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Más Allá de las Palabras / El Misterio del Tsunami

Jacobo Zarzar Gidi

En días pasados, el mundo se estremeció al vivir uno de los mayores cataclismos que registra la historia reciente. Más de ciento 80 mil personas perdieron la vida al presentarse un maremoto provocado por un terremoto de magnitud nueve que azotó 11 países del sur de Asia y de África. Olas de más de treinta metros de altura y cientos de kilómetros de ancho, barrieron con poblaciones enteras, dejando una gran cantidad de islas bajo el agua y un daño humano incontable. Con el impacto, la Tierra se tambaleó, como si con ello se hubiese cumplido alguna vieja profecía de la cual ya nadie se acuerda, haciendo que su eje se moviera de cinco a seis centímetros. Las fuertes réplicas posteriores continúan ocasionando pánico entre las poblaciones afectadas. Los hospitales están rebasados y ahora se utilizan las calles para atender a los heridos y colocar en fila los cadáveres. Millones de hermanos nuestros se quedaron de la noche a la mañana sin casa, sin trabajo, sin alimento y sin agua potable.

Después de la tragedia, durante todo este tiempo, mucha gente en el resto del mundo y a miles de kilómetros de distancia, se ha sentido golpeada y descontrolada al ver las imágenes en la televisión y las fotografías en los periódicos. Se preguntan en silencio o en voz alta: ¿Por qué sucedió esto?, ¿cómo pudo Dios permitir ese mal tan grave para la humanidad con el cual han fallecido hombres, mujeres y niños inocentes? ¿Cómo es posible que el Todo Poderoso no impidiera ese cataclismo, al haber tenido conocimiento de antemano de que iba a suceder, tomando en cuenta que es infinitamente bueno, compasivo y misericordioso?

Al escuchar esas voces, que cuestionan a Dios y reniegan de su comportamiento, es importante analizar lo que ha sucedido, para no cometer injusticias contra Aquél que todo nos lo ha dado con amor y por amor. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que no se trata de un castigo de Dios, a pesar de merecerlo. En los últimos años el mundo ha renegado de su Creador de mil formas, entre las que destacan: el escaso amor que le tenemos y el casi nulo temor a su persona; vivimos en completa rebeldía frente a los mandamientos que nos dio a conocer como normas de conducta desde el Antiguo Testamento y que siguen siendo válidos para toda la humanidad; cada vez reina más la sensualidad y el erotismo que nos aleja de la espiritualidad y del amor a Dios; los divorcios, el aborto, las uniones homosexuales, la drogadicción, el alcoholismo, la pornografía infantil y los suicidios, han aumentado notoriamente en los últimos años, y son pocos los que luchan contra ellos; el amor a nuestros semejantes se encuentra muy deteriorado al habernos acostumbrado a ver la muerte y el sufrimiento de nuestro prójimo como algo normal, y por lo tanto, sentimos la desgracia ajena como un beneficio, porque a nosotros no nos sucedió.

Es probable que los seres humanos seamos los causantes de la terrible desgracia que acaba de acontecer en el sureste de Asia, al extraer diariamente millones de barriles de petróleo de la tierra y del mar, ocasionando que ?la placa de la India? y ?la placa de Burma (Birmania)?, choquen entre sí. Tal vez los poderosos y violentos del planeta sean también los responsables, al estar realizando pruebas atómicas y nucleares en las profundidades de la Tierra. No hemos respetado la naturaleza al estarla dañando constantemente, y después nos asustamos cuando ella se defiende como lo ha hecho ahora. Como todos sabemos, el hombre irresponsable atenta contra la naturaleza alterándola a voluntad, deteriorando sus campos, ríos, arroyos y mares, con toneladas de basura, dañando su atmósfera con emanaciones tóxicas que tarde o temprano harán que la vida en el planeta sea prácticamente imposible. La deforestación que causamos en las selvas y en los bosques, ha convertido al ser humano en el mayor depredador de la historia. No comprendemos que el Señor de la Vida creó los árboles para que los seres humanos pudiésemos respirar aire puro, y los estamos derribando.

Cuando el Señor nos dio el libre albedrío, tomó la determinación de no intervenir en nuestras decisiones. Esto que ha sucedido, nada tiene que ver con Dios. No es su papel estar al pendiente de ver quién se muere y quién no. Lo acontecido, es parte de la crueldad que tiene la vida misma. Vivimos en un valle de lágrimas, y eso causó que el paraíso en que se habían convertido aquellas hermosas islas en el sur de Asia se hayan transformado ahora en un verdadero infierno.

Pero, la verdad es que algo se nos quiere decir. No podemos ser indiferentes al mensaje que estamos recibiendo en estos momentos. Para entenderlo mejor, necesitamos tener en nuestra alma los ojos de la fe. Todo lo que Él hace -aunque nos duela y no lo comprendamos- está bien hecho. Con toda seguridad Él ha tenido misericordia con las personas fallecidas, aunque esto no lo comprendan sus propios familiares. La vida aquí en la Tierra, es un elemento secundario, a pesar de que para nosotros es lo más importante. Lo que verdaderamente importa es la vida sobrenatural, lo que vendrá después. El Señor ha sido paciente durante miles de años y esto es una llamada de atención de lo que está por venir (San Marcos, Capítulo 13, versículo ocho). Necesitamos hacer oración y aumentar nuestra fe, expiar nuestras culpas y ser dóciles a lo que el Señor nos mande. No importa cómo muramos, ni los años que vivamos aquí en la Tierra, lo que verdaderamente importa es que al morir lleguemos a la presencia de Dios. Recordemos que en tiempos del diluvio, y de Sodoma y Gomorra (ciudades de Palestina destruidas por la cólera de Dios con fuego divino que cayó del cielo a causa de la depravación de sus habitantes), el mundo era una podredumbre. Nuestro tiempo, ¿no se estará pareciendo al que vivieron esas personas a las que Dios castigó? Muchas veces nos sentimos más seguros que otra gente a la cual etiquetamos de tal o cual manera, pero el Señor nos dice: ?No crean que ustedes son mejores y que por eso se van a salvar?. Cuando uno hace el bien, sintiéndose mejor que otras personas a las que ayuda, se trata de una mentira que se convierte en un alejamiento de Dios y lleva el riesgo de transformarse en una grave hipocresía. No hay que utilizar la fe y la caridad para sentirse mejor que los demás, sino para hacer que Dios sea conocido, amado y glorificado.

Los caminos del Señor no los comprendemos. Después de haberse visto en los últimos años una gran violencia, un terrible egoísmo y una fría indiferencia, ahora resurge la solidaridad humana para ayudar a todos aquéllos que cayeron en desgracia con el ?tsunami?. El dolor de los sobrevivientes es en estos momentos el de toda la humanidad, porque hemos visto a muchos niños quedar huérfanos de la noche a la mañana, y que ahora se encuentran en riesgo de convertirse en esclavos de gente malvada que los obliga a participar en el comercio de la pornografía infantil. Hemos contemplado con horror escenas desgarradoras en donde aparecen miles de cadáveres que la gente no alcanza a enterrar. Hemos visto a miles de madres llorar a gritos con desesperación porque no pudieron retener entre sus manos a los hijos que cargaban cuando las dos enormes olas llegaron hasta ellas. Hemos visto escenas terribles, apocalípticas, muy parecidas a las que la Biblia hace tiempo nos narró y que mucha gente pensaba que eran cuentos y que no pudieron haber sucedido. Lo único que nos resta ahora es pedir misericordia y que la bondad de Dios sea nuestro consuelo.

zarzar@prodigy.net.mx

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