Este rincón de mi casa es un rincón amado. Se halla en un ángulo que forman los muros del jardín. Ahí crece una enredadera que da pequeñas flores azulinas en forma de mínimas campanas, y crece también un rosal que parece sacado de un álbum del siglo diecinueve. Las rosas del rosal son amarillas. A los jóvenes estas rosas no les gustan; a mí sí.
Vengo a leer aquí los libros que he leído ya, los que conozco y me conocen bien. Algunas de sus líneas puedo decirlas de memoria, tantas veces las he traído a mí. De cuando en cuando me distrae el zureo de la tórtola o el tenaz telégrafo del pájaro carpintero en el nogal. Pero vuelvo a mi libro -vuelvo a mí- y sigo la lectura. Desde su nicho me mira con ojos de bondad una Virgen del Carmen que me recuerda el nombre de mi madre...
Ese rincón pequeño es todo el mundo. No necesito más para vivir. Para morir tampoco necesito más.
¡Hasta mañana!...