Redacción Central, (EFE).- "Este rayo ni cesa ni se agota", escribió en 1936 el poeta español Miguel Hernández y esta especie de mal agüero sigue cumpliéndose de forma macabra sobre los campos del orbe futbolístico, como ocurrió en Guatemala.
Dos jugadores aficionados, Edgar López, de 38 años, y José Luis Mejía, de 36, unieron sus nombres a la larga lista de víctimas de este fenómeno de la naturaleza que se ha cebado especialmente con las canchas de futbol de todo el mundo.
Los dos guatemaltecos murieron calcinados por un rayo en el municipio sureño de Villa Nueva, poco después de que ambos se refugiaran bajo un árbol debido a la fuerte lluvia que obligó a suspender el choque que disputaban.
López y Mejía engrosaron la nómina de futbolistas o aficionados desconocidos para el gran público que sufrieron el ataque de ese rayo incesante.
Hace tres meses, un hombre de 25 años perdió la vida en Barrax (Albacete, España) mientras disputaba un partido de futbol-7 entre integrantes de diversas empresas. Uno de los rayos que cayeron sobre el campo alcanzó al joven, de siglas J.A.G.F., quien entró cadáver en el centro de rehabilitación al que fue trasladado.
En el año 2000, un futbolista turco falleció por la caída de un rayo en el terreno de juego donde se iba a disputar un partido de aficionados.
Dos años antes, once componentes de un equipo de futbol congoleño se desplomaron sobre el césped cuando jugaban un encuentro en Bena Tshadi, en la República Democrática del Congo, y un rayo les alcanzó. Los seguidores de este conjunto acusaron a sus rivales de brujería, pues todos sus jugadores resultaron ilesos.
También en 1998, dos escolares hondureños, uno en Tegucigalpa y el otro cerca de San Pedro Sula, murieron por causa de las quemaduras provocadas por el alcance de sendos rayos sobre ellos. El primero iba a recoger el balón que había salido fuera del campo; el segundo se protegía de la tormenta bajo un árbol.
Este país centroamericano ya había sido sacudido por una tragedia similar en 1995, cuando catorce personas fallecieron y 36 resultaron heridas mientras presenciaban un encuentro de futbol en Puerto Lempira.
En 1992 hubo un accidente de estas características en Puerto Vallarta (Jalisco, México), cuando dos jugadores perdieron la vida y cinco fueron heridos por culpa de un rayo caído durante el encuentro disputado entre los equipos Holiday Inn y Cazadores; y sólo un año después, en Malasia, el número de muertes se elevó a cuatro en el partido que jugaban los equipos El Tigre de Berantai y El Hijo de Sekinchan, en la ciudad de Sungkai.
Los espectadores fueron los protagonistas, en este caso negativos, de la tragedia ocurrida en 1988 en Sao Paulo. Seis personas fallecieron y otras dos resultaron heridas al ser alcanzadas por un rayo, cuando asistían a un encuentro en Careapicuiba, en los suburbios paulistanos.
Y cinco años después, un hombre de 65 años, Epifanio Pérez Domínguez, murió cuando iba a presenciar el partido entre el Salamanca y el Torrelavega, de la Segunda División B del futbol español.
El aficionado murió carbonizado al incendiarse su vehículo, estacionado en el exterior del estadio donde el choque acababa de ser suspendido, después de que una valla se desplomara sobre el techo del auto, tras la caída de un rayo sobre un árbol cercano.
Esta truculenta nómina alcanza también a nombres reconocidos del futbol mundial, como los colombianos Herman Gaviria y Giovanny Córdoba, que recibieron la descarga eléctrica de un rayo mientras se entrenaban con su equipo, el Deportivo Cali, en octubre de 2002.
El primero falleció de forma instantánea y el segundo murió el mismo día del accidente, aunque horas más tarde, a causa de las secuelas sufridas.
Otro profesional, el chino Jiang Tao, de 18 años y perteneciente al club SinChi, de la primera división de Singapur, perdió la vida en 2004 sobre el terreno de juego mientras se entrenaba, al caer fulminado por un rayo.
Pero de la misma forma que los "rayos que no cesan" segaron vidas a lo largo y ancho del planeta, también hubo extraños casos de supervivientes.
En Ecuador, un niño de doce años, Sebastián Sosa, protagonizó una de esas historias casi de película, pues escapó tres veces de la muerte, la última en 1991, cuando tres amigos suyos cayeron víctimas de un rayo mientras jugaban un partido en un barrio de Guayaquil.
Y en Brasil, el entonces preparador físico del Sao Paulo, Altair Ramos, salvó milagrosamente la vida, hasta el punto de que se ganó desde ese día los apodos de "Lázaro" y "Mosquito eléctrico". El brasileño sobrevivió a una descarga de 15 millones de voltios sobre la cabeza gracias a la rápida atención del chileno Gabriel Mendoza, que le practicó los primeros auxilios sobre el terreno de juego.