“Este año sí me pongo a hacer ejercicio”. “La última y nos vamos”. “Justo iba a llamarte”. “Mi jefe la trae contra mí”. “Perdimos por culpa del árbitro”. “¡Yo pasé en amarillo!”. “Nada más fueron dos cervecitas”. “Se me olvidó la cartera”. “Ayer estaba enfermo”. “Se me ponchó la llanta”. “Te juro que no se lo voy a contar a nadie”. ”El lunes empiezo la dieta”. “Estaba borracho”. “Préstamelo y mañana te lo devuelvo”. “Te estuve llamando pero estaba ocupado”. “Jamás te olvidaré”. “Dile que no estoy”. “Es la primera vez que me pasa”. “Tengo un tío en la Policía”. “La próxima ronda a mí me toca”. “Te debo tu regalo”. “Yo nunca fuí a un lugar de esos ¿cómo son?”. “Te juro que no fue lo que quise decir”. “No me quedaba de otra”. “No he tenido tiempo”. “No escuché el celular”.
Grande es la hablidad de los seres humanos para inventar mentiras. Con tal de conseguir lo que deseamos, somos capaces de crear historias más fantásticas que los cuentos de Edgar Allan Poe. Tan acostumbrados estamos a la mentira, que en ocasiones somos incapaces de distinguirla de la verdad.
Durante décadas nuestros políticos se han preocupado especialmente en engañarnos. Con tal de obtener nuestro voto, son capaces de ofrecernos el cumplimiento de todos nuestros sueños. Y nosotros, ingenuos como siempre, solemos decir: “Me late que este sí nos va a cumplir”.
Para los gobernantes coahuilenses, por ejemplo, en nuestro Estado reina la tranquilidad, el desempleo no ha llegado a ser preocupante y, por si fuera poco, gozamos de un sistema educativo envidiable. Sin embargo la realidad nos muestra justo lo contrario. ¿A quién creerle?
En el Gobierno Federal ocurre lo mismo, pues el mismo presidente opina que vivimos en el País de las Maravillas.
Si la mentira abunda en la política mexicana, es gracias al loable esfuerzo de los priistas que durante décadas se dedicaron a vernos la cara para obtener así el máximo poder político y económico posibles.
El dos de julio de 2000, millones de mexicanos decidimos que ya era tiempo de abrir los ojos y retirar nuestra confianza a un partido que no hizo otra cosa más que abusar de ella. Antes y durante la campaña de Labastida, recuerdo, se hablaba de “un nuevo PRI más cerca de ti”. Esa mágica renovación suponía que los priistas se habían arrepentido por el mal causado a México con la infinidad de acciones corruptas. Sin embargo, meses más tarde de esa campaña publicitaria, nos enteramos de los desvíos de Pemex por parte de Rogelio Montemayor y de su gente.
Cuando los mexicanos arrebatamos al PRI el poder que mantuvo durante más de siete décadas, obtuvo una gran lección por haber sembrado en México la semilla de la injusticia, de la pobreza, de la corrupción y de la impunidad. Sin embargo, esa lección fue olvidada demasiado pronto, pues unos meses después los priistas volvieron a echar mano del más amplio repertorio de triquiñuelas y actos corruptos para que Roberto Madrazo se convirtiera en su líder nacional.
Nietzsche, uno de los filósofos más reconocidos de la historia, en una ocasión le dijo a un amigo que pretendía engañarlo: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”.
Por desgracia, estas palabras no las hemos sabido entender los mexicanos, pues nosotros somos incapaces de retirar nuestra confianza a quienes nos han engañado.
La prueba de ello son los triunfos del PRI en el Estado de México y en Nayarit. Estos éxitos electorales dan vida a las aspiraciones priistas de recuperar Los Pinos, y vivifican también a todas las prácticas que miles de mexicanos llegamos a repudiar.
La mentira nos rodea. No nos dejemos envolver por su niebla seductora. Sé que pocas opciones políticas hay en nuestro futuro. Pero también sé que el PRI muy poco ha hecho como para que volvamos a regalarle nuestra confianza.
javier_fuentes@hotmail.com
