San Virila iba camino del convento. Era febrero, el mes más crudo del invierno. Hacía un frío que calaba hasta más allá de los huesos, y la cellisca era como el soplo feroz de un dios de hielo.
Vio San Virila sobre la nieve un gorrión que había muerto de frío. Lo tomó en sus manos y lo acercó a su pecho. Entonces el pajarillo revivió y salió volando por el aire helado.
-¡Milagro! -gritaron los aldeanos que habían visto aquello.
-No, hermanitos -les dijo San Virila-. Los milagros los hace sólo Dios. Yo le di amor a ese gorrión, y del amor nace la vida, por eso la avecilla revivió. Por fuerza de ese amor, fuente de vida, nosotros reviviremos también a pesar del invierno de la muerte.
Aquellos humildes hombres y mujeres entendieron las palabras de San Virila, y supieron que Dios es amor, y que el amor es vida.
¡Hasta mañana!...