Llegó sin avisar y me dijo de buenas a primeras:
-Soy una grande bendición.
Ni siquiera pude mirarle el rostro. Antes de que acertara a ver quién era desapareció.
No había pasado ni un minuto cuando volvió de nuevo. Dijo ahora:
-Soy una grande maldición.
Era aquel mismo de la vez primera. Lo supe por su traza y por su voz. Le pregunté:
-¿Quién eres tú, que dice ser una bendición muy grande y también una grande maldición?
Me respondió.
-Soy el dinero.
¡Hasta mañana!...