Salí ayer de mi casa a las 5 de la mañana. El aire estaba quieto, meditando tal vez a dónde iría, y las cosas habían callado para esperar la aurora. Alcé la vista al cielo -eso hacemos sin darnos cuenta los que tenemos tierra y la sembramos- y vi la maravilla de las constelaciones, y pensé que podía tomar entre las manos el lucero del alba para exprimir su luz y disipar con ella la noche que va en mí.
En lo alto reside la sabiduría. Quizá sean efímeros los astros en la eternidad, pero mirarlos nos da la idea de la eternidad. Todos los misterios de la tierra están en el cielo. Y todos tus misterios están también ahí. Necesitas mirar el cielo para mirarte el alma.
¡Hasta mañana!...