El 24 de mayo de 1937 la hermana Teresa de Darjeeling hizo voto perpetuo de pobreza, castidad y obediencia y con ello se convirtió, como era habitual entonces entre las monjas de Loreto, en la ?Madre Teresa?. Los domingos visitaba a los pobres de los barrios más míseros de Calcuta. No tenía nada que darles en lo que se refiere a bienes materiales, porque su propia vida se caracterizaba por una gran pobreza. No obstante se las arreglaba para llevarles cosas que carecían de valor para la comunidad. Las sábanas en que dormía estaban llenas de zurcidos y de remiendos. Las deformidades de los pies que padeció los últimos años no son más que consecuencia de su insistencia en utilizar zapatos usados que no eran de su medida, pero la experiencia de mezclarse con los pobres de la India no hizo sino consolidar unas lecciones que databan de su infancia: ?la privación de cosas materiales no disminuye necesariamente la capacidad de ser feliz?. Este principio le demostró que su sola presencia bastaba a menudo para hacer felices a las personas a las que visitaba.
La Madre Teresa llegaba frecuentemente con sus alumnas a los barrios bajos de Calcuta. Estas visitas fueron objeto de muchas discusiones, relacionadas siempre con el mensaje evangélico. Según recordaba una de sus alumnas, que más tarde se uniría a su labor en calidad de Hermanas Misioneras de la Caridad: ?La Madre Teresa no era sólo nuestra maestra, sino que nos conducía constantemente a Cristo. Siempre nos hablaba de Jesús. Solía contarnos la historia de la samaritana. Nos decía que Cristo tenía sed de amor?.
El año 1943 trajo hambre a la India y los efectos de la misma se intensificaron debido al secuestro de los barcos que transportaban el arroz desde los arrozales de Bengala. Millones de personas perdieron la vida, y muchas se trasladaron a Calcuta en busca de alimento o de los medios necesarios para subsistir. Años después las religiosas recordaban el enorme número de ?niños de guerra? abandonados en la puerta de Loreto y el lío que se organizaba cuando había que dar el biberón a veinticuatro de ellos. En una carta que le escribió su mamá a la Madre Teresa, le decía: ?Querida hija, no olvides que fuiste a la India para ocuparte de los pobres?. Con frecuencia, la Madre Teresa comentaba la anécdota de la mujer a la que socorrió meses antes, y a la que habían dejado morir en las calles de Calcuta. Según decía, lo que hacía llorar a aquella mujer no era que se la estuvieran comiendo los gusanos, ni tampoco que se encontrara a las puertas de la muerte, sino que la persona que la había abandonado fuera su propio hijo. Poco a poco la Madre Teresa fue sintiendo con mayor intensidad que necesitaba dar más de lo que había dado hasta entonces (?dar hasta que duela? ?decía ella). Sin embargo, las que compartían su vida como monjas de Loreto no sabían nada de su profunda insatisfacción. El 16 de agosto de 1946, estalló en Calcuta la violencia entre musulmanes e hindúes. Se suspendieron los envíos de comida. Viendo que en el pensionado de Entally había trescientas niñas hambrientas, la Madre Teresa se lanzó a la calle. Unos soldados le marcaron el alto y la enviaron de vuelta a la escuela en un camión cargado de sacos de arroz, aunque antes tuvo ocasión de ser testigo de algunas escenas terribles del baño de sangre que causó en Calcuta cinco mil muertos y quince mil heridos.
Aquel año fue difícil para la Madre Teresa, al encontrarse con frecuencia muy enferma. Sus hermanas religiosas la recuerdan muy delicada de salud. Tenía el pecho débil y el provincial de Loreto temía que pudiera padecer de tuberculosis, por lo que se le ordenó que por las tardes descansara tres horas en la cama. Ésa fue la única ocasión en la que recordaban haberla visto llorar, porque para ella era una contrariedad tener que estar en la cama sin poder trabajar. El período de descanso forzado culminó con la orden de retirarse al convento que las religiosas tenían en la montaña a fin de que, en interés de su salud, se sometiera a un proceso de renovación espiritual y suspensión física del trabajo.
El diez de septiembre de 1946, en el tren polvoriento y desvencijado que la llevó a la montaña, se produjo lo que la Madre Teresa describiría después como ?la llamada dentro de la llamada?. Fue una experiencia de la que llegó a hablar poco, pero una vez confesó: ?La llamada de Dios para ser Misionera de la Caridad es, para mí, como el ?Tesoro escondido? que, para poder comprarlo, lo vendí todo. Eso es lo que yo quiero hacer por Dios?. El mensaje, cualquiera que fuese la forma de comunicación, fue a la vez singular y nada ambiguo: ?Debía dejar el convento y ayudar a los pobres viviendo con ellos. Fue una orden. No cumplirla habría sido traicionar la propia fe?. Cuando en octubre volvió a la escuela de Loreto, dirigió un retiro centrado en el tema de la exclamación de Cristo en la cruz: ?¡Tengo sed!?, así como de la petición que Jesús formula a la samaritana: ?¡Dame de beber!?. El objetivo expreso de la congregación era saciar la sed infinita de Jesucristo crucificado por amor a las almas. La importancia de aquel objetivo en particular quedaría subrayada por el hecho de que, con el tiempo, en todas y cada una de las capillas que la asociación tendría en el mundo, figurarían estas dos sencillas palabras: ?Tengo sed?. Todos aquéllos que quisieran responder a la llamada de esa sed, además de los acostumbrados votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, harían un cuarto voto a fin de consagrarse de todo corazón al servicio desinteresado de los más pobres de los pobres, y serían llamados ?Misioneros de la Caridad? o ?Portadores del amor de Dios?. Por encima de esta decisión subsistía el convencimiento de la Madre Teresa de que, cuando en la cruz, Jesucristo pronunció las palabras ?tengo sed?, lo hizo como revelación del deseo que sentía Dios de atraer a la humanidad entera. En los cuerpos hambrientos, sedientos y maltrechos de los pobres, las misioneras verían al Cristo que en el Evangelio de San Mateo (25, 35) se había identificado tan específicamente con los necesitados al decir: ?Porque yo estaba hambriento y me disteis de comer; estaba sediento y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, encarcelado y me vinisteis a ver?.
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