Cuando André Bretón nos definió como “surrealistas”, sin duda había padecido las confusiones ocasionadas por la ignorancia del relativismo que nos caracteriza al comunicarnos.
En la vida social se nos enseña un doble lenguaje para la comunicación cotidiana: “le hacemos como quieras”, significa que el problema que estamos discutiendo podrá solucionarse, si nos ponemos de acuerdo en aquello que no hemos sido capaces de convenir, es un “empate” en el tema, además necesita de un tiempo para que cada una de las partes reflexione, si es necesario recapacite y replantee su posición.
“¡No hay problema, no te preocupes!”, sin duda es una respuesta que no pocas veces tomamos como una advertencia y hasta amenaza del ofendido. En el caso, dependerá mucho de la expresión facial y el tono en la fonación de la contraparte para poder definir la gravedad y la profundidad del enojo.
“Nos vemos luego”, “a la próxima”, “cuando quieras” son frases cortas, respuestas vagas, que pueden tener muchos significados, positivos o negativos para los propósitos de quienes las reciben como contestación.
En cuestiones de política también hemos aprendido a tener una doble lectura en las afirmaciones de los personajes de actualidad que las pronuncian. En temas económicos, irremediablemente nos preocupamos cuando hacen declaraciones tales como: “no habrá incremento en los impuestos”; igual nos sucede en relación a los costos de los servicios públicos, casos del agua potable o de la energía eléctrica, con aquello de: “durante mi Gobierno no habrá incremento de la tarifa”. Si las autoridades de las instituciones de salud, como el caso del IMSS o ISSSTE, anuncian su “propósito de enmienda” asegurando haber hecho trabajos y estudios para atender mejor y rápidamente a los pacientes, de inmediato leemos un segundo mensaje encubierto, que nos deja la incertidumbre sobre lo dicho y hasta llegamos a entenderlo como una clara advertencia de que van a empeorar las condiciones, confirmando las proyecciones hechas sobre el tema.
En otros ámbitos, como el de seguridad pública, nos basta escuchar las estadísticas poco confiables que sobre el descenso de los delitos -el robo por ejemplo- que pronuncian las autoridades respectivas para traducirlas en: “el problema no ha podido ser solucionado y, por el contrario, se ha agravado y continuará haciéndolo”; más adelante, los grupos de oposición -siempre hay algunos o muchos de ellos- se encargarán de desmentir y crear confusión con sus propias cifras.
Los mexicanos ya nos hemos acostumbrado a esas “segundas lecturas”, no somos capaces de percibir la incertidumbre provocada en los extranjeros, que cuando nos escuchan decir “más tarde”, “al ratito”, o peor aún “a ver cómo le hacemos”, quedan desconcertados y totalmente perdidos.
Hace tiempo conocí una anécdota, contada por Eduardo Ayala, un joven profesionista, que como parte de sus funciones estaba apoyar a norteamericanos de una importante trasnacional en las reuniones de trabajo con los clientes. El directivo extranjero se perdía totalmente en medio de los saludos, los comentarios, las bromas y las afirmaciones antes citadas. Era jocoso ver su actitud cuando escuchaba frases como las escritas, sin poder interpretarlas.
En cierta ocasión, en medio de una cena de aparente presentación de personas, con expresiones cortas dichas por mexicanos, se solucionaron las diferencias que entre unos y otros existían. Cuando el profesional estadounidense encendió su computadora portátil para empezar a trabajar sorprendió a todos los asistentes a la reunión, quienes ya se dirigían a cenar y brindar por el negocio logrado; el lagunero le dijo al oído y en inglés: “el trato está hecho, aceptaron nuestras condiciones y mañana firmarán”. El extranjero, desconcertado, sólo atinó a apagar su aparato, guardarlo en su portafolios y sumarse al festejo.
Las cosas, por si fuera poco, son aún más complicadas. Las líneas de autoridad muchas veces se confunden y además se toman en cuenta opiniones que para habitantes de otras latitudes no serían consideradas. El ejemplo fácil de entender es el de los negocios llamados “familiares”, en donde el jefe o máxima autoridad es uno de los varios hermanos y aunque el puesto defina su línea de mando y capacidad de decisión, éste no decide hasta no platicar con el resto. Entonces... ¿quién manda?, o lo que es peor: ¿quién responde por las decisiones vitales?
En la política sucede igual, caso evidente el de la Presidencia de la República, en la que el primer mandatario del país ha llegado a declarar en el discurso oficial su costumbre de tener en cuenta la opinión de su mujer. Tampoco eso es nuevo, todos conocemos historias de altas autoridades civiles que han decidido con base a la insistencia y hasta imprudencia de las esposas o compañeras.
Esta cultura nos viene de nuestros orígenes, mezcla indígena y española, que ha sido descrita por muchos investigadores sociales de México, entre ellos Miguel Bazañez, catedrático investigador de la UNAM, que habla del caudillismo que nos caracteriza y de las particularidades formas de organización social, incluida la autoridad en la misma.
Tomar en cuenta estas particularidades de nuestro surrealismo mexicano será algo muy sano en estos tiempos, que pasadas las elecciones estatales viene la de presidente de México; ahora reiniciarán las lecturas de señales no claramente definidas, acuerdos y desacuerdos, componendas y creación de compromisos entre las partes involucradas en la contienda.
Por favor no se deje llevar por declaraciones trilladas, como ésas de “trabajaré por la transparencia” cuando las acusaciones se refieren a los ilícitos y abuso de autoridad cometidos para imponer pre y candidatos; tampoco se crea de primera intención a aquellos que hablan de “cuidar el patrimonio de todos”, cuando vemos su publicidad “indirecta” publicada desde tiempo atrás, con dineros que eran destinados para atender las necesidad primordiales de quienes gobernaban y que han sido distraídos en promocionar a sus personas y nombres.
El juego democrático incluye la promoción de personas e ideales; en países con un mayor desarrollo en el ejercicio de la misma utilizan a expertos politólogos, creadores de imágenes personales en política y conocedores de la psicología de masas; ellos miden cada una de las declaraciones, acciones, vestimentas, comportamientos y compromisos enunciados. Lo nuestro es otra cosa, llega hasta la desvergüenza. En México empezamos a comprender el concepto, pero aún nos apoyamos en la mentira, la desinformación, el manipuleo de las necesidades, resentimientos y hasta rencores sociales para lograr los propósitos grupales; también en el dinero que el pueblo confió en manos de vivales.
Lo invito a leer, a enterarse en distintas fuentes con diferentes tendencias y con base a la información dialogada con amigos, tome decisiones y empiece a definir por quién va a votar en las próximas elecciones para presidente de México, por ejemplo.
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