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Más Allá de las Palabras / LA HIGUERA ESTÉRIL

Jacobo Zarzar Gidi

Durante su permanencia en tierras de Palestina, Jesucristo habló en parábolas para que las multitudes entendieran mejor su mensaje. Cada vez que leemos o escuchamos una de ellas, comprendemos que algo importante se nos está diciendo y que debemos tomarla en cuenta. Al mismo tiempo, reflexionamos, que las parábolas tienen el poder de transmitir una gran paz espiritual a pesar de los dos mil años que han transcurrido desde que el Maestro las dijo y alguien las escuchó.

En esta ocasión, vamos a comentar la hermosa parábola de la Higuera Estéril: ?Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y vino a buscar fruto en ella y no encontró. Esto ya había ocurrido anteriormente, la higuera desde hace varios años no daba frutos, a pesar de estar situada en un lugar apropiado de la huerta y de haber sido tratada con buenos cuidados. Entonces mandó el dueño al hortelano que la cortara con la finalidad de que no ocupara un terreno en balde?.

La higuera representa a todo aquél que permanece improductivo de cara a Dios. En verdad que somos afortunados con las bendiciones recibidas y no nos hemos dado cuenta de ello. El Señor nos ha dado la vida, mucho antes de haber hecho algo para pagársela. Nos ha colocado en el mejor lugar donde podemos con nuestras capacidades dar mejores frutos, y no lo hemos conseguido. Fuimos creados con los máximos cuidados del más experto Viñador y desde el momento mismo de nuestra concepción se nos ha entregado un Ángel custodio para que nos proteja en ese avanzar constante por la vida. Recibimos la gracia inmensa del Bautismo y tenemos la Sagrada Eucaristía a nuestro alcance para darnos fortaleza en la lucha diaria contra el maligno. Son muchas las gracias recibidas, y sin embargo son pocos los frutos que el Señor encuentra cada vez que observa nuestras actitudes de todos los días. Y lo más triste es que casi siempre producimos frutos amargos.

¿Por qué al igual que la higuera de la parábola, no damos buenos resultados, a pesar de que todo estaba preparado para devolverle a la vida lo mejor de nosotros mismos? Es claro que las causas principales son la soberbia, la dejadez y la dureza de corazón. A pesar de todo, el Señor, paciente y generoso en exceso con nuestra alma, vuelve una y otra vez con nuevos cuidados para que a partir de determinado momento comencemos a dar fruto. Él no se desanima ante nuestra falta de correspondencia, sabe esperar, porque no da nunca a nadie por perdido, conoce a la perfección nuestros defectos, nuestras flaquezas y debilidades, pero al mismo tiempo reconoce la capacidad de bien que hay en cada hombre y en cada mujer.

Jesucristo intercede ante Dios Padre por nosotros -que somos como una higuera plantada en la viña del Señor: ?Señor, déjala todavía este año?. ¡Cuántas veces hemos merecido no estar en este mundo por ser demasiado improductivos, y sin embargo, aquí permanecemos todavía porque el Señor intercede cuando ya el hacha está a punto de caer!

Es tanto lo que le debemos a Dios, que difícilmente podremos pagarle una mínima parte de ello con nuestros raquíticos actos de bondad y de trabajo espiritual. ¡Qué triste es darnos cuenta que si en estos momentos fuésemos llamados, probablemente nos iríamos con las manos vacías! Si tuviéramos ahora que presentarnos delante del Señor, con toda seguridad Él nos exigiría una cierta cantidad de frutos proporcionales a los dones recibidos. Reflexionemos que tal vez se nos dará un año más de vida, tal vez dos, o posiblemente una semana, o tan sólo unas cuantas horas. Por eso es importante tomar en cuenta cada aurora que da comienzo, porque no sabemos si ésta será la última de nuestra vida.

Se nos pide que demos mucho fruto, para llegar a ser discípulos dignos de Jesucristo. No apariencia de frutos, sino realidades que permanecerán más allá de este mundo. Muchas personas piensan que somos un cuerpo con alma, y la verdad es que somos un alma con un cuerpo demasiado temporal. Por eso es que no es la muerte del cuerpo lo que importa, sino la situación del alma cuando ya no puede hacer nada por merecer las gracias divinas. Las oportunidades se terminan y difícilmente pensamos en ello. Queremos sostener un cuerpo esbelto, joven y sano, y no nos preocupamos por el alma que fue creada para ser eterna, la cual deberá lucir radiante en el momento mismo del juicio particular.

Muchas veces decimos de un enfermo que su dolencia no tiene remedio y se da por imposible su curación. En la vida espiritual no ocurre lo mismo: Jesús es el médico que jamás da como irremediablemente perdidos a quienes han enfermado del alma. Puede tratarse del peor criminal, o de aquel hombre que no puede durar un solo día en estado de gracia, también para ellos, el Señor tiene la medicina que cura. La misericordia de Jesucristo, -de la que tanto nos habló Sor Faustina- jamás disminuye, a pesar de las ingratitudes, el odio, la indiferencia y las contradicciones que siempre le ofrecemos. Él es el buen pastor de todas las almas, a todas las conoce y las llama por su nombre. No deja a ninguna perdida en el monte.

Somos muchas las personas que en determinado momento queremos cambiar de vida. Nos molestan los defectos que tenemos y no sabemos cómo erradicarlos. Sin embargo, no debemos dejar pasar el tiempo mirando nuestras miserias, perdiendo de vista a Dios y dejándonos descorazonar por nuestros errores. ¡Qué triste es ver a una persona hundida en el alcoholismo porque está convencida de que jamás dejará su conducta equivocada! ¡ Qué lamentable es darnos cuenta que alguien se privó de la vida porque no pudo dominar sus pasiones, controlar sus defectos y sostener la esperanza!

¡Señor, déjala todavía este año, cavaré alrededor de ella y le echaré estiércol, a ver si así da fruto...!

zarzar@prodigy.net.mx

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