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Más Allá de las Palabras / HISTORIA DE UN ESFUERZO

Jacobo Zarzar Gidi

Pocas veces encontramos reunidos en un solo ejemplar tantos valores familiares como los que he descubierto en el libro titulado: Elías Murra Marcos, Historia de un Esfuerzo. Se trata de un rico volumen que podemos consultar una y otra vez para conocer, recordar y valorar a todos aquellos hombres y mujeres que hace ya mucho tiempo dejaron su querida Palestina para jugarse la más grande de las aventuras en un país desconocido y con diferente idioma, que podía ofrecerles a ellos y a sus descendientes las oportunidades que tanto anhelaban.

Entre las páginas de este libro encontramos relatos interesantes que nos permiten retroceder en el tiempo; viejas fotografías que al verlas nos humedecen los ojos, y por lo tanto quisiéramos atesorarlas en el cajón más importante de nuestro ropero; historias de valor, honestidad, confianza, amor filial y fraterno, esperanza, y sobre todo fe; añoranzas por la bendita tierra que dejaron atrás nuestros viejos, y que en muchos de los casos no pudieron volver a visitar; tradiciones palestinas que aún hoy se practican como ?el jutbe? o ?petición de mano?; la costumbre de visitar a los paisanos por las noches al cerrar la tienda para comentar las últimas noticias de ultramar, (recuerdo que cada vez que llegaban mis padres a la puerta de la casa de un paisano para visitarlo, la primera frase y la más importante que escucharon mis oídos, fue siempre la misma: ?Ahla u sahla? (bienvenidos); se puede palpar también en este libro el gusto que sentían ellos al recordar las artesanías de su querido Belén, como la fabricación de cruces, aretes, anillos y rosarios, confeccionados en concha nácar, que vendían principalmente a los soldados de la Rusia Zarista cuando visitaban Tierra Santa.

Este volumen, es la historia verdadera de don Elías Murra Marcos que no se conformó con ser un buen hombre, sino que fue un hombre bueno, porque aparte de hacer el bien, motivó a otros a multiplicar sus dones. Fue un hombre afortunado porque en la vida nada le fue fácil, tomando en cuenta que no puedes volar una cometa a menos de que vayas contra el viento y que la cometa tenga puesto algo que pese para evitar que se voltee al revés. Fue Caballero de Colón junto con personas honorables y generosas de aquellos tiempos que se reunían periódicamente bajo la dirección espiritual de un sacerdote católico que fungía como capellán para dar servicio a los más necesitados. Fue pionero en diferentes giros de negocios que levantó de la nada y que supo transmitir con generosidad a los que ahora son sus legítimos propietarios. Cultivó la amistad con personas importantes, pero de su sencillez han hablado varias generaciones. Compartió la mesa de café con sus amigos que lo extrañan y recuerdan con cariño. Disfrutó de la vida, viajó a sitios lejanos, pero siempre regresó a casa con una amplia sonrisa porque amaba profundamente la ciudad que le dio cobijo. Sabía que la paz de su espíritu se encontraba en Dios y que la verdadera riqueza en su familia, porque estaba convencido de que no es verdadero el éxito duradero en los negocios, sin tener éxito en el negocio de vivir la vida.

Siempre me han gustado las fotografías antiguas, porque registran emociones y sentimientos, afanes, preocupaciones y angustias, privaciones y sacrificios, de una época que ya transcurrió y que nunca más volverá. Todas las imágenes que aparecen en el libro que ahora presentamos, son de gran interés para poder comprender mejor el tiempo que a cada uno de nosotros nos ha tocado vivir; sin embargo, haré mención de algunas que llamaron poderosamente mi atención como la del terrible incendio que destruyó por completo el mercado Juárez, ocurrido en el año 1929, en el cual miembros de mi propia familia recibieron quemaduras de segundo y tercer grado; la fotografía de mis abuelos paternos Juan Zarzar Mousa y Hilwe Sabag Dahbura; las fotografías de los inmigrantes recién llegados de Medio Oriente, después de su largo y cansado viaje, que en algunos casos duró más de treinta días, que se inició en Haifa, Palestina, pasando por Marsella en Francia y Santander en España, para finalmente desembarcar en Veracruz, Puerto Progreso o Tampico. En las primeras fotografías del libro podemos observar a varios hombres vestidos a la usanza turca, portando ?el tarbusch?, o sombrero oriental, el cual nos habla del dominio otomano que perduró durante cuatrocientos años en el Medio Oriente. En una de las páginas interiores observamos el sepelio de don Issa Abdala Marcos-Ketaa, en febrero de 1938 que fue enterrado como un patriarca en Belén, ?después de ser un hombre bueno y generoso al que siempre se le pedía consejo?. En otra de sus hojas observamos las honras fúnebres de Francisco Elías Murra Sara en las que se expresa el dolor intenso de toda su familia que lo vela como antes se acostumbraba -en la misma casa donde vivía; y finalmente la fotografía de aquel Año Nuevo de 1937 en la que aparecen felices y sonrientes, en uno de sus mejores momentos: Abraham Murra, Carlos Marcos, Elías y Juan Murra.

Todas esas imágenes tan valiosas me hicieron recordar al noble y trabajador paisano de antes, al que pronunciaba el español chueco y con mucha dificultad; al que se echaba un morral en el hombro lleno de colchas, rebozos y cortes de tela, y salía muy de mañana de casa, con su sombrero de paja, a pie o en bicicleta, rumbo a los ranchos, con una pequeña libreta y un lápiz para anotar las ventas a crédito de su mercancía. Me hicieron recordar al jefe de la casa, al padre estricto ?parecido a un jeque árabe- cuyas órdenes no se discutían y mucho menos se ponían en tela de duda, al que le gustaba escuchar música de aquellas tierras, fumar ?el narguile? y darle varios sorbos a una rica taza de café turco, mientras su mente divagaba en los huertos de Belén, con sus palmeras cargadas de dátil, con sus emparrados de donde colgaban generosos racimos de uva, con sus bíblicas higueras y los milenarios olivos -con su reina la aceituna. Recordé al paisano que entregaba un pelo de su bigote en garantía cada vez que realizaba compras a crédito y que siempre cumplía con sus obligaciones para no perderlo, porque su honorabilidad estaba en juego. Recordé también a mi madre cuando se encontraba en la cocina elaborando aquellos sabrosos platillos que a mi padre tanto le agradaban. Recetas árabes que ahora se han incorporado exitosamente a la cocina mexicana, como las riquísimas hojas de parra que se comen con jocoque, las calabacitas rellenas, el kipe y las hojas de repollo rellenas de arroz y carne, así como también el exquisito marmaón ?del cual se dice que la Santísima Virgen María preparaba pacientemente durante los nueve meses de embarazo, mientras aguardaba la llegada de su Divino Hijo.

Atrás quedaron esas hermosas palabras que pronunciaban nuestros queridos padres y que son como miel recién salida de un panal: ?Ála irda-alék?, que significa ?que Dios te bendiga?; ?Salámu aleikum?, ?que la paz sea contigo?; ?Íslamu idéyek?, ?benditas las manos que prepararon esta comida?; ?Táwel ombrak?, ?que vivas muchos años?; ?Ála maak?, ?Dios contigo?; y tantas otras que conservo gratamente en la memoria. Atrás quedaron en la huerta de mi padre, los juguetes de niño, el caballo de escoba, mi triciclo y mi tambor... los árboles viejos con sus nidos vacíos y también las acequias que provienen del río. Atrás quedaron todas esas antiguas paredes de adobe en el centro de la ciudad, que fueron al mismo tiempo tienda y trastienda, en donde aún se pueden escuchar sonidos de antaño que parecen risas de niños, relatos de historias que contaban los mayores, leyendas de las nanas que cuidaban a los hijos y largas oraciones que una madre pronunciaba hasta altas horas de la noche.

Yo les doy las gracias a mis buenos amigos: Eduardo, Fernando, Roberto y Rogelio, por haberme invitado a la presentación de este libro, que es un digno homenaje a la vida de don Elías Murra Marcos... y a la historia de su gran esfuerzo.

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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