San Virila cultivaba el jardín de su convento. Solía decir: "En ninguna parte estoy tan cerca de Dios como en mi jardín".
Los otros frailes decían mal de los gusanos que hallaban entre las hojas de las coles, y cuando veían uno lo aplastaban con el pie. San Virila tomaba delicadamente a las pequeñas criaturas entre los dedos y las llevaba afuera. Sus hermanos le preguntaban por qué se tomaba tal trabajo. Y contestaba San Virila:
-Yo no le di la vida al gusanito. Por eso no se la puedo quitar.
Los frailes murmuraban por lo bajo; decían que San Virila exageraba. Pero él pensaba que la vida es sagrada, y que su santidad está lo mismo en un pequeño gusano que en un hombre. "Venimos de la vida -predicaba- y vamos a la vida. En eso consiste la verdadera eternidad. Nos pertenece a los humanos; le pertenece también al gusanito".
Los frailes oían aquello y murmuraban por lo bajo; decían que San Virila exageraba.
¡Hasta mañana!...