces de privarse de lo más indispensable para que a ellos nada les falte. Se sacrifican para que crezcan llenos de salud, para que mejoren en sus estudios, para que tengan buenos amigos, para que vivan según el querer de Dios y lleven una vida honrada. En la historia de la humanidad, han existido multitud de padres y madres de familia que han pedido para sus hijos, al Señor de la Vida, bienes y favores, que jamás se hubieran atrevido a solicitar para ellos mismos. Los padres son los primeros predicadores y educadores de la fe; forman a los hijos con su palabra y con su ejemplo para la vida cristiana y apostólica. Estructuran bien su conciencia y los ayudan a descubrir los verdaderos valores que cada vez se ocultan más en el torbellino de la vida.

Si hablamos de las buenas relaciones que deben de existir entre los padres y los hijos, recordemos que "la mentira" es algo que no se puede tolerar para que la confianza entre ellos jamás se pierda. Si algún día les prometemos algo, hagamos todo lo posible para cumplirlo, porque es muy importante que ellos continúen creyendo en nosotros.

El escritor Mark V. Hansen nos relata la dramática historia de lo que aconteció en el año l989, cuando un terremoto de 8.2 en la escala de Richter casi hizo desaparecer a Armenia, matando a más de treinta mil personas en menos de cuatro minutos. En medio de la total devastación y caos, un padre de familia dejó a su esposa en la seguridad de su casa que no había sufrido daños y corrió a la escuela en donde se suponía que su hijo se encontraba. Al llegar, se dio cuenta que del edificio de varios pisos, únicamente quedaban los restos de vigas retorcidas y lozas de concreto desmoronadas. En esos momentos, comenzaron a llegar los camiones de bomberos, las ambulancias y los automóviles de la policía. Cientos de curiosos miraban impotentes la escena que parecía haber sido extraída de una página de Dante.

Después del traumático impacto inicial, aquel padre de familia recordó la promesa que había hecho a su hijo: "¡No importa lo que suceda, siempre estaré contigo!". Y las lágrimas se desprendieron una a una de sus ojos. Cuando miró el montón de escombros de lo que una vez había sido la escuela, le pareció que no había esperanza, pero recordó una vez más el compromiso con su hijo.

Se concentró en los lugares por donde llevaba a su hijo al aula de clases en la escuela cada mañana. Recordando que el salón de su hijo estaría en la esquina posterior derecha del edificio, corrió hacia allá y comenzó a escarbar entre los escombros. Mientras cavaba con una pala que se encontró tirada, algunos padres llegaron diciendo en forma por demás descorazonada:

_¡Mi hijo!

_¡Mi hija!

Otros padres bien intencionados le pidieron que abandonara lo que había quedado de la escuela, diciendo:

_¡Es demasiado tarde! _¡Ya no se puede hacer nada! _¡Todos están muertos! _¡Nadie puede ayudarlos!

_¡Mejor retírese a su casa!

_¡Por favor, enfrentemos la realidad, no hay nada que podamos hacer!

_¡Usted va a empeorar las cosas!

A cada padre de familia que se le acercaba, respondía con una sola frase: -¿Va usted a ayudarme ahora? Y enseguida continuaba cavando en busca de su hijo, quitando piedra por piedra.

El jefe de bomberos trató de retirarlo de los escombros, diciéndole: -Van a surgir incendios, las explosiones por los tanques de gas se han presentado en diferentes partes de la ciudad. Usted está en peligro. Nosotros nos encargaremos de eso que usted está haciendo. Váyase a casa.

Sin dejar de cavar, aquel padre armenio le preguntó: ¿Va usted a ayudarme ahora?

Al verlo como un loco, la policía llegó y dijo: -Usted está enojado, perturbado y agotado. Está poniendo en peligro a los demás. Váyase a casa. ¡Nos haremos cargo de eso!

A lo cual replicaba: -¿Van a ayudarme ahora?

Nadie le ayudaba. Valerosamente proseguía solo, porque necesitaba saber por sí mismo si su pequeño hijo se encontraba vivo o muerto.

Cavó por ocho horas... doce horas... veinticuatro horas... treinta y seis horas... luego, cuando sus manos le sangraban, en la hora número treinta y ocho, retiró una piedra grande y oyó la voz de su hijo. Gritó su nombre: _¡Armando!

_¡Papá! ¡Soy yo papá! Les dije a los demás muchachos que no se preocuparan. Les dije que si estabas vivo, me salvarías; y que cuando me hubieras salvado, los salvarías a ellos. Tú lo prometiste al decirme: "¡No importa lo que suceda, siempre estaré contigo!" ¡Cumpliste tu palabra papá!

_¿Cómo te encuentras hijo de mi vida, estás lastimado?

"Nos encontramos enterrados, pero con vida, catorce de los treinta y tres que éramos, papá. Estamos asustados, hambrientos, sedientos y agradecidos con Dios de que estés aquí. Cuando el edificio se cayó, quedó un espacio en forma de triángulo, y eso nos salvó".

_¡Sal muchacho!

_¡No, papá! Saquen a los otros chicos primero, ¡porque sé que tú me sacarás! ¡No importa lo que suceda, yo sé que tú siempre estarás conmigo!..

zarzar@prodigy.net.mx

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