Pocas personas han oído hablar de Zote el Ermitaño. Nació en Egipto, quizá en el siglo cuarto, y vivió en una cueva entregado a la meditación.
Pensó que el sentido de la vista lo apartaba de sus piadosos pensamientos, y se sacó los ojos. Luego consideró que los cantos de pájaros que oía eran motivo de vana distracción, y con un hierro candente se taladró ambos oídos. Juzgó en seguida que el sentido del gusto era ocasión de gula que lo alejaba del Señor, y se cortó la lengua. Creyó después que el aroma que percibía de las flores era placer insano, y con lodo se taponó la nariz. Por último, convencido de que el sentido del tacto le estorbaba la piedad, hizo que le amputaran las dos manos.
No existe el infierno de las llamas. Si existiera, en él estaría Zote el Ermitaño por haber rechazado los preciosos dones que en su infinita sabiduría puso en nosotros Dios.
¡Hasta mañana!...