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Más Allá de las Palabras / EN BUSCA DE LA FELICIDAD

Jacobo Zarzar Gidi

El estudiante de preparatoria piensa: ?¡Qué feliz seré el día de mi graduación cuando ya no tenga qué obedecer a los demás!?. Sin embargo, al concluir la preparatoria concibe la idea de que no será feliz hasta que se haya liberado del hogar paterno.

Al irse de casa a ingresar a la universidad reflexiona: ?¡cuando tenga mi título entonces sí que seré feliz!?. Después de titularse considera que no alcanzará la felicidad en tanto no consiga empleo. Al fin obtiene un empleo, pero se da cuenta que tiene que empezar desde abajo, y por lo tanto en ese tiempo tampoco puede ser feliz. Con el paso de los años continúa posponiendo su felicidad para cuando se comprometa en matrimonio, para cuando se case, para cuando se compre una casa, para cuando consiga un mejor empleo, para cuando nazcan sus hijos, para cuando entren a la escuela, para cuando termine de pagar la casa, para cuando los hijos se gradúen en la universidad, para el día de su retiro... y finalmente se muere sin haberse permitido ser plenamente feliz.

Un estudio tras otro revelan que la felicidad tiene poco que ver con la edad. Podemos ser felices a los setenta o a los ochenta años como lo éramos a los treinta o a los cuarenta. Aun la gente discapacitada por algún accidente no tarda en reponerse y volver a su antiguo nivel de felicidad. Las personas que han disfrutado de una vida fácil, y han tenido que tolerar pocos desastres, tienden a ser menos fuertes o resistentes desde el punto de vista emocional. La adversidad, cuando no es arrolladora, promueve fortaleza y carácter.

La felicidad puede sobrevivir al sufrimiento y a la aflicción por la pérdida de un ser querido. Lo que importa no es lo que haya sucedido, sino el modo como hemos reaccionado. Cuando se piensa de modo positivo, se percibe la vida a través de un filtro claro y brillante. Todavía pueden verse los problemas, pero se ven también posibilidades, se ve ese rayo de sol que brilla a través de las nubes. Cuando se piensa de modo negativo, un filtro oscuro y turbio desfigura todo lo que uno ve y hace. Y, lo peor de todo, es que cubre y oculta todos los aspectos positivos de la propia vida. Cuando pensamos cosas negativas, lesionamos el espíritu y destruimos células sanas de nuestro cerebro que ya no se vuelven a regenerar.

Todos hemos cometido errores en el pasado y esa etapa de nuestra vida no podemos modificarla, pero la única ventaja de mirar hacia atrás es aprender a hacer mejor las cosas en el futuro.

Se recomienda convertir en hábito el recordarse a sí mismo todos los días las cosas por las que estamos agradecidos, y para conseguir la paz del espíritu, oremos en voz baja ?la oración de la serenidad?: ?Dios mío, dame serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo, y sabiduría para conocer la diferencia?.

Cada día, es un nuevo día. No puedo saber lo que sucederá mañana y no me preocupo por lo que aconteció ayer. Si tengo pensamientos negativos, me deshago de ellos y los reemplazo por ideas constructivas que me darán salud física y mental.

Algunas veces flaqueamos en nuestros propósitos. La tensión y la ansiedad nos abruman y sentimos como si estuviésemos deslizándonos hacia atrás. Es el momento de acudir a nuestras mejores reservas de fortaleza para desprendernos del dolor y de la tristeza, reemplazándolos únicamente por pensamientos positivos. Si lo conseguimos, habremos afrontado una crisis que nos dará energía suficiente para enfrentar las que se presenten en el futuro.

Lo único que tenemos ahora es el presente. Una de las características de los niños pequeños es que el presente los absorbe totalmente. Cuando llegamos a la edad adulta, aprendemos a angustiarnos por muchas cosas, se nos juntan los problemas del pasado y los que imaginamos vendrán en el futuro, lo cual nos hace sentir infelices. Posponemos la alegría convencidos de que en los años venideros todo marchará mejor que ahora. Pero, la existencia se nos escapa minuto a minuto, y ese tiempo jamás regresará.

La vida que estamos viviendo no es un simulacro de vida, es la verdadera y única vida que tendremos en este mundo. No podemos retroceder y volver a vivirla. Una vez pasada, se va... ¡Y se va para siempre! Si no la vivimos en plenitud ahora, ¿cuándo pensamos hacerlo?

Vivirla en plenitud significa deleitarse en ella cada minuto; celebrar que aún nuestro corazón permanece latiendo; escuchar los sonidos de la naturaleza, detectar con agradecimiento los diferentes sabores que tienen los alimentos, oler los aromas de las plantas y disfrutar la gama de colores que captan nuestros ojos. A cada quien le corresponde inyectarle más júbilo y más deleite a su propia vida; no hacerlo así, es desperdiciarla. Una vez que hallamos hecho lo mejor que podamos, debemos esperar en paz el resultado. Y, si a pesar de todos nuestros esfuerzos no conseguimos lo que nos hemos propuesto, también está bien.

A final de cuentas recordemos que las mayores alegrías provienen de las cosas simples que surgen todos los días, como valorar los primeros rayos de luz que penetran en la recámara, escuchar con atención el sonido que emite un ave que se atrevió a cantar en la ventana, las ocurrencias de un nieto al jugar con sus carritos, la emoción que se siente al ver una fotografía antigua en donde aparecen familiares que ya no se encuentran entre nosotros, el cansancio agotador después de todo un día de trabajo, y el silencio absoluto de las tres de la mañana. Cada uno de esos momentos mágicos y muchos otros más que surgen todos los días, merecen no pasar desapercibidos, ya que si los tomamos en cuenta descubriremos tarde o temprano que la verdadera felicidad únicamente se encuentra en nosotros... y no fuera de nosotros.

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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