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Más Allá de las Palabras / MENSAJE DE AMOR Y DE PAZ

Jacobo Zarzar Gidi

El Papa Benedicto XVI, en la imposición del palio y entrega del anillo del pescador, el domingo 24 de abril de 2005, pronunció una importante homilía que debemos tomar en cuenta en los momentos actuales cuando descubrimos voces con una gran diversidad de opiniones que desorientan espiritualmente a la humanidad. Transcribiré algunas de sus reflexiones que me han parecido valiosas: "Todos vosotros, acabáis de invocar a la muchedumbre de santos, representada por algunos de los grandes nombres de la historia que Dios teje con los hombres. Al invocarlos, también en mí se reaviva la convicción de que no estoy solo. No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar en la soledad. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza. En efecto, a la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todos nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; nosotros, que vivimos del don de la carne y la sangre de Cristo, por medio del cual quiere transformarnos y hacernos semejantes a sí mismo. No es indiferente para Nuestro Señor Jesucristo que muchas personas vaguen por el desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores. Por eso, los tesoros de la Tierra ya no están al servicio del cultivo del jardín de Dios, en el que todos puedan vivir, sino subyugados al poder de la explotación y la destrucción. La iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos da la vida y la vida en plenitud.

No es el poder lo que redime, sino el amor. Éste es el distintivo de Dios. Él mismo es amor, ¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente, derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios, y no obstante, todos necesitamos de su paciencia. El Dios, que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado, y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres. Una de las características fundamentales del pastor debe ser amar a los hombres que le han sido confiados, tal como ama Cristo, a cuyo servicio está. "Apacienta mis ovejas", dice Cristo a Pedro, y también a mí en este momento. Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que Él nos da en el Santísimo Sacramento. El pastor de todos los hombres, el Dios vivo, se ha hecho Él mismo cordero, se ha puesto de parte de los corderos, de los que son pisoteados y sacrificados. Precisamente así se revela Él como el verdadero pastor: "Yo soy el buen pastor. Yo doy mi vida por las ovejas", dice Jesús de sí mismo. (Juan 10, 14).

Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, a vosotros, a la Santa Iglesia, a cada uno de vosotros, tanto personal como comunitariamente. Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos. Roguemos unos por otros para que sea el Señor quien nos conduzca, y nosotros aprendamos a guiarnos por el buen camino.

Al igual que en aquella ocasión, cuando Jesús invitó a Simón a remar mar adentro y lanzar de nuevo las redes, también hoy se dice a la iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. En la misión del pescador de hombres, los seres humanos vivimos alienados en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. En la misión del pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlos a la tierra de la vida, a la luz de Dios.

En este momento mi recuerdo vuelve al 22 de octubre de 1978, cuando el Papa Juan Pablo II inició su ministerio aquí en la Plaza de San Pedro. Todavía resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: "¡No temáis! ¡Abrid vuestros corazones, abrid de par en par las puertas a Cristo!". El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, Él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, el dominio del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa. Además, el Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo -si dejamos entrar a Cristo totalmente en nosotros, si nos abrimos totalmente a Él, miedo de que Él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida aparentemente más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia, y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada, absolutamente nada de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera.

Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".

zarzar@prodigy.net.mx

jacobozarzar@yahoo.com

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