Hay una tumba en el cementerio de Ábrego que no guarda en su lápida el recuerdo y el nombre de la persona que está enterrada ahí. Eso no importa mucho: todos los nombres desaparecerán alguna vez, y todos los recuerdos. Y eso tampoco importa: el lugar de mayor descanso es el olvido.
Cuando en las tardes sopla el viento, anuncio de que se va a poner el sol, un pajarillo que en el Potrero llaman "dominico" se posa sobre la carcomida cruz de aquella tumba y canta con leves trinos que se escurren entre los dédalos del aire. Yo he visto a esa pequeña ave de plumaje blanco y negro, como el hábito de los antiguos frailes que le dan su nombre. Al verla se me ocurre un pensamiento heterodoxo: la vida eterna no está más allá de la tumba, sino más acá de ella. Moriremos nosotros algún día, y nuestra canción se apagará. Pero la vida es una canción que nunca cesa. Ahora la está cantando el dominico. Quizás en un mañana que aún no conocemos, la canción de la vida la diremos tú y yo.
¡Hasta mañana!...