Simeón el Estilita hizo construir una alta columna, y subió a ella para alejarse de los hombres y estar cerca de Dios.
En lo alto de su columna vivió entregado a la oración. Allá arriba castigaba su cuerpo con largos ayunos y rigurosas penitencias. Comía sólo el pan que le daban de limosna, y no bebía más agua que de lluvia.
Un día el Señor se le apareció a Simeón.
-¡Padre! -le rogó suplicante el Estilita-. ¡Hazme estar cerca de Ti! Y sucedió el milagro: el Señor hizo un leve movimiento de su mano y la columna de Simeón se hundió en la tierra, de modo que aquel varón contemplativo quedó a la misma altura de los hombres, y entre ellos.
Simeón entendió el mensaje que sin palabras le daba el Señor. Entendió que la salvación no consiste en alejarse de los hombres, sino en ir hacia ellos para aliviarles sus miserias y dolores. El amor a Dios se muestra en el amor a sus criaturas, y en procurar su bien con oraciones y obras. Porque entendió eso Simeón el Estilita es ahora San Simeón.
¡Hasta mañana!...