Ha amanecido ya en el rancho. Se disipó la última niebla de la noche y brilla un claro sol, pues lo lavó ayer la lluvia. Todo se ve como en el día primero de la Creación.
Pasa don Abundio, tan igual siempre a sí mismo que parece que por él no pasa nunca nada.
-Buen día, don Abundio -lo saludo-.
No se detiene ni quita la vista de la vaca que lleva arreando al agua. Se toca no más el ala del sombrero y me responde:
-Eso lo sabremos hasta las 12 de la noche, licenciado.
Yo me río para mí. El viejo me ha hecho otra de las suyas. Pero me quedo pensando y concluyo que tiene la razón. Buen día ahorita, es cierto, que brilla el sol y sopla un viento manso. Pero en la sierra puede llegar de pronto la negra nublazón, y cae granizo que amortaja al suelo con los caídos pétalos de las flores que iban a ser manzanas, o peras, o ciruelas, y el día que era bueno se convierte en amarga decepción.
Cuando a la mañana siguiente pasa don Abundio lo saludo, pues, con más cuidado.
-Buen día tenga usted, don Abundio.
-Así nos lo dé Dios -contesta él-.
¡Hasta mañana!...