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Más Allá de las Palabras / UN APOSTOLADO

Jacobo Zarzar Gidi

En el mes de junio de 1992 y luego de haberle diagnosticado leucemia a su pequeña hija Sofía, de apenas cuatro años, Carlos Aguirre, junto con su esposa y ocho personas más fundaron la Asociación Pro Niños Con Leucemia de La Laguna A. C. Tomaron esa determinación cuando se enteraron que en el Hospital Infantil Universitario de la ciudad de Torreón había siete niños de escasos recursos económicos con la misma enfermedad y que, desde hacía tres años todos los pacientes que llegaban al hospital con ese padecimiento morían por no tener la forma de adquirir el tratamiento de quimioterapia. Durante los siguientes 12 meses, la labor de la asociación fue incipiente, y no fue sino hasta el mes de abril del siguiente año -después de que su pequeña hija falleciera- cuando empezaron una labor más estructurada. Pero hubo un suceso importante que les permitió descubrir lo que se convertiría en una misión de vida: tres semanas después, Carlos recibió una llamada alrededor de las 8:00 p.m., al otro lado del teléfono se escuchaba a una madre angustiada, que con voz entrecortada le dijo:

-Señor, la enfermera del hospital me pidió que le llamara, ya que a mi hija Ana Beatriz le acaban de decir que tiene leucemia y no tengo dinero para comprar su medicina ¿me podrá ayudar?

-Por supuesto, ¿qué es lo que necesita señora? -respondió-.

Luego de dar el nombre de los medicamentos, insistió que los mismos los requería antes de las 11:00 p.m. Al escuchar el llamado, Carlos se comprometió a llevarlos de inmediato. Compró las medicinas, y al llegar al hospital se enfrentó a un terrible dilema. Se dio cuenta que no había vuelto al hospital desde la muerte de Sofía. Los que han cuidado enfermos en un hospital saben muy bien lo sombrío, triste, desolado y tenebroso que suele ser por las noches ese lugar. Parado frente a la puerta, no podía entrar, se sentía como un ciudadano de Liliput frente a un edificio enorme que intentaba devorarlo, donde los recuerdos aún recientes de las últimas noches de vida de su hija acudían a la memoria. Por unos instantes decidió retroceder, no entrar, dejar ahí a la pequeña Ana Beatriz y a su madre en espera de un halo de esperanza, también pensó en buscar algún amigo o familiar que hiciera entrega de tan importante encargo, pero ya no había tiempo, eran casi las 11:00 de la noche y parecía que la vida le jugaba una broma de mal gusto.

Haciendo uso de todas sus fuerzas entró al nosocomio, subió las escaleras y en la planta alta volvió a ver el pequeño oratorio que durante tantas noches había sido su refugio cuando a la pequeña Sofía se le terminaban sus horas. Y una vez más se dirigió al Señor postrado de rodillas y le dijo: ?Señor, no sé qué hago aquí, no sé por qué me has escogido a mí para esta labor, ¿por qué a un hombre temeroso? ¿Por qué a una persona que se paraliza al enfrentarse a sus recuerdos? No sé si te das cuenta que no serviré para esto. Sé que tu misericordia se hace presente a través de los brazos humanos, por eso te pido que, si es decisión tuya que éste sea mi apostolado, ayúdame. Te entrego mis temores, mi cobardía, y mi persona para que hagas con ellos lo que desees, porque yo solo no puedo?.

Se levantó confundido y se dirigió a la sala donde estaba la recién diagnosticada. Con un ademán, la enfermera le indicó cuál era la cama de la niña. De inmediato localizó a la pequeña que tenía tan sólo cinco años, la misma edad que alcanzó a tener su hija antes de partir, y a su angustiada madre que permanecía ansiosa a su lado en espera de la ayuda ofrecida. Cuando se acercó a ellas, la enfermera se adelantó para tomar las medicinas y dijo ?justo a tiempo, ahora las preparo para administrárselas?. Carlos intentó darle ánimos a la madre, pero no pudo, mientras tanto la pequeña dormía tranquilamente como si Dios le hubiese dado el mejor de los calmantes. En ese momento la madre levantó los ojos con una mirada de agradecimiento y dijo: ?Dios se lo pague señor?. Carlos salió presuroso del hospital, su corazón latía con fuerza, subió a su auto y recorrió las calles sin rumbo fijo. Al llegar a casa platicó con su esposa, y juntos -después de orar durante varios minutos, hicieron un compromiso que sería para ellos la misión más importante que les ocuparía para el resto de sus días.

Han pasado 12 años después de esa historia, Ana Beatriz fue dada de alta al concluir 36 meses de tratamientos continuos, ahora es una linda señorita de 17 años que vive saludable en compañía de su madre en un ejido cerca de Fco. I. Madero. Carlos, por su parte, ha vuelto al hospital cientos de veces, ha hablado con decenas de madres cuando le diagnostican la enfermedad a su hijo o hija o cuando alguno de ellos está a punto de partir a la vida eterna, ha llevado medicinas en cualquier día de la semana, aun de noche y jamás ha vuelto a sentir aquella sensación de cobardía que estuvo a punto de coartar la misión que Dios le tenía señalada. Por ello, da gracias al Señor de la vida por haberle sanado de la forma que lo hizo, y por haberse fijado en su persona para hacer presente su misericordia. Al recordar todo esto, viene a su memoria una frase que un amigo sacerdote le dijo en cierta ocasión: ?Dios no elige a los preparados, prepara a los elegidos?.

La asociación recibe a niños de escasos recursos con leucemia o cualquier tipo de cáncer, que no cuenten con servicios de seguridad social, (IMSS, ISSTE). Son atendidos en el Hospital Infantil Universitario, en una sala Hemato-Oncológica que la Asociación construyó con recursos propios en 1999. En estos 13 años de trabajo, han servido a más de 120 pacientes, de los cuales, 25 niños se encuentran totalmente dados de alta y 14 en tratamiento de quimioterapia, los cuales tienen muchas posibilidades de recuperarse, siempre y cuando se les entreguen los medicamentos completos. El resto han fallecido, pero dejaron la satisfacción de saber que se hizo todo lo humanamente posible para curarlos. Es importante resaltar que durante el año pasado realizaron el primer trasplante autólogo de médula ósea, sin embargo, aunque el trasplante fue un éxito en términos de procedimiento, después de tres meses de haber sido dado de alta, el pequeño murió al tener una recaída.

El sufrimiento de Cristo en la cruz ha creado el bien de la redención del mundo. Ningún hombre puede añadirle nada. Pero, a la vez, Cristo en cierto sentido ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre. Esos pequeños que sufren la terrible enfermedad de la leucemia están condenados a padecer un calvario, que se agrava más ante la falta de recursos económicos de sus padres. Por eso es importante la labor que realiza la Asociación Pro Niños con Leucemia de La Laguna, que se encuentra localizada en la avenida Bravo número 1755-6 oriente, teléfono 717-96-06. Si usted pudiera colaborar de alguna manera, formaría parte de ese grupo de hombres y mujeres valientes que imitan a Jesucristo, ayudando a los más débiles entre los débiles, a los que más sufren en este valle de lágrimas, a pesar de tener grandes deseos de vivir. Al hacerlo, formará parte de ese escuadrón que algún día alcanzará misericordia, porque en la medida en que midamos, seremos medidos. A un grano de trigo corresponderá un grano de oro; a un saco de trigo, un saco de oro. Para llevar a cabo ese apostolado, acudamos a la Santísima Virgen María, pues Ella es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina. Sabe su precio y sabe cuán alto es, por eso la llamamos Madre de la misericordia.

zarzar@prodigy.com

jacobozarzar@yahoo.com

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