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MÉXICO, DF.- Todo está bien mientras Sara no tenga que subir a un avión, treparse al Spiderman o visitar el mirador que está en el piso número 52 de la Torre Mayor. Si algo de esto sucediera, en seguida empezarían los problemas para ella.
“De inicio, me mareo. Siento náusea. Me falta la respiración y el pánico se apodera de mí”, dice la chica de 17 años edad, a quien hace apenas dos años le diagnosticaron acrofobia.
Ella recuerda que todo surgió a raíz de una excursión que realizó con sus amigos de la secundaria a Teotihuacán. Dispuesta estaba a subir la Pirámide del Sol, cuando al llegar al décimo escalón no pudo continuar. “Me dio mucho miedo y me paralicé por completo. No pude ni bajar. Tuvieron que cargarme literalmente”.
Para diferenciar entre miedo y una fobia, la maestra Norma Contreras, directora del Centro de Atención Psicológica en Intervención en Crisis y Estrés Postraumático, nos explica que cuando una persona siente un “temor excesivo hacia algo que la lleva al pánico”, se trata de un trastorno sicológico conocido como fobia.
“Por lo general se pretende evitar una situación así; nos alejamos a toda costa de aquello que nos inspira este miedo paralizante. En una crisis, que puede surgir al mencionar, ver o sentir al objeto temido “hay sudor, sensación de asfixia, ansiedad, dificultad para respirar y angustia”.
El poder de imaginar
Existe una gran variedad de disparadores de estos trastornos. Hay fobia a las arañas, a los aviones y elevadores, a los lugares abiertos y cerrados, al ruido y a algunos animales, por ejemplo.