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Máscaras y antifaces/Política de carnaval

Raúl Muñoz de León

Aunque concluyó febrero, mes carnavalero marcado así por el calendario. Pero en México el festejo aún no termina. Y así seguiremos por mucho tiempo porque tal parece que la política de carnaval está en nuestra esencia, dicho de mejor manera, en la esencia de muchos actores y personajes de la política, que distorsionan o desvirtúan el sentido ético que ésta debiera tener como teoría y práctica que busca el bien común.

Antifaz.- El jefe de Gobierno del Distrito Federal engaña a la población con declaraciones y actitudes demagógicas, haciéndole creer que sus opositores le temen como rival o contrincante y por eso quieren eliminarlo de la contienda política. Salta al escenario carnavalesco con un antifaz que pretende ocultar su verdadera personalidad. Astuto, ambiciosos y prepotente, está obsesionado con la Presidencia de la República, a pesar de que muchas veces pidió que “lo dieran por muerto”: se siente salvador de la patria y el rayo luminoso que habrá de acabar con los problemas de la gente. Se dice víctima de una acción concertada, cuando en el fondo y en lo íntimo está convencido que incurrió en desacato a lo ordenado por la Corte.

Irrespetuoso del Derecho, ha demostrado en muchas ocasiones su desprecio por las normas, quiere que éstas se apliquen sólo si a sus intereses conviene, cuando no es así, cuando ve que peligra su status y siente que con la Ley van a quitarle el antifaz y lo expondrá ante los ojos de la población como realmente es, taimado y ladino, entonces llama mentirosos, legalistas y torcedores del Derecho a ministros, magistrados y jueces. Presiente que el desafuero es inminente y que existen elementos para fundamentarlo perfectamente.

Por eso amenaza con movilizaciones y acciones de resistencia, no obstante que la propia Constitución le proporciona medios para que se defienda jurídicamente. Dilapida en tal faena los recursos que constitucionalmente protestó administrar con eficacia y transparencia. Recorre el país con viáticos a cargo del erario capitalino, promoviendo un libro que sólo es pretexto para hacer campaña en contra de su desafuero y lograr una candidatura que eventualmente le dé oportunidad de llegar a palacio nacional. Tal es su obsesión.

Se presenta con cara de “yo no fui”, o de “yo no hice nada”, pidiendo un respeto a la Ley que él no es capaz de otorgarle; utiliza un lenguaje combativo y exhorta a la población a realizar acciones de ilegalidad con el riesgo de que quienes participen en ellas puedan incurrir en conductas antijurídicas que tipifiquen delitos que merezcan penas corporales, en cuyo caso nada hará en su favor el jefe de Gobierno. Protagoniza, pues, una política de carnaval.

Máscara.- La recientemente nominada candidata al Gobierno del Estado de México, es otro ejemplo de esta nuestra política carnavalesca. Desafía las reglas elementales de la convivencia social cuando pretende justificar el cambio de su nombre aduciendo que su madre buscó protegerla del escarnio y el estigma. En realidad se burla de la sociedad y más de la que aspira a gobernar. Más allá de la implicación política que el nombre postizo genera, legalmente incurre en el ocultamiento o simulación de su verdadera identidad, pues es cierto que toda persona es libre para cambiar de nombre, pero para que este cambio sea legal hay que cumplir con los requisitos que el Derecho impone: llevar a cabo un procedimiento mediante acciones de rectificación de actas de registro civil; no basta, como ella ha expresado, con una simple acta notarial, pues el cambio de nombre sólo puede ser autorizado por el Poder Judicial.

Además y aquí está lo realmente interesante de este asunto, cuando hablamos del nombre como atributo de la personalidad y su posible cambio, nos referimos al llamado nombre de pila, porque para el Derecho es intrascendente que alguien se llame Citlalli o Yeidckol y que ésta se haya convertido al judaísmo; lo que en realidad tiene interés jurídico es el apellido y en el caso que comentamos, ¿de dónde saleiron los apellidos que la candidata ostenta?, ¿quiénes fueron su padre y su madre que le dieron tales apelativos?

El análisis sería el siguiente: puedo cambiar mi nombre de Pablo a Pedro, si la autoridad judicial me lo permite, pero ¿y mis apellidos? Aunque intentó explicarlo ante los medios que la descubrieron, ¿qué se oculta tras esa variación de identidad personal? Porque son muchas las interrogantes que surgen con motivo de este polémico caso: ¿y los apellidos de sus hijos, si los tiene? ¿y las relaciones familiares con hermanos, tíos, etcétera?, ¿y las obligaciones que contrajo, los contratos que celebró a título particular o como dirigente empresarial con tal nombre? Cuestiones que requieren otro tipo de análisis. Por último, qué mal gusto cambiar ese hermoso nombre mexicano de Citlalli (Estrella) por el disonante Yeidckol. Política de carnaval.

Disfraces.- Las tres principales fuerzas electorales mexicanas practican una política de confeti y serpentinas, de globos y trompetas, pues sus actores y protagonistas desdeñan al ciudadano elector que hoy está más politizado que nunca, cosa que los partidos políticos parecen ignorar, preocupados más en promover imágenes personales que en ofrecer alternativas de solución a la complicada problemática nacional, olvidándose que primero es el programa y después el candidato, antes el proyecto luego el hombre. Disfrazan con pirotecnia política y oratoria oropelesca una realidad social que ofende y lacera, no dicen cuál es la fórmula que tienen para acabar con la pobreza y sus elocuentes manifestaciones de atraso y marginación, por poner un ejemplo. ¡Que termine el festejo político de carnaval para enfrentar con firmeza y decisión los retos que la realidad impone!

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