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Mercado interno

Salvador Kalifa

Uno de los temas que ocupó la atención de cinco de los aspirantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) a la Presidencia de la República en la reunión que celebraron el miércoles 22 de junio en Monterrey fue el del reforzamiento del mercado interno. Este asunto es uno de los más recurrentes en los comentarios de empresarios, políticos y gobernantes. Ellos comparten, en general, la preocupación de que nuestro desempeño depende en mucho de las exportaciones y, muy en particular, de lo que suceda con la economía estadounidense, por lo que consideran que no sólo es deseable, sino posible, que la nuestra crezca aún si allá permanece aletargado su sector industrial. Vale la pena, por tanto, hacer algunos comentarios al respecto.

Para algunos, el fortalecimiento del mercado interno es sinónimo de protección a los productores domiciliados en el país. El proteccionismo es una de las políticas más socorridas en tiempos de desesperación, a pesar de que es una de las más desacreditadas en sus resultados. Ésta es, de hecho, una pésima estrategia económica, que aparte de ser incapaz de estimular de manera sana y sostenida a una economía, tiene además repercusiones negativas sobre otras empresas, en especial las exportadoras, así como sobre el poder de compra de la gran mayoría de la población.

Otros plantean esquemas con más sentido económico cuando buscan estimular el “mercado interno” mediante la expansión de la demanda interna; esto es, el crecimiento del consumo y de la inversión en el país. Por lo general, los mecanismos coyunturales más efectivos para ello son las políticas monetaria y fiscal y su alcance depende del poder adquisitivo de las personas. Lamentablemente, en la actualidad este último es muy limitado, por lo que existe muy poco margen de maniobra en las políticas coyunturales para lograr resultados efectivos en la estimulación del mercado interno.

La política monetaria es, en principio, la más apropiada para impulsar la actividad económica, pero aún el mejor de los casos tendría un alcance limitado en México. Por un lado, las tasas de interés tienen un impacto pequeño en las decisiones de compra de bienes duraderos, que se concentran en la adquisición de viviendas, porque los consumidores mexicanos todavía hacen poco uso del crédito.

Por otro lado, el éxito de la política monetaria para consolidar un repunte económico no depende de la acumulación de pasivos bancarios en las cuentas de las personas, sino de la respuesta del gasto de inversión de las empresas. Estas necesitan aumentar su inversión, y con ello, la creación de empleos productivos. En esto último está la clave de un mercado interno más grande, ya que la capacidad adquisitiva de los habitantes de un país sólo puede elevarse en forma sostenida y duradera mediante un incremento de su productividad. Cualquier otro mecanismo sólo tendrá efectos transitorios.

Éste es el caso de la política fiscal, que puede estimular la actividad económica mediante un incremento del gasto público o una disminución de impuestos con la esperanza que ello eleve el consumo y anime el gasto de inversión de las empresas. En nuestro caso no hay mucho margen para aplicar una política fiscal expansiva. Ello se debe a la notable deficiencia de nuestra estructura tributaria, así como a un cúmulo de compromisos financieros adquiridos y contingentes, y a una fuerte dependencia de los ingresos petroleros, que financian poco más del 33 por ciento del gasto público.

La falta de margen de maniobra de nuestras autoridades en las políticas coyunturales no quiere decir que no puedan contribuir, de veras, a fortalecer el mercado interno, sino más bien que tendrán que aceptar que dicho objetivo tomará bastante más tiempo del que ofrecen los candidatos políticos, así como que requiere la creación de un entorno propicio para ello mediante reformas que muy probablemente encontrarán una fuerte oposición de diversos grupos de interés en el país.

China, por ejemplo, por muchas décadas no tuvo un mercado interno relevante a pesar de contar con más de mil millones de personas, y sólo logró dinamizarlo mediante una drástica transformación estructural, todavía en proceso, que implica un viraje hacia la economía de mercado. Destaca, en particular, la apertura generalizada a la inversión extranjera, lo que resulta en una importante creación de empleos productivos en dicho país.

Por consiguiente, nuestros gobernantes pueden liberar el potencial de crecimiento de largo plazo de nuestra economía, y con ello elevar el empleo, la productividad y el mercado interno, mediante la eliminación de regulaciones para hacer negocios, la aprobación de las reformas estructurales y la aceptación más amplia e irrestricta de la inversión extranjera en nuestro país. Una mayor ocupación y una mayor productividad se traducirían, a su vez, en un alza de los ingresos familiares y del consumo, lo que contribuiría a fortalecer, de veras, al mercado interno.

Lamentablemente, intereses políticos y económicos bloquean la aplicación de dichas medidas en nuestro país. Los aspirantes a puestos públicos siempre hacen las mismas promesas, pero a la hora de actuar, se doblan ante las presiones de los grupos de interés, quienes no están dispuestos a renunciar a los privilegios que detentan desde hace mucho tiempo. La suerte de nuestra economía seguirá dependiendo de lo que ocurra en Estados Unidos y tendremos un mercado interno pequeño mientras seamos rehenes del eslogan de la “soberanía nacional” con el que nuestros políticos y gobernantes se niegan a romper con prácticas e instituciones obsoletas que son un lastre para poder incrementar de manera sostenida el bienestar de la población mexicana.

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