Hoy como nunca, los niños y las niñas ocupan un sitio estratégico en la sociedad. Aún cuando sabemos que el rezago en alimentación, educación y medidas de protección es sumamente precario, especialmente en los países pobres, la visibilidad y aceptación de la infancia como el periodo más importante en la vida de una persona, posibilita la proyección e implementación de políticas favorables a su desarrollo. Sin embargo, este es un fenómeno reciente. Hasta hace apenas algunas décadas, los niños pasaban completamente inadvertidos. Su rostro se iba dibujando en la medida de su crecimiento y su cuerpo iba tomando forma cuando los pantalones cortos comenzaban a alargarse. Sólo entonces adquirían ciertos derechos y tenían la posibilidad de alzar la voz. Las niñas eran mamás en miniatura, pues desde muy pequeñas hacían labores del hogar y criaban a sus hermanitos, a excepción, por supuesto, de aquéllas nacidas en estratos sociales altos. Las relaciones entre padres e hijos eran formales, distantes, de gran respeto, en las que se ordenaba y obedecía, respectivamente. La infancia era un periodo “cero”, un camino que había que recorrer para llegar a la médula: la edad adulta.
¿Cómo se hizo “visible” la infancia? ¿Qué procesos intervinieron para que se construyera la noción moderna de “niño” y “niña” que tenemos actualmente? Muchos elementos sociales, culturales, económicos y científicos, entre otros, contribuyeron para que un día como hoy, 30 de abril, celebremos a nuestros niños. Demos un vistazo rápido al asunto.
Un factor indudable en el cambio de percepción hacia los hijos fue la disminución de la mortalidad infantil. En el México de finales del siglo XIX y principios del XX, el fallecimiento de lactantes era exorbitante: la mitad de los niños nacidos vivos moría antes de cumplir un año de edad. Prácticamente en cada familia había un “angelito”. De ahí que los padres no se involucraran tanto con los infantes, como una manera de conservar su estabilidad mental; de alguna manera, estaban obligados a limitar el grado de relación psicológica con sus hijos pequeños y frágiles. Para Lawrence Stone, historiador inglés especializado en la familia: “...era muy irreflexivo que los padres se preocuparan demasiado por criaturas cuyas expectativas de vida eran tan bajas”. Un ejemplo de que a los infantes no se les consideraba únicos e individuales, era la costumbre de ponerles a varios de ellos el mismo nombre, con la esperanza de que alguno sobreviviera, o bien, el bautizar a un recién nacido con el apelativo de alguno fallecido con anterioridad.
El decremento de la mortalidad infantil, gracias a los avances de la medicina, permitió que surgiera el reconocimiento social de la existencia de sentimientos: las relaciones entre padres e hijos fueron suavizándose lentamente. No obstante, otro elemento importantísimo para ello y que se difundió muy lentamente a lo largo del siglo XX, fueron las propuestas psicoanalíticas de Freud. El médico austriaco planteó que los primeros seis años en la vida humana eran decisivos en la formación de la personalidad. En esta etapa, según la perspectiva teórica mencionada, los conflictos sexuales que se presentan deben resolverse, pues de lo contrario generarán graves efectos en la vida adulta. Muchos de estos conflictos están referidos especialmente a la relación con el padre y la madre.
Las teorías de Freud y otros psicoanalistas impactaron principalmente en la escuela a través de pedagogos que fueron sensibilizándose. Todos recordamos que los castigos corporales se aplicaban como un método efectivo para el aprendizaje académico. La paliza se consideraba como un principio sano e indispensable. Hasta los años sesenta e incluso setenta, muchos profesores pegaban a sus alumnos con la regla, o les ponían orejas de burro a los que no tenían un buen desempeño. En escuelas religiosas de corte militar, se obligaba a los niños que infringían alguna regla, la realización de actividades físicas hasta el cansancio. Sin embargo, ya desde finales del siglo XIX habían surgido propuestas educativas como la de María Montessori o la de Freinet, en la que los castigos estaban prescritos. Es casi loable que Venustiano Carranza, en el periodo que fue primer jefe revolucionario, haya enviado a profesoras a Europa para conocer estos dos métodos y crear escuelas basadas en estos principios. Muy lentamente estas ideas comenzaron a filtrarse en los hogares, en donde los golpes también formaban parte indispensable de la buena educación.
Resulta interesantísimo que en la revista “La Familia”, dirigida a amas de casa y en la que se enseñaban labores para el hogar y publicada con gran difusión en los años treinta en México, se anunciaba entre los bordados, deshilados y tejidos libros como los siguientes: Problemas emocionales del niño, Delincuencia Infantil, Psicoanálisis del alma infantil e incluso ¡las obras completas de Sigmund Freud!, las que hoy se leen básicamente en la licenciatura en Psicología. Aunque no sabemos si realmente fueron leídos y qué recepción tuvieron por parte de las mujeres, sí indica un creciente interés por los aspectos psicológicos de los hijos.
El uso de métodos anticonceptivos fue otro elemento clave en la relación entre padres e hijos. Según algunos antropólogos, el control de la natalidad se presenta sobre todo en donde hay un claro incentivo económico para reducir los nacimientos, es decir, en donde el costo de criar e iniciar al hijo en el mundo, excede la ganancia que se obtendrá a través de su trabajo gratuito en su juventud y del apoyo y sostén que darán a sus padres en la vejez. Esta situación es favorable, sobre todo, en las urbes. Además, el tiempo de crianza en la modernidad fue aumentando, ya que en siglos anteriores los niños que lograban sobrevivir se integraban muy pronto a las labores de los adultos. Así, en la sociedad contemporánea los niños no sólo pasan en casa toda la infancia, sino buena parte de su juventud y por ello es importante la consideración de los recursos económicos. Desde hace casi dos décadas, las familias mexicanas jóvenes están limitando el número de hijos a uno, dos o tres y por lo tanto, es más factible que los niños reciban más atención y cuidados.
Esta nueva sensibilidad hacia los hijos, en la que ocupan un lugar central, es el talón de Aquiles de la cultura contemporánea. La publicidad ha captado muy bien esta nueva relación y la utiliza para obtener múltiples ganancias: hay moda para niños y bebés; un sinfín de propuestas educativas; un entorno mediático completamente volcado en ellos (programas de televisión, películas hollywoodenses, nintendos, juegos para computadora, celulares, etcétera); lugares de recreación y juguetes cada vez más especializados.
Por ello parecería que el día del niño y de la niña emergió del consumismo y sirve para él. En realidad, este día nació de una propuesta de la ONU, durante los años cincuenta, con el objetivo de promover los derechos de los niños, de llamar la atención de las entidades gubernamentales y de nosotros, padres y madres, antes las necesidades infantiles.
Siempre es útil recordar al personaje principal de El ciudadano Kane, que a pesar de morir rodeado de lujos, sólo recuerda el nombre del trineo con el que jugaba cuando fue arrancado de la vida de familia, del afecto.